Yoani Sánchez.
Texto leído en la Torre de la Libertad,
Miami, 1 de abril de 2013
Hace unos años, cuando salí por
primera vez de Cuba, estaba yo en un tren que partía desde la ciudad de Berlín
hacia el Norte. Un Berlín ya reunificado, pero que todavía conservaba fragmentos
de esa fea cicatriz que fue aquel muro que dividió a una nación. En el
compartimento de aquel tren y mientras recordaba a mi padre y mi abuelo
ferroviarios, que hubieran dado cualquier cosa por viajar en esa maravilla de
vagones y locomotora, entablé una conversación con un joven que iba sentado
justo frente a mí.
Después del primer intercambio de
saludos, de maltratar el idioma alemán con un “Guten Tag” y aclarar que “Ich
spreche ein bisschen Deutsch”, el hombre me preguntó inmediatamente de dónde
yo venía. Así que le respondí con un “Ich
komme aus Kuba”.
Como siempre ocurre después de la
frase de que uno viene de la mayor de las Antillas, el interlocutor trató de
demostrar lo mucho que sabía sobre nuestro país. Normalmente, durante ese viaje
me encontraba con gente que me decía “ah… Cuba, sí, Varadero, ron, música salsa”.
También hallé hasta un par de casos que la única referencia que parecían tener
sobre nuestra nación era el disco “Buena Vista Social Club”, que justamente por
esos años estaba arrasando en popularidad en las listas de temas más
escuchados. Pero aquel joven en un tren de Berlín me sorprendió. A diferencia
de otros no me respondió con un estereotipo turístico o melódico, llegó más
allá. Su pregunta fue: “¿Eres de Cuba?
¿De la Cuba de Fidel o de la Cuba de Miami?”
Mi rostro se puso rojo, se me olvidó
todo la poca lengua germana que sabía y le respondí en mi mejor español de
Centro Habana: “Chico, yo soy cubana de
José Martí”. Ahí terminó nuestra breve conversación. No obstante, el resto
de viaje y el resto de mi vida, he tenido muy presente aquella charla. Me he
preguntado muchas veces qué ha llevado a aquel berlinés y a tantas otras
personas en el mundo a ver a los cubanos de dentro y de fuera de la Isla como
dos mundos separados, dos mundos irreconciliables. La respuesta a esa pregunta
recorre también parte del trabajo en mi blog Generación Y.
¿Cómo fue que dividieron nuestra
nación? ¿Cómo fue que un gobierno, un partido, un hombre en el poder, se
atribuyeron el derecho de decidir quién debía llevar nuestra nacionalidad y
quién no? La respuesta a esas preguntas la saben ustedes mucho mejor que yo.
Ustedes, que han vivido el dolor del exilio, que partieron la mayoría de las
veces sólo con lo que llevaban puesto. Ustedes, que dijeron adiós a familiares,
a muchos de los cuales nunca más volvieron a ver. Ustedes que han tratado de
preservar a Cuba, la única, la indivisible, la completa, en vuestras mentes y
vuestros corazones.
Pero yo sigo preguntándome ¿Qué pasó?
¿Cómo fue que el gentilicio de cubano pasó a ser algo que sólo se otorgaba por
considerandos ideológicos? Créanme que cuando uno ha nacido y crecido con una
sola versión de la historia, una versión mutilada y conveniente de la historia,
no puede responderse esa pregunta. Por suerte, del adoctrinamiento siempre es
posible despertar. Basta que cada día una pregunta, cómo ácido corrosivo, se nos
adentre en la cabeza. Basta que no nos conformemos con lo que nos dijeron. El
adoctrinamiento es incompatible con la duda, el lavado de cerebro termina justo
cuando ese mismo cerebro empieza a cuestionarse las frases que le han dicho.
El proceso de despertar es lento,
comienza como un extrañamiento, como si de pronto le vieras las costuras a la
realidad. Así fue como se inició todo en mi caso. Fui una pionerita adocenada,
todos ustedes lo saben. Repetí cada día en los matutinos de la escuela primaria
aquella consigna de “Pioneros por el comunismo, seremos como el Che”. Corrí
infinidad de veces con la máscara antigás bajo el brazo hacia un refugio,
mientras mis maestros me aseguraban que pronto seríamos atacados desde algún
lugar. Lo creí. Un niño siempre cree lo que le dicen los mayores. Pero había
algunas cosas que no encajaban.
Todo proceso de búsqueda de la verdad
tiene su detonante. Justo un momento en que una pieza no encaja, en que algo no
tiene lógica. Y esa ausencia de lógica estaba fuera de la escuela, estaba en mi
barrio y en mi casa. Yo no entendía bien el por qué si aquellos que se habían
ido en el Mariel eran “enemigos de la Patria”, por qué mis amigas estaban tan
felices cuando alguno de aquellos parientes exiliados les enviaba algo de comida
o de ropa.
¿Por qué esos vecinos que habían sido
despedido con un acto de repudio en el solar de Cayo Hueso donde yo había
nacido, eran los que mantenían a la madre anciana que había quedado atrás,
quien regalaba parte de aquellos paquetes a los mismos que habían lanzado
huevos e insultos a sus hijos? Yo no entendía. Y de esa incomprensión, dolorosa
como todo parto, nació la persona que soy ahora.
Por eso, cuando aquel berlinés que
nunca había estado en Cuba intentó dividir mi nación, salté como un gato y lo
encaré. Por eso, estoy aquí ante ustedes hoy, tratando de ayudar a que nadie,
nunca más, pueda dividirnos entre un tipo de cubano u otro. Los vamos a
necesitar para la Cuba futura y los necesitamos en la Cuba presente. Sin
ustedes nuestro país estaría incompleto, como alguien a quien se le ha amputado
sus extremidades.
No podemos permitir que nos sigan
dividiendo. Como mismo estamos luchando para que habitar un país donde se
permitan los derechos a la expresión, la asociación y tantos otros que nos han
arrebatados; tenemos que hacer todo ─ lo posible y lo imposible ─ porque
ustedes recuperen esos derechos que también les han sido quitados. Es que no
hay un ustedes y un nosotros… solo hay un “nosotros”. No permitamos que nos
sigan separando.
Aquí estoy porque no me creía la
historia que me contaron. Como muchos otros tantos cubanos que crecieron bajo
una sola “verdad” oficial, hemos despertado. Tenemos que reconstruir nuestra
nación. Nosotros solos no podemos. Los aquí presentes ─ y bien que lo saben ─
han ayudado a muchas familias de la Isla a poner un plato de comida sobre la
mesa de sus hijos.
Se han abierto camino en sociedades
donde tuvieron que empezar desde cero. Han llevado y cuidado a Cuba. Ayúdennos
a unificarla, a derrumbar ese muro que. a diferencia del de Berlin, no es de
concreto ni ladrillos, sino de mentiras, silencios, malas intenciones.
En esa Cuba con la que muchos soñamos
no hará falta aclarar qué tipo de cubano uno es. Seremos cubanos a secas,
cubanos y punto, cubanos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario