lunes, 17 de diciembre de 2012

Una mudada… ¡Demonios!


Mario J. Viera

Si en verdad hay algo que detesto más que a los Castro es cambiar de dirección, es decir: mudarme. Mudarse es una angustia. Mudarse es llenarse de estrés, de agobio, de trastornos. Y mudarse a 180 millas es terrible; ¿qué terrible?; mudarse es indescriptible, no tiene nombre; pero finalmente me mudé a una nueva dirección; salí de Englewood para llegar a Miami.

¡Ah, Miami! Esta caldera urbana donde se mezclan todas las etnias de América Latina con algún que otro asiático, árabe, hindú y cuanta nacionalidad haya en este mundo. Esta ciudad que se desborda, llena de arrebatos, tránsito alocado, gritería y sofocos. Miami es América Latina con algo de Estados Unidos. Miami es idioma español y espanglish y un poco de inglés; pero sobre todo, Miami es Miami.

Sacando cuentas, decidiendo qué llevar o qué dejar para la mudada ya es más que suficiente, y finalmente se renta un U Haul y un “Tow Dolly” agregado para transportar el carro y moverse por toda la I-75, teniendo en cuenta que de seguro alguna cosa que pretendemos conservar se ha perdido, pero con la tranquilidad de que, finalmente, nos mudamos.

Llegar a Miami no es ya el fin; ahora hay que esperar para firmar el contrato de arrendamiento y eso nos toma casi una semana y mientras, los muebles y enseres y la ropa y los libros guardados en un pequeño local donde no podemos escarbar para encontrar algo que de inmediato se nos presenta como “ahora lo necesito”.

Se firma el contrato y hay que contar con un amigo para tomar los tiliches, montarlos en un camión y llegar al nuevo apartamento, que no es tan nuevo pero aceptable y en medio de la 12 Avenida del South West a cuatro cuadras de la calle 8 y a cuatro cuadras de Flagler.

Entonces comienza la nueva locura. Desembalar y comenzar a organizar donde cada cosa debe ir. Uno entonces exclama, como se dice que rugían los piratas del Caribe: ¡Rayos y Centellas! Al final del día estás más cansado que lo que uno se cansa cortando un tajo de caña al mediodía.

Entonces se da uno cuenta de algo que un jubilado tanto necesita, cuando ya no tiene nada más que esperar o hacer luego de la mudada: NO TIENES INTERNET y dejas a un lado, para luego, mantener al día tu blog.

-        ¿De qué te queja? En Cuba no tenías internet y ni siquiera contabas con una computadora ─ Te dicen.

Y tú contestas:

-        Es verdad, pero en Cuba se tenía bastante entretenimiento… Tenía la visita periódica de algún oficial de la Seguridad del Estado que con caras de pocos amigos te conminaba a “estar tranquilo” o intentaba meterte miedo… También se practicaba el deporte de la caza de un ómnibus para transportarte o salir a pescar noticias caminando muchas cuadras, con el estómago vacío y sudando a chorros bajo el sol ardiente y el calor habanero… No quedaba tiempo para el aburrimiento.

Al fin: Ya estoy instalado; puedo emplear mi computadora para garabatear este artículo y ya cuento con acceso a la internet… Ahora solo me queda esperar por la próxima mudada…

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