A lo que realmente le
temen los republicanos es a que la reforma sanitaria tenga éxito, es decir, a
que, pese a las naturales dificultades prácticas de poner en vigor un programa
tan complejo y novedoso, reduzca el número de norteamericanos sin seguros,
rebaje los costos de la atención médica y termine ganándose las simpatías de
los norteamericanos.
Daniel Morcate. EL NUEVO HERALD
Debe de ser una forma de locura
política colectiva. Tal vez piensan que el país se les va de las manos. Quizá
ya no lo reconocen. O no les gusta. Y quieren disparar los últimos cartuchos de
histeria antes de volverse totalmente irrelevantes. Ellos para el país o el
país para ellos. Pero lo cierto es que la conducta de muchos legisladores
republicanos en estos días, y de los ideólogos iracundos que los alientan, ha
sido poco menos que demencial. Si en nuestras familias alguien se monta un
numerito como el que montó Ted Cruz en el Senado el otro día, lo veríamos como
una tragedia digna de manicomio o por lo menos de siquiatra. Pero el primo más
bien encontró gente que lo felicitara. De su partido a la deriva, claro está. Y
del Tea Party, esa cuna en la que permanentemente renace el trogloditismo.
Algunos senadores incluso se prestaron para relevarlo mientras descargaba su
filípica al estilo de Castro o Chávez. Era el Senado devenido circo de fieras políticas
que ladraban y rugían.
Al paso que llevan, los extremistas
republicanos, que hoy por hoy dominan a su partido, harán suyo el tristemente
célebre lema del fascista gallego José Millán-Astray en los comienzos del
franquismo: ¡viva la muerte! Van por la senda de la anarquía ultra
conservadora. Palo a los pobres. Palo a los indocumentados. Palo a las minorías
étnicas. Palo a los gays. Palo al derecho al voto. Palo a la acción afirmativa.
Palo a la reforma migratoria. Y palo a todo lo que proponga el presidente
Obama. Sobre todo a la reforma sanitaria. Y es que los republicanos le tienen
pánico a esa medida. No es que le teman a que no funcione o que quiebre al
país, como afirman. A lo que realmente le temen es a que tenga éxito, es decir,
a que, pese a las naturales dificultades prácticas de poner en vigor un
programa tan complejo y novedoso, reduzca el número de norteamericanos sin
seguros, rebaje los costos de la atención médica y termine ganándose las simpatías
de los norteamericanos.
Esto en parte explica el nihilismo al
que han descendido los republicanos en estos días. Han estado dispuestos a
cerrar el gobierno, dejar a cientos de miles de empleados federales sin cobrar,
a millones de norteamericanos sin servicios federales, a millones más con
pérdidas en sus pensiones y al país sin pagar su deuda externa, con tal de
imponer su voluntad y privar de fondos a Obamacare. Creen que este es el
momento de hacerlo, pues comenzó una fase crucial para el programa. En sus
cálculos delirantes y egoístas, piensan que si Obamacare funciona, aunque sea
parcialmente, los votantes recompensarán al partido del presidente en las
próximas elecciones. ¿Y qué sucede mientras tanto con los 30 millones de
personas a las que potencialmente aseguraría Obamacare? En las diatribas
republicanas ni siquiera figuran, son puros fantasmas, gente a la que prefieren
no mencionar. Muchos incluso defienden la idea primitiva de que si carecen de
seguro es porque se lo merecen. ¡Que viva la muerte!
La campaña republicana contra la
reforma sanitaria es implacable. En la Cámara baja han votado más de 40 veces
para anularla. Con su incesante propaganda, que subvencionan multimillonarios
cavernícolas, han logrado revertir el apoyo popular a la medida. Los
norteamericanos se sienten confundidos y abrumados por los retos que presenta.
Los reales. Y los que inventa la propaganda. Lejos de ayudar a afrontarlos con
actitud constructiva, los republicanos los hacen lucir más insuperables de lo
que realmente son.
Pero el presidente Obama y los
legisladores demócratas no deberían ceder ante el chantaje y las turbias
maniobras republicanas.
En definitiva, los votantes
favorecieron una reforma sanitaria al elegirlo dos veces a la Casa Blanca y al
darles el Senado a los demócratas. La medida se adoptó además mediante el
debido proceso. Y la Corte Suprema avaló su constitucionalidad. Si a pesar de
todo eso los republicanos, irremediablemente fanatizados ya, insisten en
boicotearla a expensas de la salud de millones de norteamericanos, y de la
salud financiera de la nación, que por lo menos quede bien claro que son ellos
quienes parecen gritar: ¡que viva la muerte!
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