Miriam Celaya. CUBANET
Que la fenecida revolución de 1959 ha
devenido una gigantesca estafa transnacional resulta una verdad de Perogrullo.
Atareados como estamos por enfrentar y tratar de superar los casi infinitos
obstáculos a la libertad de derechos; inmersos además en una realidad signada
por los imperativos de la supervivencia, pocas veces nos detenemos a pensar en
los efectos del formidable mecanismo que el gobierno cubano ha sembrado durante
décadas en el mundo y en especial en el imaginario de los pueblos
tercermundistas. Más allá de quienes son servidores conscientes del sistema
cubano, se desconoce el número aproximado de víctimas de la propaganda castrista
que colaboran involuntariamente con el totalitarismo al hacerse eco de la mayor
falacia que ha producido la política en esta región.
Es cierto que a ese tenor se ha
formado toda una pléyade de hipócritas oportunistas que, en pago a sus
servicios como defensores foráneos de los intereses de la más larga dictadura
de este hemisferio, disfrutan de las oportunidades y privilegios que no puede
gozar la mayoría de los cubanos.
Es una experiencia que hemos sufrido.
Recuerdo con particular claridad a una mujer argentina en plan de regreso a su
país en compañía de su familia, con la que coincidí en un vuelo Habana-Panamá
de Copa Airlines (finales de abril de 1999), cuando me dirigía a Perú la
primera vez que salí de Cuba. Dicha señora ocupaba un asiento justo detrás del
mío y de repente, al detectar a una amiga y paisana, se puso de pie y a puro
grito le espetó: “¡Cora, Cora!, qué sorpresa!, ¿dónde estuviste vos esta vez?”.
La amiga mencionó un balneario cubano, no recuerdo exactamente cuál, a lo que
mi vecina de atrás le respondió, “¡Fantástico!, yo estuve también en ese el año
pasado, cuando vine por lo del Primero de Mayo con los otros. Está buenísimo,
¿no? Esta vez estuvimos en Varadero y me traje a los chicos, pero no me puedo
quedar hasta el día 1ro. El año pasado hasta estuvimos con Fidel. La verdad que
es grande la revolución y el pueblo cubano. ¡Cuba va!, ¡Patria o Muerte!”. Tan
ridícula como eso.
Me tomó por sorpresa, yo no esperaba
encontrar en un avión extranjero semejante ataque de sarampión ideológico.
Aquella mujer era, a todas luces, una más de los miles de parásitos que se
nutren del sufrimiento de los cubanos, una de tantos “sindicalistas de
izquierda radical” que acuden a La Habana cada año a agitar banderitas en las
epifanías revolucionarias con lo cual pagan el disfrute de instalaciones
turísticas de las que la mayoría de los cubanos apenas conoce. Seguramente ella
no se habría detenido en averiguar cuántos obreros cubanos estarían hospedados
en su hotel.
Sin embargo, lo más sorprendente es la
persistencia de la epidemia.
Recientemente, en Estocolmo, volví a
recibir otra ducha de solidaridad izquierdoso-castrista. Un sujeto muy
trajeado, que se identificó como hondureño, se acercó a nosotras ─ dos amigas
cubanas disidentes que conversábamos tranquilamente ─ y pasados unos breves
minutos se cuestionó nuestra insistencia, obviamente superflua, en reclamar libertad de Internet, de expresión,
de prensa y de asociación. Sacó a colación el tema de los derechos humanos en
Cuba y los comparó con los de su país, donde asegura que “en las calles
amanecen 20 muertos todos los días” mientras los cubanos tenemos la educación y
la salud gratuitas y garantizadas, así como derecho al trabajo. Sin dudas, el
sujeto está bastante desactualizado, pese a que, muy ufano, se declaró un
conocedor de Cuba ya que ha estado cinco veces en la Isla. Daba más pena que
coraje el pobre necio.
Para entonces nos habían rodeado
varios interlocutores de Argentina, Chile y España, que se habían acercado al
reconocer a mi amiga, y no pudieron menos que reír cuando le respondí al hombre
que a pesar de que lamentaba mucho la muerte de los hondureños su país no era
exactamente el modelo a que aspiramos los cubanos, que sus cinco visitas a Cuba
no podían competir con mis casi 54 años como cubana viviendo en la Isla, que
sus 20 muertos diarios no me consolaban del más de medio siglo de dictadura ─ sin
contar que nuestros muertos, en número indeterminado, son difíciles de ver
porque han sucumbido en las cárceles y en especial yacen en el Estrecho de La
Florida ─, y que la educación y la salud, generalmente de cuestionable calidad,
se pagaba con los misérrimos salarios y con una vida condenada a un ciclo
cerrado de pobreza. “Ningún extranjero tiene autoridad moral alguna para
decirnos a los cubanos cómo debemos vivir y qué clase de sistema político
queremos para Cuba. Haz lo tuyo en Honduras, que por cierto, no es un paradigma
de democracia para nadie”.
Después supe que otro cubano también
lo puso en su lugar, con palabras bastante más fuertes que las mías. No es de
extrañar que durante el panel sobre libertad de expresión en Latinoamérica
aquel hombre estuviera escondiéndose en la última fila del auditorio y poco
después se escurriera hacia la salida tratando de no ser visto.
Pero lo dicho. Alguna vez, espero que
a corto plazo, sabremos con mayor exactitud la verdadera magnitud de la estafa
transnacional castrista y conoceremos la nómina de sus alabarderos. Quizás para
entonces muchos ingenuos defensores del sistema, que hoy quiebran lanzas por un
gobierno que de seguro no tolerarían en sus países, sucumban ante la realidad
de los hechos que se conocerán, y sientan vergüenza. Otros muchos, mediocres y
vagos, acostumbrados a medrar a la sombra de caudillos generosos, saldrán a la
caza de nuevos empleadores. No les deseo suerte.
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