Fidel Castro siente una morbosa atracción por la historia pero manipulando los hechos, interpretándola con una visión muy propia para presentarse a sí mismo como el elegido, como el hombre imprescindible, como la criatura que necesariamente imponía el determinismo histórico para ser el salvador de la patria y el nuevo padre de la nueva patria.
En su última reflexión que se suponía en torno al desastre ecológico, a la emisión de gases tóxicos, al calentamiento global, no puede evitar hacer primero un recorrido por la historia de Cuba. Su frase inicial es precisamente: “Contaré un poco de historia”.
Y comienza su febril viaje a través de la historia con un verdadero dislate: “Cuando los españoles nos ‘descubrieron’, hace cinco siglos…”. Corregimos: los españoles no nos descubrieron, ellos descubrieron a la América no a nosotros. Hace cinco siglos no existíamos los cubanos.
Continúa luego con su confusión étnica:
“De gran importancia para nuestra existencia fueron los hábitos alimenticios creados. Fuimos convertidos en consumidores de carne porcina, bovina, ovina, leche, queso y otros derivados; trigo, avena, cebada, arroz, garbanzo, alubias, chícharos y otras leguminosas provenientes de climas diferentes”.
¿Fuimos convertidos? Quien lea inadvertidamente este párrafo del reflexionista en jefe creería que los cubanos somos la población autóctona de Cuba a la que los colonizadores impusieron exóticos hábitos alimentarios. Los cubanos somos descendientes directos de los colonizadores españoles y de los esclavos africanos y hemos heredado los hábitos alimentarios de ambas etnias, nadie nos los impuso. Lo cierto es que el castrismo prácticamente ha erradicado esos hábitos alimenticios de comer carne porcina, bovina, ovina, leche, queso y otros derivados.
Y a continuación, en el siguiente párrafo insiste en su confusión de identificarnos como tainos o siboneyes:
“Originalmente disponíamos de maíz, y se introdujo la caña de azúcar entre las plantas más ricas en calorías”.
Luego salta a la epopeya independistas y a la lacra de la esclavitud, pero, por no variar, deformando la realidad histórica:
“El sistema de producción esclavista perduró, de hecho, hasta la transferencia de la soberanía de Cuba a Estados Unidos por el colonialismo español que, en cruenta y extraordinaria guerra, había sido derrotado por los cubanos”.
El diletante historiador parece confundir fechas. Lo que él denomina transferencia de soberanía de Cuba por el colonialismo español se produjo en 1898 y la abolición de la esclavitud en Cuba fue dictada por Real Decreto el 13 de febrero de 1880 instituyéndose el sistema de patronato, que en la práctica constituía una forma encubierta de esclavitud; pero el 7 de octubre de 1886 se promulga el Real Decreto que abolía definitivamente la esclavitud y declaraba ilegal el patronato; es decir, 9 años antes de que se iniciara la por José Martí llamada guerra necesaria y 12 años antes del fin del dominio español en Cuba.
Por otra parte su demagogia nacionalista, que minimiza la participación de los Estados Unidos en el conflicto independentista, le conduce a un error de interpretación histórica al decir que el colonialismo español “había sido derrotado por los cubanos”. Nada más lejos de la verdad.
En 1895 el ejército español no daba muestras de desgaste, en tanto que las fuerzas mambisas no ocupaban importantes territorios en el país. Sus principales líderes militares, como Antonio Maceo, habían muerto en combate. El generalísimo Máximo Gómez estaba aislado en Las Villas sin poder cruzar la Trocha de Júcaro a Morón, la que a diferencia de la época de la Guerra de los Diez Años se había convertido en prácticamente inexpugnable. En las filas independentistas se habían producido fuertes contradicciones que preludiaban un nuevo Pacto del Zanjón.
España seguía ofreciendo pertinaz resistencia a las fuerzas combinadas cubano-americanas hasta que después que la armada americana destruyera las flotas españolas en la Batalla de Cavite en Filipinas y la flota del Almirante Cervera en la Batalla naval de Santiago, el gobierno español se viera obligado a negociar el armisticio.
“Cuando la Revolución triunfó en 1959 ─ continúa dándonos clase de historia ─, nuestra isla era una verdadera colonia yanki. Estados Unidos había engañado y desarmado a nuestro Ejército Libertador. No se podía hablar de una agricultura desarrollada, sino de inmensas plantaciones explotadas a base de trabajo manual y animal que en general no usaban fertilizantes ni maquinarias. Los grandes centrales azucareros eran propiedades norteamericanas. Varios de ellos poseían más de cien mil hectáreas de tierra; otros alcanzaban decenas de miles. En conjunto eran más de 150 centrales azucareros, incluidos los de propiedad de cubanos, los cuales laboraban menos de cuatro meses al año.
Es cierto que había una gran influencia de Estado Unidos en la sociedad y en la economía nacional; cierto es que había políticos con mentalidad plattista, pero Cuba avanzaba hacia un grado de desarrollo económico que sobrepasaba a muchas naciones de la América Latina, aunque como en cualquier país existían desigualdades e injusticias.
Luego ¿Por qué referirse a la inexistencia de una agricultura desarrollada en el pasado, cuando la agricultura ahora es un total desastre, con sus campos cubiertos de marabú y más del 40 % de los suelos agrícolas están afectados por la degradación? Aquella agricultura no desarrollada garantizaba el abasto alimentario del país algo que la agricultura llamada socialista no ha sido capaz en las cinco décadas del poder castrista. Un dato que debiera buscar el reflexionador es que en 1958 la agricultura cubana contaba con una dotación de 15 mil 500 tractores. En muchas empresas arroceras se hacía uso de combinadas mecánicas para la cosecha del arroz.
Castro deforma intencionalmente la realidad de la industria azucarera antes de 1959.
Existen datos que señalan que en 1958 sólo el 14% del capital total invertido en la isla era norteamericano, en tanto que el 62% de los bienes de la industria azucarera era propiedad de cubanos.
De acuerdo con Jaime Suchlicki (Cuba antes de 1959: prosperidad y frustraciones de una república. Especial para El Nuevo Herald) en 1939 “el capital cubano era propietario de 54 centrales azucareros, los cuales producían el 22 por ciento de la producción de azúcar. En 1952, había 113 cubanos dueños de centrales que acumulaban el 55 por ciento de la producción, excluyendo aquellos centrales operados por compañías foráneas en las cuales el capital cubano participaba, y en muchos casos los cubanos eran dueños de la mayoría de las acciones emitidas”.
En la década de los años de 1950 había solo 41 centrales de propietarios americanos, 12 eran de propietarios españoles y uno francés.
En un artículo procedente de Islas Canarias titulado “Azúcar y Cuba hasta la Reforma Agraria”, reproducido en la página digital personal.telefonica.terra.es, se dice lo siguiente: “Para la década anterior a la Revolución Cubana, iniciada en enero de 1959, la producción azucarera corresponde a diversos grupos financieros o sociedades anónimas, pero en mayoría con aportación de capitales y propiedad cubana constituyendo un hecho de indudable interés a la vista de las nuevas tendencias financieras de la post-guerra, especialmente de los Estados Unidos, más interesados en zonas asiáticas o europeas o en industrias nuevas con capacidad de expansión internacional, que en la tradicional industria azucarera cubana”.
Y continúa con sus sofismos históricos:
“Estados Unidos recibió los suministros azucareros de Cuba en las dos grandes guerras mundiales, y había concedido una cuota de venta en sus mercados a nuestro país, asociada a compromisos comerciales y a limitaciones de nuestra producción agrícola, a pesar de que el azúcar era en parte producida por ellos”.
Según Antonio Santamaría García en “Sin azúcar no hay país: la industria azucarera y la economía cubana (1919-1939)” al estallar la guerra con Alemania los productores cubanos habían rechazado el precio de 4.6 cts/FOB que exigían los Estados Unidos “pero tuvieron que transigir cuando aquellos dejaron de abastecer a la isla de algunos bienes básicos”; pero señalando a continuación que “la zafra creció a un ritmo de 500 000 tn anuales (de 3 054 997 en 1917 a 4 009 734 tn en 1919)”
Con referencia al período de la II Guerra Mundial, la Dra. Carmen Arocha Mariño. (Facultad de Salud Pública, Ciudad de La Habana, Cuba) en un trabajo muy documentado señaló:
“Al entrar Estados Unidos en la guerra tuvieron necesidad de grandes cantidades de azúcar y mieles para el abasto de las fuerzas armadas de ese país y de sus aliados, así como de la población civil, por tal motivo solicitaron que Cuba les vendiese el total de las zafras, exceptuando lo que se requería para el consumo nacional, y esto se mantuvo de 1942 a 1947. Lo obtenido por el comercio del azúcar en los años 1942, 1943 y 1944 ascendió a 7 992 893 toneladas de azúcar crudo y refinado por valor de $ 54 723 000.1 Durante estos 3 años el precio fue de 2,65 centavos la libra y en 1945 se elevó a 3,10 centavos la libra”.
“Para los que deseen entender no hace falta más”.
Agregó Castro y esto mismo repito: Para los que deseen entender no hace falta más.
Alude a la Ley de Reforma Agraria y a la resistencia que encontró a su dictadura desde los primeros meses de establecido su poder unipersonal:
“Cierto es que la Revolución Cubana no disfrutó un minuto de paz. Apenas se decretó la Reforma Agraria, antes de cumplirse el quinto mes del triunfo revolucionario, los programas de sabotaje, incendios, obstrucciones y empleo de medios químicos dañinos se iniciaron contra el país”.
Castro intenta encontrar una relación directa entre la proclamación de la Reforma Agraria y la acción contrarrevolucionaria de los primeros años de su régimen. Entre los términos de la Ley de Reforma Agraria se incluía una cláusula que violaba los postulados de la Ley Fundamental, un remedo de la Constitución de 1940 que había decretado el gobierno revolucionario, cláusula que provocara un rechazo por parte del gobierno de los Estados Unidos.
El artículo 31 de la Ley de Reforma Agraria establecía que las expropiaciones de tierras serían pagadas mediantes bonos de la República cuyas emisiones se harían por un término de veinte años con interés anual no mayor de cuatro y medio por ciento. Lo que constituía una violación del artículo 24 de la Carta Fundamental que prohibía la confiscación de bienes y que solo se reconocería la expropiación por causa de utilidad pública o interés social declarada por autoridad judicial y siempre “previo el pago de la correspondiente indemnización en efectivo”.
En carta remitida el 15 de junio de 1959 a la Embajada de los Estados Unidos por el entonces Ministro de Estado Raúl Roa, se intentaba una respuesta a la queja formulada por el Departamento de Estado de los Estados Unidos. En esa carta Roa dice: “La preocupación que traduce la nota (del Departamento de Estado) ─ suma y compendio de las reservas, prevenciones y reparos que contiene ─ es la forma de pago adoptada por el Gobierno Revolucionario de Cuba para indemnizar a los ciudadanos norteamericanos cuyas propiedades pudieran ser objeto de expropiación (…) Es cierto que la Constitución de 1940 y la Ley Fundamental vigente disponen que el precio de las expropiaciones se abone por anticipado y en efectivo, en la cantidad judicialmente tasada”. Luego para justificar el acto inconstitucional se excusa con “la caótica situación económica y financiera en que sumió al país la dictadura derrocada y el considerable desnivel de la balanza de pagos entre los Estados Unidos de Norteamérica y Cuba que nos ha sido desfavorable” para el pago mediante bonos redimibles en veinte años.
El rechazo dado por Estados Unidos a esas excusas fue aprovechado por Fidel Castro para encender las pasiones nacionalistas con el propósito de consolidar su poder apoyado en el entusiasmo de las multitudes.
La defensa de la reforma agraria constituyó el leitmotiv para atacar a los detractores de la incipiente dictadura como opuestos a la repartición de las tierras entre el campesinado, reparto que nunca se hizo en realidad.
Sin embargo Castro parece olvidar que los actos de sabotaje, incendios y otros medios violentos a los que se refiere procedían de su misma escuela. La filosofía de acción de la contrarrevolución era la misma que había practicado el 26 de julio durante el periodo insurreccional en contra del gobierno de Fulgencio Batista, y que la gran mayoría de los que formaban los grupos y movimientos contrarrevolucionarios procedían, precisamente de las filas de la insurrección que él comandara.
“La primera tarea que ocupó nuestro esfuerzo fue la preparación para la lucha que se avecinaba”, agrega y continúa: “La preparación del país para la lucha se convirtió en el esfuerzo principal del pueblo, y nos llevó a episodios tan decisivos como la batalla contra la invasión mercenaria promovida por Estados Unidos en abril de 1961, desembarcada en Girón escoltada por la infantería de marina y la aviación yanqui”.
No, la tarea principal que ocupó todo su esfuerzo no era precisamente la preparación para un combate frontal contra los Estados Unidos. Todo lo que hizo fue para consolidar su poder; por eso proscribió los partidos políticos, por eso impuso la unidad de las organizaciones que lucharon contra la dictadura batistiana con el objeto de que alguna, especialmente el Directorio Revolucionario Trece de Marzo, le hiciera la oposición.
Después de referirse a su modo sobre los sucesos relacionados con la invasión a Playa Girón o Bahía de Cochinos se regodea en el recuerdo de que mientras estuvo como jefe absoluto de todo el país, por el gobierno de Estados Unidos pasaron diez presidentes, como pasaron todos los gobiernos que identifica como “cómplices de los crímenes de Estados Unidos contra Cuba”, entiéndase contra su dictadura. Tal parece, por lo que dice, que esos gobiernos desaparecieron por un fatalismo histórico y no obstante esa mentira que se empeña en denominar “revolución”, por imperativo y justicia histórica, “se mantiene en pie”.
Se mantiene en pie porque sus órganos represivos se han encargado de infundir el terror en el alma de los cubanos, por la conciencia creada de que cualquiera pueda ser un informante que le delate ante la seguridad del estado; porque no le tembló nunca la mano para llevar al paredón de fusilamiento a todo el que osara enfrentársele; porque generó un estado de fobia colectiva similar a la que se describe en la novela de Orwell “1984”.
Le faltó mencionar la etapa de la Crisis de los Misiles que concluyó con el Tratado Kennedy-Jruschov, por el cual los Estados Unidos se comprometían a no atacar a Cuba ni permitir que desde su territorio se hicieran incursiones armadas contra la dictadura.
Luego introduce un párrafo que no parece estar en contexto con toda su perorata historicista: “Los revolucionarios cubanos hemos cometido errores, y los seguiremos cometiendo, pero jamás cometeremos el error de ser traidores”.
Esta cláusula que parece traerla como por los pelos tiene un claro sentido de advertencia. De advertencia a quienes dentro de la cúpula del poder puedan pensar en introducir cambios dentro del sistema y a los que señalan los errores que se cometieron durante su largo periodo de gobierno. ¡Cuidado ─ parece decir ─ el Hermano mayor os vigila!
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