Carlos Alberto Montaner. FIRMAPRESS
Dice Nicolás Maduro que el presidente
Juan Manuel Santos “le metió una puñalada a Venezuela”. No se sabe si esta
dramática información forense se la dio confidencialmente un pajarito o si
surgió de su legendaria capacidad de observación.
Maduro ve cosas que nadie percibe. Es
un vidente. Sólo él, por ejemplo, descubrió su rostro entre las manos de Chávez
en un cuadro o foto del Comandante Eterno. Pero ahí no termina la crónica roja
colombo-venezolana. De acuerdo con su versión, los colombianos, coludidos con
la CIA, intentarían envenenarlo.
Creo que es importante tener en cuenta
la secuencia. Estas revelaciones completan el cuadro clínico. Primero se
presentaron las alucinaciones auditivas con pajaritos que le hablaban. Luego
comparecieron las alucinaciones visuales con su propia imagen. Ahora
contemplamos denuncias de conspiraciones siniestras. Parece que estamos ante un
típico caso de esquizofrenia paranoide.
Los venezolanos, especialmente tras
las revelaciones de Mario Silva, discuten si Maduro es un comunista manejado
por Cuba o un místico manejado por Sai Baba, pero me sospecho que la duda que
hay que despejar es si estamos ante un sujeto afectado por un brote psicótico
transitorio, producto del estrés, tratable con unas cuantas pastillas de
Risperidona, o si se trata de un esquizofrénico incurable de pronóstico
sombrío. (Me temo lo segundo).
En todo caso, la “puñalada” colombiana
consiste en que el presidente Juan Manuel Santos recibió a Henrique Capriles,
el jefe de la oposición venezolana y muy probable ganador real de las
elecciones del 14 de abril.
Santos, en realidad, no hizo nada
excepcional. Recibió al representante de, por lo menos, la mitad de la sociedad
venezolana. Eso era lo responsable. Las relaciones entre los países no son
entre gobiernos, sino entre naciones. No haber recibido a Capriles, o sea,
negarle la legitimidad que sus compatriotas le otorgaron en las urnas, sí era
una forma de injerencia en los asuntos internos del vecino.
Los gobiernos son sólo los
representantes temporales de las naciones. Cuando Maduro sea amorosamente
recluido en alguna institución psiquiátrica, como le ocurrió al presidente
tunecino Habib Burguiba, y Capriles ocupe la presidencia, y cuando
probablemente sea otro el inquilino del Palacio de Nariño en Bogotá, los
vínculos entre las dos sociedades permanecerán inalterables.
Pero si bien Juan Manuel Santos acertó
en recibir a Capriles, tengo la impresión de que se equivoca en el tratamiento
dado a los narcoguerrilleros comunistas de las FARC en las negociaciones
llevadas a cabo en La Habana.
De la misma manera que es razonable
reconocer la legitimidad de Capriles para hablar en nombre de media Venezuela,
no tiene sentido asignarles a los representantes de las FARC el trato de
interlocutor válido para discutir el destino político de Colombia, como si se
tratara de la otra mitad legítima de la sociedad colombiana.
No se puede admitir como parte de la
discusión con las FARC una pretendida reforma agraria o los derechos de los
trabajadores, como si la batalla planteada por el brazo armado del Partido
Comunista colombiano se originara en reivindicaciones sociales, y no en la
lucha por tomar el poder y establecer un régimen colectivista dictatorial
basado en las supersticiones del marxismo-leninismo.
Si no se ha podido someter
militarmente a los criminales, es legítimo buscar el fin del conflicto armado
por la vía de conversaciones que conduzcan a un armisticio, pero ello implica
el fin de las hostilidades por parte de los subversivos, la entrega de las
armas y la subordinación al imperio de la ley.
También es razonable explorar zonas de
perdón y reconciliación, como se ha hecho en docenas de sociedades martirizadas
por conflictos sangrientos, pero ello exige el reconocimiento de la culpa y el
arrepentimiento por parte de quienes han violado sistemáticamente las leyes, y
hasta ahora ésa no parece ser la actitud de las FARC.
Es probable que Juan Manuel Santos,
lleno de buenas intenciones, quiera dejarles la paz a sus compatriotas como su
gran legado histórico, pero de la manera en que lo está intentando hay un
altísimo riesgo de que les transmita como herencia un Estado institucionalmente
muy frágil y políticamente indefenso.
O sea, la puerta por donde luego se
cuelan los monstruos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario