Sergio Muñoz Bata. EL NUEVO HERALD
Susan Rice, la nueva consejera de Seguridad Nacional |
Para entender el predicamento en el
que se encuentra el presidente Barack Obama al intentar formular su política
exterior bastaría con oír la voz de la calle en El Cairo. Para los partidarios
del depuesto presidente Mohamed Morsi, así como para quienes apoyan a los
militares que le derrocaron, el verdadero culpable del conflicto que aflige a
su país es Estados Unidos, es decir, Barack Obama.
Los egipcios, sin embargo, no son los
únicos que se quejan de la política exterior de Obama. En Europa, el
descubrimiento del espionaje de la NSA a ciudadanos estadounidenses y
extranjeros residentes en EEUU, y a sedes diplomáticas y gobiernos de por lo
menos 38 países ha creado malestar. Más entre la ciudadanía, a quien le parece
una intrusión moralmente repugnante, que entre los gobernantes, que entienden
que el espionaje a amigos y enemigos es práctica común. Hoy, por ejemplo, menos
de la mitad de los alemanes piensan que se puede confiar en el gobierno
estadounidense.
En América del Sur, más
específicamente en los países del ALBA, el sentimiento antinorteamericano se ha
redoblado por el maltrato al presidente de Bolivia, Evo Morales, al negársele
sobrevolar o aterrizar en algunos países europeos bajo la sospecha de que en el
avión presidencial viajaba Edward Snowden, el analista de la CIA que reveló el
espionaje de la NSA. Descaradamente, EEUU ha negado ser responsable del
incidente, y ni Obama ni Kerry han dicho una palabra sobre el caso.
En Estados Unidos, por otro lado, creo
que tampoco se acaba de entender bien cuál será el rumbo que tomará la política
exterior de Obama en su segundo período. La etapa en la que tradicionalmente
los presidentes estadounidenses procuran cimentar su legado.
Amparados en su idea de que Estados
Unidos es el país del destino manifiesto y la potencia mundial indispensable, a
los estadounidenses les gusta medir a sus presidentes en términos de su legado.
Sin negar el mérito de Gran Bretaña, el único país europeo que nunca capituló
en su lucha contra Adolf Hitler, el legado mayor del presidente Franklin Delano
Roosevelt en política exterior fue intervenir en la Segunda Guerra Mundial para
coadyuvar decisivamente a derrotar a los ejércitos nazi-fascistas. A Lyndon B.
Johnson, un presidente que tuvo grandes logros en su política interna,
desafortunadamente se le recuerda por su intervención en la fracasada Guerra de
Vietnam.
Hasta ahora, Obama se ha perfilado
como un político realista aunque plagado de contradicciones. “Obama”, cuenta Gideon Rachman, del Financial Times, que le comentaba el
académico turco Hakan Altinay, “habla
como si fuera el presidente de la Unión Americana de Libertades Civiles pero
actúa como si fuera Dick Cheney”.
Sin embargo, y a pesar de la
permanencia de la prisión en Guantánamo, y del feroz bombardeo con drones, lo
justo sería admitir que hasta ahora Obama se ha mantenido fiel a su promesa de
no intervenir militarmente para imponerle un sistema de gobierno a ningún país.
Y también que ha resistido la presión de intervenir en Libia, en Egipto y ahora
en Siria, dejando que sean los libios, los egipcios y los sirios quienes
decidan su destino.
De cualquier modo, no deja de extrañar
que al tiempo que Obama nombra secretario de Estado a John Kerry, y a Chuck
Hagel como secretario de Defensa, dos hombres pragmáticos que privilegian la
negociación con el enemigo por encima de la intervención militar, designe a dos
“moralistas” como parte del mismo equipo. Susan Rice, la nueva consejera de
Seguridad Nacional, es reconocida por su activismo tanto como por su creencia
en que EEUU tiene la obligación moral de intervenir en otros países para
detener desastres humanitarios. Lo mismo sucede con Samantha Power, la recién
nombrada embajadora en Naciones Unidas, que se ha distinguido por su defensa de
los derechos humanos.
Así las cosas, lo que habrá que ver es
por cuál de los dos modelos se inclina Obama, si logra articular una visión
clara de sus objetivos en política exterior y si tiene la habilidad política
necesaria para convencer al Congreso y a la opinión pública estadounidense que
su visión es la que mejor protege los intereses de EEUU en el mundo. Hoy las
encuestas dicen que la mayoría de los estadounidenses quiere una defensa
robusta del país y no tiene ningún deseo de cambiar el mundo por la fuerza.
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