Tomado de GACETA DE CUBA
Los hijos de ciertos jefes de la nomenclatura criolla tienen un sello personal. Visten ropa de marca. Toman cogñac o whisky. Tienen coche propio. Internet en casa. Son aficionados a la buena mesa y a las noches movidas en las mejores discotecas de la ciudad.
Antonio Castro disfrutando la "dolce vita"
Poseen pasaporte para viajar al extranjero. Y en privado halan más cocaína que una aspiradora. Son fanáticos a los cuadros lésbicos y el sexo con varias chicas. Para guardar la forma y seguir la estela de sus padres, estudian en colegios militares.
O administración y marketing en prestigiosas escuelas en el extranjero. Su doble moral es exquisita. Delante de desconocidos, de carretilla te sueltan el típico discurso nacionalista y antiyanqui.
En confianza, están esperando el desenlace final de la revolución para ver de qué lado está la mayoría. Mientras llega el momento, sus padres los van posicionando en buenos puestos laborales.
Cuando en Cuba se produzca un cambio real, y no el artificial diseñado por los gurús de verde olivo, los hijos de papá serán los futuros gerentes de empresas, bancos, hoteles, campos de golf o cualquier otro negocio que dé plata en la Cuba post-Castro.
Ahora van de gallo tapado. Gastando combustible y divisas en La Habana nocturna. Viviendo bien y comiendo tres comidas calientes al día. Bailando música salsa en centros nocturnos como el Salón Rojo del Caprí o en Río Club, discoteca de la barriada de Miramar, a escasos metros del río Almendares.
A la salida, siempre risueños y con la cartera llena, terminan la noche en cafés a tiro de piedra del malecón habanero. Bebiendo cerveza Heineken y esnifando ‘melca’ en el asiento trasero de su auto. Suelen ir a la cama a la hora en que muchos van a trabajar. Almuerzan carnes y mariscos mientras en gigantescos televisores de plasma ven las últimas noticias del mundo.
Sus padres están autorizados a tener antenas parabólicas y adsl. Son revolucionarios de fiar. Lo más granado de la revolución socialista. Cuando el discurso oficial pide a los cubanos simples que abran un nuevo agujero al cinturón, estos vástagos, hijos de tipos importantes, duermen diez horas, tienen aire acondicionado central en sus residencias y los fines de semana pescan en el yate del viejo.
Lo bueno que tiene ser hijo de un “pincho” (dirigente) en Cuba, es que no tienen que preocuparse por los paparazzi o las notas escandalosas en la prensa rosa. Los trapos sucios se guardan en casa. Sus progenitores tienen el poder. Controlan el ejército y los medios de comunicación y producción.
Jóvenes con vía libre para llevar una vida disipada y fácil. ¿Y sus padres? Prefieren mirar hacia otro lado.
Iván García, enero 21
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