Mario J. Viera. Englewood, Florida.
Los mártires pertenecen a la patria. Son sus hijos amados que todo lo entregaron en el ara de su amor. Sus tumbas deben ser sagrado punto de peregrinaje para un pueblo agradecido.
Es sagrada la tierra que guarda los restos del hijo que diera su vida en defensa de un ideal noble, supremo. Así debiera ser. Mas el despotismo odia la tumba de aquel que tuviera el coraje de enfrentarle. Hay tumbas guardadas con amor por los seres más allegados al caído; hay tumbas sin nombre que en su anonimato son bocas abiertas que condenan a los tiranos, y hay mártires que ni siquiera cuentan con el preciado abrigo de la tierra amada.
Allí, donde no existe respeto por la vida, tampoco hay respeto por los muertos. Allí donde el poder se ejerce con desprecio de todo derecho, no hay respeto por la tumba de un mártir. Allí, donde los hombres libres no soportan la atmosfera en que se asfixia su libertad y buscan en tierras extrañas la libertad perdida en la propia, no quieren que sus restos descansen donde le negaron la vida.
Reina Luisa Tamayo va al exilio y con ella se van los restos de su hijo. No quiere que su tumba sea profanada por los que le profanaron sus derechos en vida, por los que le hundieron en las sombras del más miserable de los calabozos.
El periodista independiente recoge las encontradas opiniones que se han levantado en Cuba con motivo de la decisión de la valiente mujer de llevarse al exilio las cenizas de su querido hijo. Hay aquellos que consideran que “…exhumar y sacar de Cuba los restos de quien murió por exigir mejores condiciones para los reos cubanos, les parece irreverente (…) ni siquiera el dolor por la pérdida de un hijo, las humillaciones, los maltratos psicológicos y las golpizas por parte de la policía política, justifican tal decisión”.
Y contrasta Odelín la opinión diferente que considera no tener “sentido dejar los restos en Cuba si toda la familia se va”. Y entiende el reportero que “Hasta cierto punto, es comprensible la controversia y las críticas de algunos, que censuran la decisión de Reyna Luisa Tamayo de emigrar a los Estados Unidos y llevarse con ella las cenizas del mártir, una figura importante, un símbolo, casi un estandarte de la causa opositora”. Sí, hasta cierto punto. Los mártires son hermanos, son hijos, son seres sagrados para los que se alinean en las mismas filas en las que se alzaba el caído.
Pero es justa la adversativa con la que advierte Odelín “hay que tener en cuenta las condiciones que impone un régimen totalitario como el que impera en Cuba”.
En el cementerio de Colón hay muchas tumbas sin nombres, como la tumba de aquel que fuera el referente de la muerte de Orlando Zapata Tamayo, el mártir Pedro Luis Boitel. Cual mayor profanación de una tumba que condenarla al anonimato. ¿Acaso la tumba donde yacen los restos de Orlando Zapata no será condenada también al anonimato, a ser borrada para impedir que sea lugar de peregrinaje, si sus dolientes más cercanos la abandonan para partir al exilio?
Hasta los mártires tienen derecho a descansar en tierra de libertad donde se respeten sus cenizas y se honre su sacrificio. Llegará luego la oportunidad, cuando la libertad se recupere en que todos los que yacen en tierra prestada, puedan retornar sus restos a la patria agradecida.
Sí, los mártires también pueden ser desterrados.
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