Mario J.
Viera
Si
en verdad hay algo que detesto más que a los Castro es cambiar de dirección, es
decir: mudarme. Mudarse es una angustia. Mudarse es llenarse de estrés, de
agobio, de trastornos. Y mudarse a 180 millas es terrible; ¿qué terrible?;
mudarse es indescriptible, no tiene nombre; pero finalmente me mudé a una nueva
dirección; salí de Englewood para llegar a Miami.
¡Ah,
Miami! Esta caldera urbana donde se mezclan todas las etnias de América Latina
con algún que otro asiático, árabe, hindú y cuanta nacionalidad haya en este
mundo. Esta ciudad que se desborda, llena de arrebatos, tránsito alocado,
gritería y sofocos. Miami es América Latina con algo de Estados Unidos. Miami
es idioma español y espanglish y un poco de inglés; pero sobre todo, Miami es
Miami.
Sacando
cuentas, decidiendo qué llevar o qué dejar para la mudada ya es más que
suficiente, y finalmente se renta un U Haul y un “Tow Dolly” agregado para
transportar el carro y moverse por toda la I-75, teniendo en cuenta que de
seguro alguna cosa que pretendemos conservar se ha perdido, pero con la
tranquilidad de que, finalmente, nos mudamos.
Llegar
a Miami no es ya el fin; ahora hay que esperar para firmar el contrato de
arrendamiento y eso nos toma casi una semana y mientras, los muebles y enseres
y la ropa y los libros guardados en un pequeño local donde no podemos escarbar
para encontrar algo que de inmediato se nos presenta como “ahora lo necesito”.
Se
firma el contrato y hay que contar con un amigo para tomar los tiliches,
montarlos en un camión y llegar al nuevo apartamento, que no es tan nuevo pero
aceptable y en medio de la 12 Avenida del South West a cuatro cuadras de la
calle 8 y a cuatro cuadras de Flagler.
Entonces
comienza la nueva locura. Desembalar y comenzar a organizar donde cada cosa
debe ir. Uno entonces exclama, como se dice que rugían los piratas del Caribe:
¡Rayos y Centellas! Al final del día estás más cansado que lo que uno se cansa
cortando un tajo de caña al mediodía.
Entonces
se da uno cuenta de algo que un jubilado tanto necesita, cuando ya no tiene
nada más que esperar o hacer luego de la mudada: NO TIENES INTERNET y dejas a
un lado, para luego, mantener al día tu blog.
-
¿De qué te queja? En Cuba no tenías
internet y ni siquiera contabas con una computadora ─ Te dicen.
Y
tú contestas:
-
Es verdad, pero en Cuba se tenía
bastante entretenimiento… Tenía la visita periódica de algún oficial de la
Seguridad del Estado que con caras de pocos amigos te conminaba a “estar
tranquilo” o intentaba meterte miedo… También se practicaba el deporte de la
caza de un ómnibus para transportarte o salir a pescar noticias caminando
muchas cuadras, con el estómago vacío y sudando a chorros bajo el sol ardiente
y el calor habanero… No quedaba tiempo para el aburrimiento.
Al
fin: Ya estoy instalado; puedo emplear mi computadora para garabatear este
artículo y ya cuento con acceso a la internet… Ahora solo me queda esperar por
la próxima mudada…
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