Mario J. Viera
No faltaba más. Luego de ir a llorar
el apoyo del Mercosur en Perú para ser reconocido como presidente electo de
Venezuela, Nicolás, “el heredero” se va muy galanamente a Cuba y pasa cinco
horas en plática de hermanos con lo que todavía queda del comandante en jefe de
lo que fue revolución cubana. Y dice Nicolás que “estuvimos cinco horas
conversando con Fidel y recordando al Comandante Chávez; ellos construyeron
estos vínculos que van más allá de una alianza estratégica, pues es una
relación entre hermanos”.
¡Claro que sí, hermanísimos! Como que
ambos son carnales en eso de ser usurpadores del poder en sus respectivas
naciones. Castro se impuso tras la caída del gobierno de Fulgencio Batista, sin
tener competidores que le hicieran sombra, luego de la muerte de sus
principales contrincantes por el liderazgo revolucionario, José Antonio
Echeverría y Frank País, y por la sumisa actitud del que asumía como jefe de las guerrillas
del Directorio Revolucionario en el Escambray, Faure Chomón. Nicolás, que sin
ganar las elecciones se hizo presidente encargado y sin ganar las elecciones
por obra y gracia del Consejo Nacional Electoral se coronó como presidente
heredero del trono chavista.
La Cuba castrista es la prioridad
primera de la agenda de Nicolás. Allá se fue para que los Castro se sientan
tranquilos: Venezuela les seguirá subvencionando su dictadura, una dictadura
que para Nicolás Maduro es como si fuera la “defensa de las grandes causas de
la humanidad de los últimos 70 años” algo que identificó con Fidel Castro, el
defensor del imperio soviético, el que apoyó la invasión de los tanques
soviéticos a Checoslovaquia cuando la Primavera de Praga; el hombre que en aras
de la defensa de las grandes causas no se inmutó para llevar ante el paredón de
fusilamiento a cientos de cubanos; que no ha pedido disculpas por la masacre
del remolcador Trece de Marzo, que durante su gobierno multiplicó las prisiones
en Cuba y condenó a largas penas de prisión a sus opositores pacíficos; el
hombre que estuvo a punto de desatar la hecatombe nuclear cuando el conflicto
de octubre o crisis de los misiles, solo impedida por la madurez del líder
soviético Nikita Jruschov.
“La huella de Chávez está fresca y por
ahí van nuestros pasos de la unión con Cuba” ─ aseguró el heredero. Pero no es
con Cuba con la que busca Maduro la unión, sino la unión de camarada-camarada.
La unión de la incipiente dictadura madurista con la decadente dictadura
castrista. Entre lobos se rascan felices, prestos para devorar la puerilidad de
los pueblos.
Bajo el pretexto de firmar convenios,
Maduro se fue a Cuba con su camarilla de lobeznos en busca de nuevas
instrucciones y las debidas “orientaciones”. “¿Ahora qué hago ─ es la posible
pregunta que Maduro debe haberle formulado a Raúl Castro ─, meto preso a
Capriles, disuelvo la Asamblea Nacional con las locuras de Diosdado Cabello? Dígame,
por favor, general presidente”.
La tribu bolivariana se fue a Cuba a
bailar al compás del areíto castrista y se marcha feliz después de haber
gritado: ¡Comandante en jefe, ordene!
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