Por
Iván García. DIARIO LAS AMERICAS
Aunque
usted viaje de Miami a La Habana en segunda clase y en un vuelo de poco menos
de 45 minutos, los aranceles y el precio del billete aéreo son de infarto.
Probablemente,
a un cubano residente en la Florida le resulte más barato viajar a Europa que
visitar a sus parientes. El régimen de Castro tiene su arma secreta contra el
embargo que desde 1962 implantó Estados Unidos a la isla.
La
réplica ha sido ordeñar a los exiliados que viven desperdigados por medio
mundo, en particular en la otra orilla. Sin fanfarria, el castrismo ha creado
una formidable industria con el sudor y sacrificio de los emigrados.
A
finales de los años 70, la ineficiente economía cubana dilapidaba miles de
millones de rublos, combustible y recursos materiales de la antigua URSS. Una
buena parte de ese caudal de dinero se destinaba al proyecto favorito de Fidel
Castro: desestabilizar a Gobiernos del continente americano y África mediante
la subversión.
Su
plan oculto era crear una alianza de países del Tercer Mundo que le plantara
cara al “imperialismo yanqui”. Esa estrategia costaba mucho dinero.
En
un principio, la moneda dura se obtenía mediante asaltos a bancos y secuestros
de empresarios millonarios por parte de grupos procastristas en América. Y se
guardaba en cuentas manejadas por el régimen cubano.
Otra
forma de acceder a los dólares gringos era
vendiendo en el mercado mundial una parte del petróleo que la URSS
ofrecía a Cuba. Pero no era suficiente. La subversión es cara.
Fue
entonces que los jerarcas de La Habana miraron de soslayo al norte. En el sur
de la Florida existía un opulento botín. Cubanos que trabajando duro habían
triunfado gracias a la democracia, libertad empresarial y creatividad personal.
Se
diseñó una nueva estrategia. Los dólares de los otrora calificados de “gusanos”
por el régimen, ahora se necesitaban para abrir cuentas en divisas manejadas
personalmente por el comandante en jefe. Evocando la “reunificación familiar”,
en 1978 se establecieron vuelos para que la comunidad cubana en Estados Unidos
visitara a sus parientes pobres en la isla.
A
Castro le importaba poco la familia. Era un asunto de negocios. Años antes,
escribir una carta a un padre o hermano que residía en el imperio era casi un
delito y no pocos perdieron su puesto de trabajo. Entonces, también era un delito
ser católico, escuchar a los Beatles o usar jeans.
La
pirueta ideológica del régimen al acercarse a los cubanos que vivían en la
Florida, no fue una estrategia de buena voluntad o arrepentimiento. Para nada.
Fue una maniobra sutil para establecer un canal por donde fluyeran dólares
hacia la isla.
Fidel
Castro siempre ha tenido su filosofía particular. Considera ilegal el embargo
estadounidense. Por tanto, cualquier camino para burlarlo es una buena opción.
Cuando
a principios de los años 80 los emigrados viajaban a su patria, en el
aeropuerto los dólares se los canjeaban a uno por uno contra el peso. Debían
rentar no menos de tres noches en un hotel, aunque su familia le brindara
hospedaje. Se creó una red de tiendas exclusivas en dólares en centros turísticos
que, a precio de oro, vendía ropa, productos de aseo y electrodomésticos.
A
la par, como carril alternativo, el régimen abrió casas comerciales que
cambiaban joyas de oro y plata, porcelana fina y lienzos de artistas plásticos
de renombre por equipos de música, televisores a color o un auto ruso. Cuando
el comunismo soviético dijo adiós, los autócratas caribeños reforzaron sus
políticas de tender puentes para atraer las remesas del exilio.
En
1993 se legalizó la tenencia del dólar y a la par comenzaron a funcionar dos
monedas. Ahora el cuc (peso cubano convertible), con apreciable poder
adquisitivo, y el peso, altamente depreciado.
En
torno al exilio se ha montado una industria colosal en la Florida. Agencias del
gobierno de Castro pululan en Miami y Tampa y están dedicadas al trasiego de
ropas, videojuegos, electrodomésticos, ordenadores y al negocio de los
celulares en la isla. Todo a cambio de comisiones abusivas. Es cierto que el
emigrante cubano goza de un privilegio especial: cuando llega a suelo estadounidense
se le abren las puertas de la residencia legal.
Pero
también es el único emigrante del mundo que debe pagar gravámenes exagerados
para enviar dinero y paquetes, hacer
llamadas telefónicas o viajar al reencuentro con los suyos.
Como
promedio, un cubano gasta no menos de 1.000 dólares antes de abrazar a sus
parientes en el aeropuerto habanero. Por un pasaporte, la Sección de Intereses
de Cuba en Washington cobra 375 dólares la primera vez. Vence a los 6 años y
renovarlo cuesta otros 375 dólares.
Un
pasaje aéreo desde la Florida vale poco más de 440 dólares. Cuando aterriza en
La Habana, debe tener lista la billetera. La Aduana de Cuba tiene una amplia
tabla de impuestos a numerosos artículos. Que van desde 10 dólares por un
ventilador a 400 dólares por una computadora. Y por cada libra de sobrepeso
tiene que pagar 5 dólares. Por lo general, son las líneas aéreas las que cobran
una tarifa por exceso de pasaje, no los aeropuertos. Los exiliados cubanos son
de los pocos en el mundo que deben poseer un pasaporte para visitar su país. En
caso de ser opositores al Gobierno, el régimen se abroga el derecho de no
permitir su entrada.
Del
embargo de Estados Unidos se habla bastante. Cada año, un amplio quórum
universal vota en Naciones Unidas por su derogación.
Tanto
entre la población como en la disidencia, es mayoría la que está a favor de
eliminarlo. Consideran que es un pretexto de los hermanos Castro para mantener
el inmovilismo político.
El
embargo tiene múltiples coladeros. Cuando los gobernantes o sus parientes lo
desean, en un tercer país o en los propios Estados Unidos, adquieren un
vehículo Hummer, whisky Jack Daniel’s o antibióticos de última generación. En
las tiendas cubanas son vendidas en dólares desde Coca Cola hasta impresoras
HP.
Pero
del “embargo” que sufren los compatriotas del exilio no se habla en Naciones
Unidas ni en la prensa mundial. Ellos suelen pagar demasiado caro cualquier
servicio o ayuda a sus parientes en Cuba. Por el único “delito” de que un día
decidieron marcharse de su país.
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