Argelia Ríos. EL UNIVERSAL
La “sucesión” se encuentra ante una
prueba de fuego. La protesta universitaria puede representar un problema más
serio del que sus integrantes están viendo. Colocados en una balanza, los
profesores, empleados y obreros de las universidades, siempre saldrán mejor
parados que los burócratas negados a escucharlos. Es imposible que el país no
les exprese su solidaridad: cada ciudadano sabe hoy cuán pesada es la carga que
la espiral inflacionaria les está imponiendo a las familias venezolanas. La
lucha de la comunidad académica resume todos los dramas a que estamos
expuestos, al vivir asediados por un monstruo que se está devorando los
ingresos de la gente. En un país donde nadie revira, aun existiendo tantos
motivos para hacerlo, las demandas de los universitarios están adquiriendo un
carácter simbólico. Ellos están expresando un descontento que muchos otros
quisieran exponer.
Ni Maduro ni Calzadilla pueden
despachar el asunto con el manoseado cuento de la desestabilización. Los
universitarios encarnan hoy al venezolano de a pie: a ése cuyo salario no
alcanza siquiera para adquirir los productos de la cesta básica, afectados por
dos devaluaciones que nos colocaron en el camino hacia la hiperinflación.
Habituado a ganar sus batallas en el terreno de las percepciones, y habiendo
avanzado largos pasos en el objetivo de construirse una férrea hegemonía
comunicacional, el gobierno no tiene en este momento los instrumentos para
doblegar a las máximas casas de estudio: en Venezuela hay un amplísimo consenso
en relación con los vergonzosos salarios que devengan sus profesores... ni
hablar del resto del mundo universitario.
Ese acuerdo general en torno al
problema universitario, dificulta la tarea de desacreditar el paro y las
peticiones que éste envuelve: es obvio para todos que no se trata de un
conflicto "mediático" y que, al contrario, es una acción justa,
muchas veces postergada por las mismas razones por las que se han pospuesto
tantas exigencias procedentes. En Venezuela ya nadie levanta la voz para
reclamar derechos, porque -desde los tiempos de la mal llamada
"guarimba"- la dinámica revolucionaria logró estigmatizar cualquier
modalidad de protesta. El hecho de que un sector haya decidido dar un paso
adelante y de que, en el trajín, consiguiera los respaldos que hoy posee la
comunidad universitaria, no es un detalle inferior: tal vez estamos asistiendo
a un punto de quiebre, al que arribamos montados sobre una crisis económica
frente a la cual "la sucesión" parece paralizada, y por cuyos efectos
pudiera romperse el silencio inerme de la sociedad venezolana. Las
universidades están rescatando el derecho a levantar la voz y eso no es poca
cosa.
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