Dora Fernández
Por primera vez el Perú vive un ambiente de incertidumbre, tras el imprevisible resultado de las elecciones presidenciales del 10 de abril último, que ubicó en primer lugar a Ollanta Humala con un 38%, seguido por Keiko Fujimori con el 26%. Ellos irán el 5 de junio a una segunda vuelta electoral. Y aunque el país no se ha paralizado por este hecho, la pugna por el poder ha creado mil y una controversias respecto al peligro que puede correr el modelo que impulsó el crecimiento económico de esta nación.
El ascenso de un candidato que hace un quinquenio dejó visos de estar ligado a un gobierno cuestionado por sus excesos, el venezolano, proyecta una sombra sobre sus aspiraciones. El electorado teme que la influencia del estilo bautizado como “nacionalista” justifique la estatización de sectores estratégicos, lo que ha sucedido con varios gobernantes de la región, quienes además de ser populistas y autoritarios han restringido la libertad de expresión.
En tanto los adversarios del otrora presidente Alberto Fujimori también han expresado su malestar al oponerse radicalmente a la candidatura de su primogénita Keiko, quien a sus 35 abriles es sindicada como heredera del liderazgo de su progenitor. También le endilgan los pecados del padre, que purga condena por delitos de lesa humanidad en una cárcel capitalina, lo que se ha convertido en un obstáculo para presentarse como una alternativa ante el electorado.
Lo ocurrido en Perú no deja dudas de que las políticas neoliberales económicas aplicadas en esta parte del mundo han ignorado el tema social y las grietas de ese vacío están pasando factura a los partidos tradicionales que han asumido el poder. Eso no significa que la gente aspire a formar de la Alternativa Bolivariana para las Américas formada por Chávez, o del socialismo del siglo XXI, pues el fracaso de ese experimento es evidente.
Lo grave es cómo superar el descontento de las grandes mayorías, especialmente de aquellos que no tienen acceso a los servicios básicos. Aquellos que por su escasa educación, pueden ser convencidos fácilmente con promesas que serán imposibles de cumplir dentro de presupuestos realistas. Son grupos marginados, no sólo indígenas sino también urbanos, quienes al sentirse excluidos reclaman los beneficios del boom económico.
Realmente ninguno de los dos candidatos tiene experiencia de gobierno, pero uno de ellos ya ejecutó labor congresal y estuvo cerca de un mandatario, que si bien es cierto fue elegido democráticamente, desde palacio instauró una dictadura cívico militar, luego modificó la Constitución e intentó reelegirse para un tercer mandato. Lo más negativo fue el destape de la corrupción por los vladivideos que lo señalaron como cómplice de Montesinos.
Es cierto que Keiko ha tenido el coraje de admitir los errores de su padre ante el pueblo peruano, así como deslindar su posición democrática, y ha pedido una oportunidad para gobernar a título personal, mostrando entre sus propuestas apoyo laboral a los jóvenes y combatir la delincuencia, aunque reflotaría algunos programas populistas donde más que enseñar a “pescar” se optaría por regalar el pescado. Ella sabe que el Perú ha firmado todos los tratados sobre los derechos humanos.
Aunque el descontento ha ido carcomiendo en silencio la democracia en el Perú, los resultados que exhibe ante el mundo corresponden a un estado que ha ido avanzando, que se ha integrado con éxito en la globalización mundial, gracias al precio de las materias primas y su producción minera. Sin tecnología e infraestructura y un precario nivel educativo, pese al boato que ostentan los grandes emporios en las ciudades peruanas más importantes.
Menuda controversia ha surgido en este país andino, donde muchos piensan que un cambio radical podría modificar sus vidas, imaginando que se trata del mesías que los librará de la pobreza. La fluctuación de ideas de Ollanta siembra dudas entre la población. Los cables de WikiLeaks sugieren que Humala debe favores a Chávez.
Ollanta no puede ser satanizado por ser militar, aunque no sea Lula, ni Bachelet. El aplicará “una economía nacional de mercado”. Keiko no ha jurado, pero sin decirlo representa a la democracia, para algunos el continuismo, tampoco se le puede juzgar por los errores cometidos por su padre. Los pueblos deben respetar sus propias leyes, la Constitución es la ley de leyes y no puede ser letra muerta. Al final de esta historia sólo prevalecerá la voz del pueblo.
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