Mario J. Viera
Escucho
y leo a menudo lo que en gran parte del exilio y de la oposición se habla de
los miembros de la resistencia antibatistiana. Por lo general son marcados con
los peores tintes políticos, sin omitir el calificativo de terroristas y hasta
de acusarles de ser responsables del sistema que se implantara en Cuba tras la
fuga del dictador Fulgencio Batista.
Lo
que hoy se considera como actos terroristas no era calificado así durante la
primera parte del Siglo XX, se trataba de medios informales de lucha, tal vez
sangrientos; sí, violentos, pero era el medio de enfrentarse a las fuerzas
represivas poderosas e inescrupulosas. Así ocurrió durante nuestras lides
emancipadoras. Machete y tea contra el poder colonial. En Bayamo de 1868 los
insurrectos decidieron incendiar la ciudad y lo decidieron por todos sus
habitantes. Este acto podría calificarse con los valores del presente como una
acción terrorista.
Durante
la lucha de grupos clandestinos contra el régimen de Gerardo Machado, se hizo
estallar petardos, se recurría a ejecuciones extrajudiciales y corría la
sangre. No recuerdo haber escuchado un comentario descalificando a los
revolucionarios del 33. Y el ejemplo del 33 estaba inmerso en el imaginario
popular; como estaba coligado el recuerdo de los movimientos de resistencia
anti nazi de Europa, apenas una década antes.
A
los militantes del Directorio Revolucionario, de la Organización Auténtica y del Movimiento 26 de Julio lo más suave que
de todos ellos, sin excepción se dice es que eran aventureros, es decir gente
que disfrutaba la descarga de adrenalina que provoca cualquier situación donde
se arriesga la vida. Nada de ideales en su comportamiento, solo amor por el
peligro, por la acción, así se les ve cuando se les trata con mayor suavidad.
Muchos
entregaron sus vidas valientemente, en un calabozo o en la vía pública luchando
por lo que creían justo y correcto; por lo que creían era un deber patriótico.
Esos que murieron jamás pudieron imaginar que en Cuba, gracias a su sangre, se
establecería un poder totalitario.
Conocí
a muchos miembros del clandestinaje, ninguno era comunista, una gran parte de
ellos eran católicos practicantes, casi todos de extracción modesta o de clase
media. De los comunistas que en esa época conocí, ninguno combatió al batistato
con métodos insurreccionales. Estos últimos se agazapaban para luego, tras la
victoria intentar la manipulación de los revolucionarios. Ellos, junto a Fidel
Castro conspiraron para traicionar a la revolución, ellos condujeron al país
hacia el dominio de un poder autócrata, totalitario.
La
población, en general, respetaba a los jóvenes de la lucha clandestina, incluso
les admiraban y en muchas ocasiones les protegían y hasta les ofrecían refugio.
Mientras
la juventud se desangraba en ciudades, pueblos y bateyes, en la Sierra Maestra
se fraguaba la traición de una revolución que aspiraba a restituir en todo su
alcance la Constitución de 1940, el adecentamiento de los poderes públicos, el
flujo de la democracia y la apertura de una puerta de esperanzas de superación
para los emprendedores.
Los
que cayeron, cayeron como héroes, los que sobrevivieron, algunos se unieron al
carro del poder, otros se rebelaron contra la traición castrista y le
combatieron con los mismos métodos que antes emplearan para combatir al régimen
de Batista, muchos defraudados abandonaron el país, otros que se negaron a
colaborar con la nueva dictadura pero sin emplear la violencia terminaron
cumpliendo largas penas de prisión sin faltar los que tuvieron que enfrentar el
paredón de fusilamiento.
Nombres
muy respetados son ejemplos de esta aseveración. Resalta el nombre del comandante
de la Sierra Maestra Huber Matos; del expedicionario del Granma y asaltante al Cuartel
Moncada, Mario Chanes de Armas; del asaltante al Cuartel Moncada Gustavo Arcos
Bergnes; del inolvidable Pedro Luis Boitel, ninguno fue comunista.
Ni
José Antonio Echevarría, ni Frank País, ni
Sergio González, el Curita, ni Fructuoso Rodríguez, ni Joe Wesrbrook,
Carbó Serviá, Arístides Viera González (Mingolo) o los menos conocidos como
Andrés Torres (Cañeco), y los tantos que formaron filas en las acciones
insurreccionales y perdieran la vida, ninguno de ellos son culpables de la
traición de Fidel Castro.
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