Roberto Giusti. EL UNIVERSAL
Que Rusia haya sido el país donde ha
recalado, por ahora, Edward Snowden no deja de resultar una paradoja. Que sean
países como Venezuela, Ecuador, Bolivia y/o Nicaragua, los únicos del planeta
que expresaron, en diferentes momentos, su disposición de acoger esa papa
caliente, confirman el contrasentido. Y no hace falta estar muy bien informado
para establecer que todos esos países sostienen en común, unos con sus más, otros
con sus menos, una orgánica y sistemática cruzada contra el libre flujo de la
información. Pero paradoja también es que el país de las libertades y del
respeto a los derechos humanos haya sido pillado in fraganti metiendo la nariz
en los "metadatos" de millones de norteamericanos, así como en las
comunicaciones de internautas de todo el mundo.
Primera conclusión: el episodio
Snowden corrobora la certeza de que todo el mundo espía a todo el mundo (una
verdadera perogrullada), pero, sobre todo, pone al descubierto la gigantesca
escala a la cual se ha llegado gracias al desarrollo de la tecnología aplicada
a las comunicaciones. La tercera, es que nadie está a salvo del implacable
escudriñamiento al cual nos vemos sometidos todos los seres humanos, porque hasta
un niño con un celular se convierte en potencial agente secreto o reportero
espontáneo. La cuarta es que a pesar del combate encarnizado contra el derecho
a la intimidad, los medios masivos de comunicación (y no sólo los dirigidos
desde empresas) han convertido la contrainformación en un arma masiva de uso
habitual. Así, a pesar de que ahora se dispone de una cantidad de información
real como nunca antes se tuvo, en cantidad e instantaneidad imposible de
digerir, la otra, la manipulada, la sesgada y elaborada, ha llegado a niveles
que harían salivar de gusto al doctor Goebbels.
La última de las paradojas, como
consecuencia de las anteriores, son los curiosos lazos que identifican el caso
Assange con el episodio Snowden. Así, mientras el primero pone al descubierto
documentos del Departamento de Estado que en buena medida podrían ser de
dominio público, convirtiendo así al Estado en "víctima" del
espionaje, el segundo revela cómo "la víctima" se convierte en
victimario en nombre de la seguridad de todo un país.
Que los rusos históricamente han
sofocado la libertad de información, que los chinos no se queden atrás en esa
materia; que Correa sea un déspota incapaz de escuchar la palabra
"medios" sin entrar en shock; que Chávez haya cerrado televisoras y
emisoras de radio y que Maduro condene el mismo espionaje del cual se sirve
para sus fines políticos, son algunas de las razones que, ya muy tarde, debe
estar sopesando Snowden, quien ahora pasa a ser, por fuerza de los hechos, el
"cautivo Snowden".
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