Mario J. Viera
Es de noche. El vecindario ya duerme;
pero no todos se han recogido al descanso en el interior de un apartamento.
Alguien vigila, alguien que asume el rol de protector de la comunidad. De pronto
su acuciante mirada capta una figura que camina por la acera y se cubre el
rostro con la capucha de su suéter. Observa con atención: “Es un negro ─ se
dice ─ No lo conozco… no le he visto antes por aquí… Es un muchacho…
Probablemente intente robar en cualquier domicilio… ¡Voy a seguirle!”
Así, de esta y no de forma diferente,
la noche del 26 de febrero de 2012 debió pensar George Zimmerman al ver al
adolescente negro que caminaba tranquilamente por una calle de la comunidad
residencial de Sanford. De tratarse de un adolescente blanco ¿habría abrigado
la misma preocupación? No lo creo.
La operadora del 911 le advierte a
Zimmerman que no persiga al adolescente; pero el vigilante no hace caso de la
advertencia. Él se cree policía, cree que tiene un deber irrenunciable con la
comunidad para garantizarle su seguridad. Es un súper héroe, una versión
americana del cederista cubano. De mantenerse “con la guardia en alto”.
Zimmerman actúa bajo un esquema de
prejuicio racial que crea el estereotipo de que todo negro es sospechoso de
actividad criminal. Quizá influido por el creciente número de asaltos y atracos
cometidos por muchos jóvenes y adolescentes de la raza negra le surge la
sospecha de aquel adolescente, Trayvon Martin,
que veía vagando por una calle de Sanford, pudiera ser un potencial
criminal. Esta actitud prejuiciada que impulsa a sospechar de una comunidad
racial, la rememora Barack Obama cuando hablando a título personal dijo: “Hay muy pocos afroamericanos que no hayan
tenido la experiencia de ser perseguidos en una tienda, y eso me incluye a mí.
(...) Caminar por una calle y escuchar
cómo se iban cerrando las puertas de los coches. Eso me pasó antes de ser
senador”.
Zimmerman comenzó a perseguir a
Trayvon. Le seguía detrás con su auto. Cualquiera que tenga la sensación de ser
perseguido por un carro sin insignias policiacas y en plena noche puede
sentirse preocupado. ¿Qué hacer en ese caso? Hay dos opciones, huir de la
escena o decidirse a confrontar al acosador. Esto último fue lo que optó
Trayvon Martin: enfrentar a su perseguidor para defenderse de una supuesta
agresión; de una supuesta amenaza a su vida. No estaba armado, solo contaba con
sus puños para defenderse. Fue un fatal error; un error que le costó la
existencia.
Zimmerman pudo entonces alegar que
actuó en defensa propia. La ley le amparaba; lo protegía esa absurda ley Stand your ground que apoyan republicanos y la poderosa Asociación Nacional del Rifle.
Obama llama a una reflexión e indica: “Solo le pido a la gente que considere: si
Trayvon Martin hubiese sido mayor de edad y hubiese estado armado, ¿habría
podido defenderse en esa acera? ¿Y creemos verdaderamente que hubiera estado
justificado que disparase a Zimmerman, porque lo había perseguido antes en un
coche y se sintió amenazado?”
Esta ley en su esencia establece que
cualquiera que presuma en peligro su propiedad o su vida no debe retroceder
sino hacer uso de un arma letal y, además señala, que una persona que no esté
envuelta en una actividad ilícita y que sea atacada en cualquier lugar donde
tenga el derecho de estar, no tiene que huir para evitar el peligro teniendo el
derecho de defenderse con empleo de la fuerza, aunque provoque la muerte de
otra persona, si verdaderamente lo cree necesario para salvar su vida.
En virtud de esta ley a la que se
acogiera posteriormente George Zimmerman, Trayvon Martin tenía el derecho de
atacar a su perseguidor ya que no había evidencia alguna de que estuviera
envuelto en una actividad ilegal y nada
le prohibía que caminara por aquella calle de Sanford en horas de la noche.
George Zimmerman fue declarado no
culpable de la muerte de Trayvon por un jurado de seis mujeres, cinco anglosajonas
y una hispana, y puesto en libertad, pero de hecho fue el responsable de la
muerte del adolescente negro al perseguirle sin autoridad para hacerlo y provocar
su reacción violenta. Cuando el muchacho le enfrentó con sus puños, Zimmerman
perdió el valor, sintió miedo, y a pesar que le superaba en corpulencia, no fue
capaz de ripostar a golpes e hizo uso de su arma.
No creo que el jurado deliberó de la
mejor manera. No consideró que Trayvon poseía también la legitimidad de agredir,
de acuerdo con la Ley de la Florida, a quien consideraba que podía ser una
amenaza para su seguridad. Influido por la defensa que de Zimmerman hiciera su
abogado Mark O’Mara el jurado se planteó una duda lógica. No había testigos
oculares que pudieran aportar un juicio fuera de duda. Renunció el jurado al
ejercicio del sentido común, tal como se lo sugiriera O’Mara: “Tengan cuidado con su sentido común porque
el sentido común es la forma en que conducimos nuestra vida diaria, la forma en
que tomamos decisiones rápidas y lo hacemos todos los días. No otorguen a nadie
el beneficio de la duda excepto a George Zimmerman, él no es culpable de nada
exceptuando de proteger su propia vida”. El mismo argumento hubiera sido
válido también a favor de Trayvon Martin.
Alguien formuló una pregunta que yo
también me hago y no quisiera darle respuesta: ¿Qué hubiera ocurrido si un
Zimmerman que fuera de la raza negra, hubiera matado en “defensa propia” a un
Trayvon Martin que fuera blanco?
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