Mario J. Viera
El
título de este artículo es copia del Twitter enviado por la Asociación Nacional
del Rifle, el 20 de julio pasado, el mismo día en que James Holmes masacraba al
público asistente al Cine Century de Aurora en Denver, Colorado ocasionando con
su fusil de asalto la muerte de 12 personas y dejando heridas a otras 58.
Coincidentemente
fue otro viernes cuando se produjera la peor y más cruel matanza que recuerda
la historia de los Estados Unidos desde la masacre de Wounded Knee ocurrida
durante las llamadas guerras indias, el 29 de diciembre de 1890 con un saldo de
ciento treinta y cinco lakotas muertos de los cuales sesenta y dos eran mujeres
y niños.
Pero
este viernes funesto, donde perdieron la vida a manos del psicópata Adam Lanza
20 niños en edades de seis y siete años y seis adultos, la Asociación Nacional
del Rifle (NRA por sus siglas en inglés) guardó silencio. Un silencio impúdico,
un silencio cómplice del crimen.
El
4 de octubre pasado, Wayne La Pierre, vicepresidente ejecutivo de la NRA,
anunciaba el apoyo de la poderosa organización lobista al candidato republicano
Mitt Romney afirmando: “En esta elección
no hay debate. Hay solamente una opción, una única esperanza para salvar
nuestra libertad de (portar) armas de fuego y nuestra forma de vida”. No
puedo colegir si el Sr. La Pierre está todavía viviendo en el viejo Oeste de
1880 cuando la forma de vida estaba representada por los “vigilantes”, por Wild
Bill Hickok, Wyatt Earp y Doc Hollyday o por William H. Bonney (Billy the Kid),
Jesse James y los hermanos Dalton, lo que sí sé es que en noviembre hubo otra
opción contraria a la propuesta por la NRA.
Las
armas son instrumentos de muertes, y como instrumentos, ellas requieren ser
manipuladas para cumplir su razón de ser: provocar la muerte de alguien, no
importa si en defensa propia, no importa si se produce en un momento de cólera
e ira homicida. Manipular un arma de fuego requiere una actitud de
responsabilidad, de compromiso. Es inconcebible que el poder conducir un
vehículo no se considere un derecho ciudadano y si se admita como derecho el
portar un arma de fuego. Es más fácil obtener un permiso de arma que una
licencia de conducción.
Si
para poder conducir un vehículo se requiere cumplir con ciertas regulaciones,
someterse a un examen teórico del Reglamento de Tránsito y luego aprobar un
examen práctico, ¿por qué no se establecen regulaciones para el porte de armas
de muerte? El porte de armas en Estados Unidos es un derecho constitucional;
pero es un derecho que requiere condicionamientos. La sociedad del siglo XXI es
totalmente diferente a la del siglo XVIII cuando se redactó la Constitución de
Estados Unidos; la forma de vida de entonces es radicalmente diferente a la de
nuestros días. La visión política de los padres de la Constitución estaba
signada por las condiciones políticas de la época y nunca hubieran previsto las
condiciones tanto políticas como sociales que prevalecerían tres siglos
después.
La
Enmienda 2 que establece: “Siendo
necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, el
derecho del Pueblo a poseer y portar armas no será infringido”, requiere
ser enmendada partiendo de su propio sentido de “milicia bien ordenada”, así las armas de asalto, automáticas o
semiautomáticas, no estarían legalmente en manos de desequilibrados mentales o
de psicópatas.
Ha
llegado el momento de que cuando terminemos de enjugarnos las lágrimas por los
inocentes de la Escuela Primaria Sandy Hook en Newtown, nos decidamos a actuar
y a enfrentarnos a la poderosa NRA que no los derechos “civiles” de los
ciudadanos defiende, sino los intereses de los mercaderes de las armas de
fuego, de las armas de muerte, de las armas que pueden arrancarle la vida a
muchos inocentes. No puede permitirse que se reproduzca en cualquier otro
tranquilo poblado ese tan “feliz viernes” que deseaba la NRA.
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