Maribel Hastings. EL NUEVO HERALD
Si alguien dudaba que el Partido
Republicano está librando una guerra civil por su identidad, el penoso
espectáculo de la batalla presupuestaria lo demostró en su máximo esplendor.
La mayoría republicana que controla la
Cámara de Representantes fue tomada como rehén por una minoría extremista sin
claro líder ─ con la excepción del senador republicano de Texas, Ted Cruz,
desde la Cámara Alta ─, perteneciente al movimiento del Tea Party. Durante 16
días la “estrategia” de esta minoría dictó las acciones del presidente cameral,
John Boehner, y su terca insistencia de utilizar el presupuesto para revocar la
Ley de Cuidados Médicos Asequibles, popularmente conocida como Obamacare.
Ciertamente las diversas opiniones
dentro de un caucus deben escucharse y respetarse, pero en este caso la Cámara
Baja ha votado más de 40 veces para revocar, sin éxito, el Obamacare. Cuando la
estrategia pasó de castaño a oscuro para tratar de frenar el presupuesto,
incluso con la amenaza de que por primera vez Estados Unidos no pagara sus
deudas, se requería liderazgo para poner un hasta aquí, sobre todo cuando lo
que se afectó con el cierre gubernamental no fueron únicamente los porcentajes
de aprobación de los disfuncionales políticos en Washington.
Al final, han sido los republicanos
los que cargan con la mayor parte de la culpa política del cierre y de la
intransigencia ante el pueblo estadounidense. La minoría del Tea Party, claro
está, continúa feliz porque regresa a sus distritos a fanfarronear de lo
conseguido. Recordemos que muchos de estos congresistas provienen de distritos
en donde fueron electos con la promesa de revocar el Obamacare.
A esta minoría le importa poco la
imagen nacional del Partido Republicano porque se aferra al precepto de que
toda la política es local. Lo es, pero hasta cierto punto. Cuando un partido es
expuesto nacionalmente controlado por un grupo de extremistas, afecta sin duda
sus probabilidades de apelar a un sector más amplio de votantes fuera de su
base y que necesita para ganar la Casa Blanca.
Y con esto en mente llegamos a la
inmigración.
El presidente Barack Obama indicó que
superado el tranque presupuestario, es su intención presionar por un voto para
un plan de reforma migratoria en la Cámara Baja. Apeló a los republicanos a
proponer mejoras al plan que aprobó el Senado el 27 de junio y a no dejar que
el tema se siga postergando en el Congreso.
Muchos consideran una locura que en un
escenario legislativo tan polarizado y en una atmósfera política tan envenenada,
la reforma migratoria ─ un tema que levanta pasiones ─ tenga posibilidades
reales de avanzar en la Cámara Baja.
Sin embargo, hay motivos para pensar
lo contrario.
El espectáculo ha reforzado a los
demócratas y los hace más competitivos en su lucha por arrebatar la mayoría
cameral a los republicanos en los comicios de medio término de 2014.
Es algo que el liderazgo republicano
debe sopesar en su plan de rehabilitación. Para fortalecer su imagen, republicanos
y demócratas deben evidenciar bipartidismo y el tema migratorio ofrece esa vía,
siempre y cuando Boehner no vuelva a permitir que un grupo de extremistas
antiinmigrantes liderados por el congresista republicano de Iowa, Steve King,
vuelva a tomar el caucus republicano como rehén, esta vez para frenar una
reforma migratoria que beneficia a la economía, al país, a la unidad familiar y
que supondrá en algún momento ganancias políticas para los republicanos.
El mal manejo y buen manejo del tema migratorio
afecta a los políticos republicanos.
George W. Bush defendió una reforma
migratoria y ganó la reelección en 2004 con 44% del voto latino. El senador
republicano de Arizona, John McCain, defendió, junto a Bush, la reforma
migratoria, pero le dio la espalda en 2008 cuando fue el nominado presidencial
republicano y su porción del voto latino bajó a 31%. Y en 2012, el nominado
republicano, Mitt Romney, propuso el concepto de autodeportación como
plataforma migratoria y logró sólo el 27% del voto latino.
Boehner, quien ha insistido en que
sólo llevará al pleno un plan de reforma que tenga el apoyo de la mayoría de su
mayoría, demostró en la batalla presupuestaria la falacia de la extraoficial
Regla Hastert. Una minoría controló su caucus con nefastos resultados.
Hay votos para aprobar una reforma
migratoria con una simple mayoría en la Cámara Baja, así sea con una mayoría de
votos demócratas y una minoría de republicanos realmente interesados en
rehabilitar la imagen nacional de su partido.
La reforma migratoria ofrece a los dos
partidos la oportunidad de demostrar que pueden gobernar.
Los demócratas pueden demostrar que
pueden ir más allá de las promesas, y los republicanos pueden, de una vez y por
todas, iniciar la ruta de la recuperación mirando más allá de su base y de
extremistas que sólo contribuyen a la irrelevancia de este partido en la esfera
nacional.
El calendario legislativo es corto en
lo que resta de este año, pero la voluntad política no debería serlo.
Como dijo el presidente, la reforma migratoria
“puede y debe lograrse” antes de que finalice el año.
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