Mario
J. Viera
En
Cuba se conmemoró con gran pompa el descalabro del asalto al Cuartel Moncada; y
en la tribuna del jolgorio que recuerda a tantos asaltantes y soldados que
murieron en aquel ya distante 26 de julio de 1953 ─, distante en el tiempo, sin
significado en la conciencia popular, pero siempre recurrente de una pasada
gloria para los achacosos líderes históricos del castrismo ─ no faltaron los de
siempre o casi siempre aliados incondicionales de la tiranía militar más
longeva de América Latina.
No
podía faltar a la conmemoración el candidato venezolano del castrismo Nicolás
Maduro que quizá viendo algún totí volando cerca tal vez creyera que se tratara
de otra encarnación del amado comandante.
Junto
a Maduro, no podía faltar ese que dizque gobierna en Nicaragua, Daniel Ortega,
quien después de los festejos debe haber agarrado una revolucionaria juma con
Habana Club.
También
presente ese fronterizo que gobierna al más tercermundista país de América
Latina, Evo Morales y para vergüenza de Uruguay y para su propia vergüenza, en
la tribuna se sentaba José Mujica.
Rafael
Correa le hizo el feo al jefe de la junta militar cubana, pues no se presentó
al show y, en su lugar, envió al canciller de Ecuador, Ricardo
Patiño.
Junto
a la crema y nata del mundillo chavista latinoamericano asistieron también la
crema y nata de los mendigantes gobernantes de los microestados de Antigua y
Barbudas, Santa Lucía, la Mancomunidad de Dominica y el minúsculo San Vicente y
Las Granadinas.
El
Camarada Ralph, Ralph Gonsalves, desde la inmensa pequeñez del país que
gobierna, apenas visible en cualquier mapamundi, asumió la representación del
mundo y, lleno de fervor revolucionario, acicateó a los cubanos sometidos al
castrismo diciendo: “Quiero que sepan que
el mundo los mira con admiración”. Lo aclara bien porque parece que los
cubanos no se han enterado de esa admiración mundial por ese desastre de
gobierno que les estrangula.
Parece
también que para Gonsalves el mundo debe ser el de los pocos gobernantes
latinoamericanos presentes en el masoquista acto de conmemoración castrista. No
estaban presente ni Cristina de Kirchner, ni la presidenta de Brasil, Dilma
Rousseff, más ocupada en atender al Papa que de perder el tiempo sudando bajo
los rayos solares de Santiago de Cuba. De América Central solo vino a mostrar “admiración”
el presidente de Nicaragua. De Sur América no fue al envite Ollanta Humala, ni
Santos de Colombia, ni el presidente de Chile; del Caribe, solo esos
gobiernillos ya citados; no estaba Jamaica, ni Haití, ni República Dominicana.
Como
parece que el vocero del mundo se ha enterado que en Cuba crece la oposición,
que los opositores van ganando prestigio fuera de la isla aconseja a los
cubanos que no se “dejen llenar la cabeza
con tonterías del imperio” y declara su convicción de que los ancianitos
del Buró Político y del Consejo de Estado “van
por el camino correcto para hacer una vida mejor para nuestros hijos y nietos”,
como él tiene tanta experiencia en su gran nación y como gobernante que ya lleva
doce años ininterrumpidamente en el poder, se siente capacitado para juzgar y
valorar los esfuerzos de otros.
Si
quiere hacerlo que lo haga, allá quien le tome en serio. Lo que sí no se le
puede aceptar a este político de mente fronteriza es que vaya a Cuba a lanzar
ofensas en contra de la oposición democrática y al exilio cubano acusando a
este sector de ser la mafia de Miami respaldada por los Estados Unidos. Eso,
dicho claramente se llama intromisión en los asuntos internos de un país que no
es el suyo.
Y
si este individuo se toma el derecho de lanzarme insultos ─ yo soy parte del
exilio cubano en Miami ─ yo puedo asumir que tengo derecho de burlarme de él;
de exponer su gran ridiculez y de presentarle como uno de los mama tetas de la
vaca petrolera de Venezuela que por un poco de poder y unos petrodólares son
capaces de hacer declaraciones estúpidas para agradar a los tiranos de Cuba.
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