Lo que todo exiliado cubano debe saber (y no sabe)
Un artículo de opinión
By NICOLAS PEREZ
Llegar a cualquier verdad es una odisea que emocionalmente cuesta. La verdad es tan cara como un rechazo amoroso, una perturbación mental o una prostituta francesa. Pero si queremos conocerla y tener los pies sobre la tierra hay que pagar el precio que vale.
Este galimatías léanlo con atención. Existen varios tipos de exiliados en Miami. Los que están aquí fuera de lugar, nacieron en Guanabacoa o Cárdenas, pero les hubiera gustado nacer en Chicago o South Dakota, son los cubanos de pura sangre con alma yanqui, hablan spanglish pero siguen con los ariques puestos, tienen una tía que les gustaría se llamara Nathalie pero se llama Fefa, y su dulce favorito no es el apple pie sino el arroz con leche. Están los desterrados, el comunismo les robó la patria y aunque no regresarán jamás a la isla viven abominando al castrismo. Y por último, tenemos al exiliado turista, está aquí de paso, como las golondrinas, y su único anhelo es regresar un día a Cuba.
En mi caso, me debato entre la sensatez del desterrado y locura de sumergirme en el horror del post castrismo. Para escoger una opción debo pensar profundamente, y este es el título de este artículo, en lo que todo exiliado cubano debe saber (y no sabe).
Lo primero que no sabía me lo dijo el actual vicepresidente de República Dominicana, Carlos Morales Troncoso, gran amigo de los exiliados anticastristas. En una reunión con un grupo de amigos nos aseguró que las cancillerías latinoamericanas no simpatizaban con Miami.
Debemos también saber que no le simpatizamos a la prensa norteamericana ni mundial. En mi columna de la semana pasada, explico como una prueba con un detector de mentiras, realizada por el prestigioso experto Thomas K. Mote, concluyó que Luis Posada Carriles es inocente de la voladura del avión de Cubana en Barbados. Y no se ha movido una mosca. Y es que no se publica lo políticamente incorrecto. Si la prueba poligráfica de Mote se la hubiera hecho con resultados de inocencia al diplomático iraní que voló la sede de AMIA que provocó 86 muertos, o al terrorista venezolano El Chacal, hubiese sido noticia de primera página en el New York Times, el Chicago Tribune, The Guardian de Gran Bretaña, El País de España y Le Monde de Francia. Sin embargo, la noticia sobre Posada Carriles por su incorrección política ni siquiera un periódico de la Pequeña Habana ha salido a ayudar a aclarar una acusación tan infame.
Tercera mala noticia. ¿Qué anda mal con nosotros? ¿Por qué no tenemos el valor de rectificar lo que estamos haciendo mal? ¿Por qué ese pánico en autocriticarnos? Somos los reyes del comercio y los negocios. Llegamos a Miami en los 60 cuando este era un pueblo de campo y lo convertimos en metrópoli. Pero salvo Jorge Mas Canosa, aquí nadie tiene idea de cómo enfrentar al castrismo, ni sabemos cómo proyectar a nivel internacional una imagen mesurada. Ni logramos explicar cómo vamos a lograr en la Cuba futura una verdadera reconciliación nacional.
Quinto bombazo. Nuestra ineficacia en política se explica con dos trastazos. No fuimos capaces a su debido tiempo de convencer a Washington que los cubanos teníamos derecho a luchar por nuestra libertad con las armas en la mano. Y está nuestra derrota en cuanto a ignorar la fuerza de la propaganda. El castrismo alimentó un grotesco mito con dos películas sobre el Ché Guevara, Diarios de Motocicleta, con Gael García Bernal, y El Ché , con Benicio del Toro. Cuba y Venezuela estuvieron detrás de una miniserie llamada Carlos, sobre Ilich Ramírez, dirigida por Steven Soderbergh, que recibió el prestigioso Globo de Oro por la prensa acreditada en Hollywood. Y este exilio, con todo nuestro poder económico, no hemos sido capaces de hacer un cartón en colores de 30 segundos de Tom and Jerry denunciando las canalladas del castrismo. ¿Ignoramos que la política mundial la mueve la propaganda? Para nosotros, el universo empieza y termina en la Calle Ocho. Las avenidas y caminos del mundo son el restaurante Versalles. Vivimos mirando nuestro ombligo. Y por lo mismo no influimos, no hablemos de Europa o Latinoamérica, sino ni siquiera en West Palm Beach.
Por último lo que todo exiliado cubano debe saber (y no sabe). Cuando todas las mañanas los hombres nos afeitamos y las mujeres se maquillan frente al espejo, creemos ver nuestra imagen. Esa imagen es falsa. No existe. Si metemos nuestro dedo anular con una uña bien afilada en nuestra dermis y con un profundo dolor nos arrancamos la piel del rostro, debajo de él aparece Fidel Castro. Porque siguiendo el viejo proverbio de que los extremos se tocan, somos extremistas, intransigentes, nos insultamos, nos vejamos, nos humillamos imitando a Fidel. Seguimos sus huellas con una cuidadosa mimetización. Lo copiamos en contra de nuestros deseos pero lo copiamos. Lo repetimos con la opción de recrearnos en ese placer por lo prohibido y deshonesto que viciosamente todo ser humano lleva dentro. Y todo este preámbulo es para encajar en la línea de mis ideas, que el dramaturgo y actor René Ariza expresó lo más profundo y genial que haya elaborado nadie en este exilio de Miami cuando dijo: ``Todos los cubanos debemos cuidarnos del Fidelito [del Fidel Castro] que llevamos dentro''.
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