René Gómez Manzano
LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) – El pasado Día de las Madres, la opinión pública se estremeció por la muerte en Santa Clara del defensor de los derechos humanos Juan Wilfredo Soto García, quien, menos de 72 horas antes recibió una golpiza brutal propinada en pleno día por agentes policiales en el céntrico Parque Vidal de esa ciudad.
En lo personal, sólo coincidí con el activista tras el éxito de la larguísima huelga de hambre y sed del licenciado Guillermo Fariñas, cuando numerosos disidentes nos encontramos en la capital villaclareña para pedirle al valiente ayunante que cesase su protesta.
Es precisamente Coco Fariñas quien ahora nos da antecedentes sobre la vida de Soto García, pues ambos eran amigos y se criaron juntos en el mismo barrio. Al casarse Juan Wilfredo, fue durante 18 años vecino inmediato de Fariñas.
Por Coco he sabido que Soto García fue opositor al régimen durante treinta años. Precisamente el mote por el que era conocido, “El estudiante”, refleja la condición en que se encontraba cuando cayó preso por primera vez, tras ocasionar daños a un cine como forma de lucha contra el régimen. Contaba 16 años, y era alumno de preuniversitario.
Juan Wilfredo cayó preso en otras dos ocasiones: una, por gritar consignas anticomunistas desde la azotea de su casa; la otra (y es este el único caso con visos de delito común, aunque no intencional), cuando, indignado por una ceremonia religiosa que estaban realizando en su casa con los huesos de su difunto padre, lanzó por la ventana una maceta que cayó casualmente sobre un transeúnte, ocasionándole lesiones.
Con el paso de los días, nos enteramos de detalles indignantes del criminal abuso policial. Soto García se encontraba en el parque Vidal hablando de deportes con unos amigos cuando fue invitado por la policía a abandonar el lugar. Se negó a cumplir esa arbitraria indicación, explicando que no estaba haciendo nada ilegal.
Los uniformados castristas, acostumbrados a hacer su santa voluntad, valoraron esa comprensible actitud como un ataque a su autoridad. Por ello le informaron a Juan Wilfredo que lo llevarían detenido, y cuando lo tuvieron ya esposado, comenzaron la paliza brutal.
Un amigo de la disidencia comentó que, pese al indudable carácter antijurídico del apaleamiento, le parecía aventurada la calificación de asesinato que muchos le hemos dado. Como jurista, me parece que no lleva razón ese hermano de luchas.
Según el vigente Código Penal cubano, entre las circunstancias que convierten el homicidio simple en uno agravado están la alevosía, el ensañamiento y el “haberse privado ilegalmente de libertad a la víctima antes de darle muerte”; todos ellos concurren en este caso. También están los “impulsos sádicos o de brutal perversidad”, cuya concurrencia no sería descabellado alegar. Por todo ello considero que no resulta exagerado hablar de asesinato.
El gobierno, en su nota informativa, habla brumosamente sobre “una supuesta golpiza”, lo cual —evidentemente— no implica una negación clara y terminante del apaleamiento, que tiene que haber sido registrado por alguna de las cuatro cámaras de seguridad existentes en el parque Vidal.
En el documento oficialista se atribuye la muerte del activista a una pancreatitis, pero no se especifica la etiología de esa dolencia. Médicos competentes me han expresado que, generalmente, las inflamaciones graves del páncreas que no son degenerativas, se deben precisamente a traumatismos como el que se ha denunciado en el caso de Soto García.
Lo más triste del asunto es que un desenlace como el de “El estudiante” se veía venir. El manto con el que las autoridades tapan los atropellos perpetrados por sus agentes, lo encubre todo, hasta que surge un caso extremo como el de Juan Wilfredo Soto.
Precisamente, el pasado martes recordábamos que uno de los miembros de la Alianza Democrática Cubana, en reunión celebrada hace un mes, expresaba sus temores de que, si proseguían impunemente esos actos de violencia oficial, en cualquier momento se produciría un desenlace fatal.
Justamente eso fue lo que, por desgracia, sucedió con “El estudiante”. Como reza el refrán: Tanto va el cántaro a la fuente, hasta que se rompe. La del hermano Juan Wilfredo Soto García es —pues— la crónica de un asesinato anunciado.
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