Mario J. Viera
De la propaganda política a la politiquería solo media una sutil línea. Hacer buena política es algo que parece ya cosa del pasado. La lucha por ganar el favor del electorado se ha convertido en una labor de marketing, de pugnas entre los candidatos, sin que se desprecie, por anti ético, el ataque y la descalificación personal. La retórica política es un enredo de afirmaciones, de medias palabras y de silencios, no dirigida a incentivar la inteligencia de los votantes; no decidida a promover el debate, el análisis desapasionado del electorado.
Muchos políticos coquetean con los votantes y lo hacen sin ningún rubor moviendo mecanismos demagógicos, o populistas de la peor estirpe. Lo que importa es ganar la simpatía personal, mostrarse agradable, sonreír, hacer algún gesto que presente al candidato como uno preocupado por el pueblo haciéndole dádivas o repartiendo limosnas.
De este modo, muchos políticos se acercan a los desposeídos; llegan a ellos con regalos para los niños o repartiendo algunos víveres que puedan ayudarles quizá a alegrar la mesa precaria por solo un día.
Ahora Keiko Fujimori, que quiere mejorar las encuestas de aceptación, se va hasta las barriadas marginales de Lima y reparte paquetes de arroz, lentejas, azúcar y latas de leche que tan ansiosamente persiguen los más pobres de Perú. Se dice que así hacía su padre, el ex presidente Fujimori, con buenos resultados en las urnas. No le dice a los pobres qué se propone hacer ella para disminuir los índices de pobreza, de la pobreza que hace que los desheredados de la fortuna se arremolinen detrás de la caravana electoral de la candidata.
Es el vulgar recurso al populismo asistencialista; es darle pescado al hambriento y no enseñarle a pescar. Es politiquería barata y denigrante, es el mensaje de “te doy ahora comida y mañana tú me das tu voto”
Y después que los votos de los agradecidos habitantes de, como calificara América el Mundo, los arenales de pobreza de la capital y de las regiones rurales andinas le garantizaran la elección ¿Qué sucedería? ¿Seguirían las donaciones de alimentos para los más necesitados que manos laboriosas de damas de los barrios acomodados acopiaran o todo quedaría en un recuerdo?
Más que unos pocos víveres para el alimento de un día o de una semana, los pobres de los barrios marginales de Lima, o de cualquier ciudad de América Latina, lo que necesitan es el pan de la enseñanza, una política social que les ayudara a levantarse con su propio esfuerzo, fuentes de empleos y seguridad pública.
Perú, hoy por hoy está entrampado entre dos modelos de populismo, el populismo asistencial de derecha y el populismo igualitarista de izquierda. Quizá la fórmula que le libre de esa coyuntura sea la propuesta por el ex ministro y ex dirigente del desaparecido Frente Independiente Moralizador (FIM), Luis Fernando Olivera Vega, el voto blanco o viciado por los dos tercios de los votos válidos para anular la elección como está previsto por la Ley Orgánica de Elecciones.
Lograr esa mayoría de votos en blanco o viciado es algo prácticamente improbable y así lo entiende Olivera quien señaló: “Si todos creemos en el voto democrático y así lo expresamos en la primera vuelta, ratifiquemos eso votando viciado o en blanco, pues podría haber una nueva elección y si no la hay, el nuevo gobernante tendrá una tarjeta amarilla bien grande, que le hará decir ‘la legitimidad de mi elección me la voy a tener que ganar’”.
En mi opinión dudo que ese último razonamiento influya en aquel que sea electo. Ninguno de los dos, cualquiera de ellos que llegue al gobierno, se cuestionará la legitimidad de su elección ni se detendrá a pensar en tener que ganarse esa legitimidad. Ya no queda, entre los políticos de nuestros días, en todo el mundo democrático, uno con suficiente sentido ético como para considerar que es la voluntad nacional, no la voluntad de su claque o de su partido, la que concede la legitimidad del puesto ganado en las elecciones, ya sea por ciega fe de un sector del electorado, ya sea porque sus técnicas de mercadeo electoral funcionaron adecuadamente.
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