Mario J. Viera
Al recibir Ignacio
Agramonte el grado de Licenciatura en Derecho Civil y Canónigo, pronunció u
magistral discurso donde habló de los derechos menospreciados por la metrópoli
española, concluyendo con palabras tan atrevidas para aquella época que el
presidente del tribunal examinador dijo que si hubiera conocido previamente
aquel discurso no hubiera consentido su lectura. De ese importante documento
del Mayor, extraigo algunos fragmentos significativos que, aún hoy, tienen
vigencia:
“(Los) derechos del
individuo son inalienables e imprescriptibles, puesto que sin ellos no podrá
llegar al cumplimiento de su destino; no puede renunciarlos, porque como ya he
dicho, constituyen deberes respecto a Dios, y jamás se puede renunciar al
cumplimiento de esos deberes…
(…) La justicia, la verdad,
la razón, solo puede ser la suprema ley de la sociedad; decir: “salus populis suprema lex est” es tomar
el efecto por la causa. El derecho para ser tal y obligatorio, debe tener por
fundamento la justicia.
Tres leyes del espíritu
humano encontramos en la conciencia: la de pensar, la de hablar y la de obrar. A
estas leyes para observarlas, corresponden otros tantos derechos, como ya he
dicho, imprescriptibles e indispensables para el desarrollo completo del hombre
y de la sociedad.
Al derecho de pensar
libremente corresponden la libertad de examen, de duda, de opinión, como fases
o direcciones de aquél (…) se podrá obligar a uno a callar, a permanecer inmóvil,
acaso a decir que es justo lo que es altamente injusto. Pero ¿cómo se le podrá
impedir que dude de lo que se dice?
(…) Consecuencia de la
libertad de pensar es la de hablar. ¿De qué servirían nuestros pensamientos,
nuestras meditaciones, si no pudiéramos comunicarlas a nuestros semejantes?
(…) De la enunciación de
los diversos exámenes, de las contrarias opiniones, de las diferentes
observaciones, de la discusión en fin, surge la verdad como la luz del sol,
como del eslabón con el pedernal, la ígnea chispa.
(…) La libertad de la
prensa es un medio de obtener las libertades civil y política, porque,
instruyendo a las masas, rasgando el denso velo de la ignorancia, hace conocer
sus derechos a los pueblos y pueden éstos exigirlos.
(…) El individuo mismo es
el guardián y soberano de sus intereses, de su salud física y moral; la
sociedad no debe mezclarse en la conducta humana, mientras no dañe a los demás
miembros de ella. Funestas son las consecuencias de la intervención de la sociedad
en la vida individual; y más funestas aun cuando esa intervención es dirigida a
uniformarla, destruyendo así la individualidad, que es uno de los elementos del
bienestar presente y futuro de ella.
(…) La centralización
llevada hasta cierto grado, es por decirlo así, la anulación completa del
individuo, es la senda del absolutismo; la descentralización absoluta conduce a
la anarquía y al desorden.
(…) Por fuerte que sea un
gobierno centralizado, no ofrece seguridades de duración, porque toda su vida
está concentrada en el corazón y un golpe dirigido a él, lo echa por tierra.
(…) La centralización hace
desaparecer ese individualismo, cuya conservación hemos sostenido como
necesaria a la sociedad. De allí al comunismo no hay más que un paso; se
comienza por declarar impotente al individuo y se concluye por justificar la
intervención de la sociedad en su acción destruyendo su libertad, sujetando a
reglamento sus deseos, sus pensamientos, sus más íntimas afecciones, sus
necesidades, sus acciones todas”.
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