Pedro Caviedes. EL
NUEVO HERALD
En el último
septiembre del mandato de George W. Bush, hubo un desastre financiero, cuyo
epicentro fue Wall Street, que arrasó en cadena con una buena tajada de las
economías de Occidente. Gran parte de aquel desastre se debió a la burbuja
inmobiliaria, formada paulatinamente en una serie de transacciones altamente
riesgosas, llevadas a cabo por los grandes bancos. Cada vez que una transacción
de este tipo ocurrió, un grupo de ejecutivos cobró altas sumas en forma de
bonos, como recompensa por la supuesta inversión exitosa. Millones de dólares
pasaron así a las cuentas de éstos. Hasta que reventó la farsa.
Como el
gobierno de los Estados Unidos asegura a los ahorradores que sus depósitos de
$250,000 o menos no sean tocados, no hubo una estampida de retiros de dinero,
pero sí se desató una crisis en el crédito, y muchas personas quedaron en
bancarrota. Cuando lo peor de la crisis pasó, después de que el estado
rescatara a los bancos inyectándoles enormes sumas, se descubrió que el
gobierno había gastado más de lo que debía. De un superávit heredado del
gobierno del presidente Clinton, ahora el déficit se había disparado. Billones
prestados para llevar a cabo la guerra en Irak (sobre la que todavía se seguía
prestando), la guerra en Afganistán (sobre la que también se seguía prestando),
un programa de recortes a los impuestos de los más ricos que también costó
billones (y que supuestamente haría crecer la economía) y el rescate a los
bancos (otros tantos billones), habían hecho un hueco enorme en las finanzas
del país.
Sin embargo,
de un momento a otro, comenzamos a escuchar a un grupo de congresistas,
asegurando que el déficit se debía a los programas de ayuda, a la cantidad de
empleados públicos y a la dimensión del gobierno. De los bancos y sus
operaciones riesgosas, de los ejecutivos y sus bonos, de las guerras (y la
subsecuente alza exponencial en los precios del petróleo que éstas desataron),
y del rescate a los bancos, no quedaba ni rastro. Todo era culpa del ‘enorme’
gobierno, que cometía el ‘delito’ de instalar programas de ayuda, y de gastar
en la infraestructura de la nación. Todo era culpa de los tomadores (takers).
Culpa del
Medicare y del Medicaid y de los hospitales públicos. Culpa de los bonos de
alimentos. Culpa de la cantidad de policías, de bomberos y de paramédicos.
Culpa de la cantidad de profesores en las escuelas y las universidades
públicas. Culpa de la educación pública. Culpa de la televisión y la radio
pública. Culpa del transporte público. Culpa de la cantidad de funcionarios
públicos. Culpa de las becas patrocinadas por el estado. Culpa de los programas
para prevenir el cáncer de mama. Culpa de la construcción de trenes. Culpa de
Obama. Sí, también culparon al presidente Obama del déficit que heredó del
anterior gobierno, cuando ni siquiera había pasado un mes de que se posesionara
en el cargo. De ese tamaño es el absurdo.
Hoy, a pesar
de todas las advertencias apocalípticas de los halcones del déficit, la
economía crece, el déficit se ha reducido en un total de 800 billones desde que
el presidente Obama asumió la presidencia, y en este año solamente se reducirá
otros 400 billones. Hoy, el índice Dow Jones está un 60% más alto de cuando el
presidente Obama comenzó su mandato. Hoy, la mayoría de los economistas
coinciden en que recortar lo único que hará es daño a la recuperación, mientras
los recortes del llamado secuestro comienzan a afectar a la gente que
primeramente no tuvo nada que ver con el desastre, como ya afectaron a los que
nada tuvieron que ver hace seis años. Pero hoy, ellos siguen diciendo lo mismo.
(Aunque comienzan a distraer a la opinión con uno que otro ‘escándalo’.)
Es verdaderamente
bochornoso ver cómo esas personas desde sus púlpitos (respetados púlpitos donde
líderes enormes han proclamado grandes discursos) hablan de un universo
paralelo, que no coincide con lo que realmente está sucediendo.
El cambio
climático, las armas, la comida repleta de hormonas y pesticidas, las
consecuencias de la guerra, el bienestar (que niegan) que ha traído el plan de
salud del presidente, la necesidad de mejorar la infraestructura, todo esto son
asuntos en los que, como en el caso del déficit, la realidad va por un camino,
y los discursos de estos señores por otra.
Lo más
doloroso es que tanta gente se vea afectada por esas mentiras tan dañinas.
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