viernes, 19 de julio de 2013

Algunas veces, necesario


Destacan dos artículos que enjuician el golpe de estado egipcio desde una muy diferente perspectiva a la mantenida por una mayoría de analistas. El primero es el del comentarista Andrés Oppenheimer bajo el título “¿Regresan los golpes tolerables?”; el segundo debido a la autoría de Fernando Mires: “La lección de Egipto”.

Mario J. Viera

En ciencia social y en política hay temas tan delicados que abordarlos implican un determinado compromiso o exigen el despliegue de una cuidadosa retórica para no caer ni dentro del bando de los intolerantes ni dentro del bando de los idiotas. Uno de estos temas es el referido al golpe de estado.

A propósito del golpe de estado producido por las fuerzas militares de Egipto contra el presidente electo Mohamed Morsi, mucha tinta se ha gastado y mucho espacio noticioso se ha empleado; por lo general favorable al golpe militar que depuso a un gobernante que iba perdiendo el apoyo de gran parte de sus conciudadanos.

Debo reconocer que de principio me alegró el derrocamiento del gobierno de los Hermanos Musulmanes; pero al mismo tiempo abrigando dudas con respecto al predominio de los militares egipcios, que para nadie es desconocido que son adictos al poder.

Destacan dos artículos que enjuician el golpe de estado egipcio desde una muy diferente perspectiva a la mantenida por una mayoría de analistas. El primero es el del comentarista Andrés Oppenheimer bajo el título “¿Regresan los golpes tolerables?”; el segundo debido a la autoría de Fernando Mires: “La lección de Egipto”.

El tema que aborda Oppenheimer es su preocupación de que el gran despliegue de opiniones favorables a los golpistas de Egipto pudiera “ser un mal precedente para Latinoamérica: podría ayudar a legitimar una vez más la idea de que hay golpes militares ‘buenos’”. Para Mires el tema se encierra en la idea básica que expresa, diciendo: “Nunca, pero nunca, hay que apoyar una iniciativa golpista. Venga de donde venga”.

Tanto Oppenheimer como Mires condenan la estupidez expuesta en el editorial de The Wall Street Journal del 4 de Julio que expresaba:

Los egipcios serán afortunados si sus nuevos generales gobernantes siguieran el ejemplo del chileno Augusto Pinochet, quien asumió el poder en medio del caos, pero reclutó a reformistas partidarios del libre mercado y generó una transición hacia la democracia

La de Pinochet fue una de las dictaduras más sanguinarias de todas las conocidas anteriormente en la América Latina, ningún buen ejemplo se puede sacar de la misma ni de la implantación del sistema económico que promovían los “Chicago boys” y el “miracle of Chile” de Milton Friedman.

A la falacia del Wall Street Journal responde Mires acertadamente, diciendo: “Dejando de lado la mentira de que Pinochet preparó la transición a la democracia (es sabido que entregó el poder gracias a la presión de la calle y por cierto, de los generales que la escucharon) no hay nada que compruebe que el desarrollo económico ocurre gracias a la existencia de dictaduras. Por el contrario: hubo y hay países latinoamericanos que pueden mostrar tan buenos, o aún mejores números que Chile, sin haber pasado por el infierno de una dictadura”.

Muy justa es la opinión de Oppenheimer al decir: “Por malo que (un presidente electo) sea, los generales que asumen el poder se convierten en dictadores, violan los derechos humanos, y convierten en víctimas a los líderes depuestos, cuyos partidarios tarde o temprano terminan regresando al poder”. Mires ratifica esta idea diciendo: “La profesión de los militares es muy digna. Pero su misión es resguardar la soberanía nacional y nada más. En política no tienen nada que hacer. Esa y no otra es la cien veces repetida lección que nos deja el caso egipcio”.

Comparto plenamente las opiniones que al respecto expresan ambos analistas; pero dentro de ciertos matices. Desde mi punto de vista, en ocasiones, un golpe de estado es necesario y plenamente justificado cuando sea de todo punto imposible seguir la recomendación de Oppenheimer de “enfrentar a los dictadores electos con la regla de las tres P: protestas, presión y paciencia”.

Ciertamente Oppenheimer hace una distinción en cuanto a la justificación de un golpe de estado al afirmar: “Salvo en casos de genocidios (estoy pensando en la Alemania de Adolfo Hitler) no hay tal cosa como un golpe militar “bueno” contra un presidente electo”. Yo agregaría que también en casos de que un gobierno electo por su incapacidad y sus actos arbitrarios colocara al país en un estado de guerra civil se pudiera justificar el golpe militar.

El consejo de las tres P, no hubiera funcionado jamás durante la dictadura de José Gaspar Rodríguez de Francia, el Supremo en Paraguay. Fue tal su control despótico de la sociedad que el fin de su dictadura lo dictó la biología con su fallecimiento en paz. La represión por él instaurada inhibió el recurso de las protestas; tal era su intolerancia política que hizo tabla rasa de cualquier presión que ejerciera sobre su gobierno cualquier sector de la sociedad.  La paciencia que se tuvo para soportarle fue tanta que pudo morir en paz en su propio lecho y sin haber renunciado al poder.

¿Qué decir de Alfredo Stroessner quien a lo largo de sus 35 años de tiranía practicó el ajusticiamiento extrajudicial de sus opositores, encarceló y torturó sin piedad,  deportó a muchos, y violó todo el catálogo de los derechos de la Declaración Universal. El fin de su régimen llegó luego de un golpe de estado el 3 de febrero de 1989 tras un pronunciamiento militar. Aunque las condiciones sociales en Paraguay no mejoraron significativamente tras su derrocamiento, al menos en el país mediterráneo se pudo vivir con un poco más de tranquilidad.

La dictadura de Marcos Pérez Jiménez, en sus cinco años de poder enfrentó protestas y presiones de muchos sectores de la sociedad venezolana, hasta que se colmó la paciencia de la Marina de Guerra y de la Guarnición de Caracas que se pronunciaron en contra del dictador obligándole a huir del país el 23 de enero de 1958. El golpe militar dio paso a una junta que sería encabezada por el almirante Wolfgang Larrazábal. Luego de convocar a elecciones para elegir al nuevo gobierno, la Junta entregó el poder a Rómulo Betancourt.

Tras de  su investidura en la presidencia venezolana, Betancourt expresó si vocación democrática cuando expuso, lo que más tarde sería reconocida como Doctrina Betancourt:

“Solicitaremos cooperación de otros gobiernos democráticos de América para pedir, unidos, que la Organización de Estados Americanos excluya de su seno a los gobiernos dictatoriales porque no sólo afrentan la dignidad de América, sino también porque el Artículo 1 de la Carta de Bogotá, acta constitutiva de la OEA establece que sólo pueden formar parte de este organismo los gobiernos de origen respetable nacidos de la expresión popular, a través de la única fuente legítima de poder que son las elecciones libremente realizadas. Regímenes que no respeten los derechos humanos, que conculquen las libertades de sus ciudadanos y los tiranice con respaldo de las políticas totalitarias, deben ser sometidos a riguroso cordón sanitario y erradicados mediante la acción pacífica colectiva de la comunidad jurídica internacional”.

El golpe de estado de 1958 iniciaba la senda democrática de Venezuela que sería interrumpida, primero por los sucesos conocidos como el caracazo del 28 de febrero de 1989, como resultado de las protestas populares en contra del gobierno de Carlos Andrés Pérez y de las presiones ejercidas por los medios y sectores de la sociedad civil; posteriormente se produce el frustrado golpe de estado del 4 de febrero de 1992 liderado por el Teniente Coronel Hugo Chávez y finalmente con la ascensión a la presidencia el 2 de febrero de 1999 y sus catorce años de gobierno populista tendiente a la implantación de un sistema totalitario.

El chavismo luego de la muerte de Chávez y la toma del poder por la pareja Nicolás Maduro-Diosdado Cabello ha estado perdiendo legitimidad en tanto que la oposición ha ido ganando en fuerza y organización. La tres P de Oppenheimer ha estado funcionando largamente en Venezuela; pero cada día es más que evidente que la oposición no alcanzará el poder por medio de elecciones democráticas y transparentes. La paciencia puede llegar a un punto de no más. En esas condiciones, un pronunciamiento militar dirigido a derrocar a la camarilla chavista, creo que podría catalogarse de tolerable y bienvenido.

El golpe de estado que el 12 de agosto de 2013 que depuso en Cuba al gobierno electo de Gerardo Machado fue aclamado por la población. Machado que en las elecciones de 1924 obtuvo la presidencia por una gran mayoría de votos, impulsó una reforma a la Constitución de 1901 que le permitiera la reelección y la extensión de su mandato por seis años en lugar de los cuatro que consideraba la Constitución para cualquier mandato. Se creyó a sí mismo, por el alto apoyo que había recibido de parte del electorado, como imprescindible, una especie, según sus propias palabras, “el Hombre Dios, el Nuevo Mesías, el Hombre Antorcha, que todo lo podía…”

Ante su plan de prórroga de poderes la oposición reaccionó en contra. Machado continuó con los métodos represivos que había impuesto en su primer mandato y el clima político se fue enrareciendo hasta que a partir de 1931 aparecieron grupos de conspiradores originándose un virtual estado de guerra civil, que el gobierno no pudo controlar. Según el Dr. Ramiro Guerra y Sánchez en su Historia elemental de Cuba una huelga de ómnibus en la Habana (5 de julio de 1933), en el cargado ambiente político, se extendió y tomó carácter revolucionario. Finalmente, la sublevación de algunos oficiales y algunas unidades del Ejército, el 11 de agosto, precipitó la caída del Gobierno el día 12”.

El 10 de marzo de 1952, el general Fulgencio Batista dio un golpe de estado contra el gobierno de Carlos Prío Socarrás faltando poco para las elecciones generales convocadas para el primero de junio de ese año. El golpe realizado en contra de los postulados de la Constitución de 1940 provocó una fuerte oposición principalmente entre el estudiantado y dio inicio al poder de la casta militar-policiaca. Luego de una insurrección generalizada la dictadura de Batista finalmente fue derrocada. La caída del gobierno, sin embargo, no abrió las puertas para la democratización del país, instaurándose un régimen totalitario de corte marxista-leninista que todavía continúa en Cuba.

El régimen de los Castro se ha caracterizado por su total intolerancia hacia la existencia de partidos u organizaciones opositoras. Controla todos los poderes del Estado, despliega una poderosa actividad policiaca sobre toda la sociedad imponiendo la represión por medio del paredón de fusilamiento o con largos años de confinamiento carcelario; junto a todo ello ha hundido a Cuba en la ruina. Contra el poder de los Castro no caben protestas, no se admiten presiones y la paciencia se va acabando pero callada, asfixiada por el temor general.

Si entre los cuarteles de la dictadura castrista apareciera un Claus von Stauffenberg caribeño que intentara reeditar la Operación Walkiria; si entre los mandos jóvenes de las fuerzas armadas se incubara una conspiración para derrocar al castrismo, si finalmente las unidades del Ejército de Occidente, ocuparan las calles de La Habana, tomaran los edificios del Ministerio de las Fuerzas Armadas y del Ministerio del Interior; si rápidamente se movieran para detener a los altos dirigentes del Partido Comunista y a los altos funcionarios del gobierno y lograran establecer una junta de gobierno de transición integrada por militares y civiles; ¿sería condenado ese golpe de estado?; ¿acaso este no sería un golpe tolerable?   

En este caso y en los apuntados anteriormente creo que discreparía del sabio consejo dado por Fernando Mires; porque hay iniciativas golpistas que merecen ser apoyadas.

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