Jorge Ramos. EL NUEVO HERALD
La pregunta en Venezuela es si puede
haber chavismo sin Chávez. La historia está repleta de ejemplos en que, una vez
muerto o desaparecido el caudillo o dictador, se acaba su régimen y su legado.
Pero el experimento chavista en Venezuela no parece haber muerto con Chávez el
pasado 5 de marzo y lucha por su sobrevivencia en las elecciones del próximo 14
de abril.
El chavismo venezolano se está
comportando como el viejo PRI (Partido Revolucionario Institucional) mexicano.
Está tratando de demostrar que el partido y sus ideas pueden superar cualquier
obstáculo, incluyendo la muerte de su líder. Chávez, como todos los presidentes
priístas desde 1929 al 2000, escogió a su sucesor con un dedazo. Y el escogido
─ Nicolás Maduro ─ no tuvo más mérito que haberle caído bien a su jefe.
Maduro, aclaremos, no es Chávez. Pero
sabe que la única manera de ganar es presentándose ante los electores como más
chavista que Chávez.
Chávez era mucho Chávez. Para bien o
para mal pero tenía una fuerza política pocas veces vista en un líder. Nunca
pasaba desapercibido. Vivía el momento pero tenía una idea muy clara de cómo
transformar la historia. Chávez no cabía en sí mismo y su abrumadora
personalidad arrolló a Venezuela y a muchos países que se dejaron.
Maduro, en cambio, es un político muy
chiquito. Lo poco que tiene a favor es que se ha arropado de Chávez. Además,
Maduro le quiere hacer creer a los venezolanos que él aún tiene una
comunicación con el fallecido hombre fuerte de Venezuela.
En declaraciones que primero dan risa
(y luego hasta vergüenza ajena), Maduro ha dicho que Chávez, desde el cielo,
influyó para escoger al primer Papa sudamericano. Luego, su gobierno autorizó
la difusión de unos dibujos animados en los que Chávez se va al paraíso a
reunirse con Simón Bolívar, el Ché y Salvador Allende, entre muchos otros. Y lo
último fueron sus declaraciones de que Chávez se le había aparecido como un
“pajarito chiquitico”, que le había hablado y dado instrucciones, y que él,
Maduro, “había sentido el espíritu” de Chávez en ese animal.
Un doctor, amigo mío, me dijo que eso
se llaman “alucinaciones”. En Twitter alguien lo describió como un “delirio
místico”. Pero Maduro no es tan tonto. El sabe perfectamente que Chávez no escogió
al Papa Francisco, ni sabe si se fue al cielo y desde luego que no habla con
pajaritos. Maduro, conscientemente, está creando una narrativa
político-religiosa que lo ligue a un Chávez santificado y que le ayude a ganar
las próximas elecciones.
Maduro ─ quien era seguidor del líder
religioso de la India, Sai Baba, a quien visitó en varias ocasiones ─ quiere
vender el cuento de que el espíritu de Chávez le habla a él desde el más allá
y, por lo tanto, lo ha ungido para ser el próximo presidente. Maduro quiere
hacerles creer a los votantes que Henrique Capriles, el candidato único de la
oposición, no tiene contactos tan altos ni tan bien colocados. Maduro es como
un globo: solo el recuerdo de Chávez lo infla; sin él, está aplanado y en el
piso.
Pero ciertamente Maduro parece un
candidato desesperado a pesar de aún estar adelante en las encuestas. Las
bromas y torpezas de Maduro son el clic de cada día en la internet; hay sitios
dedicados a burlarse de él. Y cuando un candidato compara a su opositor con Hitler,
como lo hizo Maduro, uno sabe que ha llegado al extremo de su creatividad.
Pero para que gane Capriles tiene que
darse un escenario parecido al de Nicaragua en 1990 cuando Violeta Barrios de
Chamorro le ganó con un amplísimo margen a los sandinistas. Una elección muy
cerrada, con todos los organismos del gobierno apoyando a Maduro ─ incluyendo
el que cuenta los votos ─ no desembocaría nunca en una victoria de la
oposición.
¿Es posible el chavismo sin Chávez?
Parece ser que sí. Los que vivimos en Miami, por muchas décadas nos creímos el
dogma de que la dictadura castrista moriría con la desaparición o la enfermedad
de Fidel Castro. Pero Fidel se enfermó, casi desapareció del mapa político y no
pasó nada en Cuba.
Lo mismo ha ocurrido en Venezuela
(ante el horror de su exilio en el sur de la Florida). Por años estuvieron
esperando la muerte de Chávez. “No”, me aseguraban, “ese gobierno no se
sostiene sin Chávez; no hay quien lo reemplace”. Pero vino la sorpresiva muerte
de Chávez y el dramático cambio que tanto habían estado esperando no llegó.
Maduro tomó el poder; el líder de la asamblea, Diosdado Cabello, bajó la cabeza
y espera su turno, los militares mordieron fuerte y no se movieron, y todo
sigue igual.
Lo único que puede cambiar a Venezuela
es que la oposición salga a votar el domingo 14 de abril de una manera
contundente y masiva. Pero, antes, se tienen que sacudir de la cabeza esa
terrible sospecha de que nunca le podrán ganar a Chávez, vivo o muerto.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario