Mario J. Viera
Solo faltan cuatro días para llegar al
2013 y la llegada de un nuevo año invita a hacer un recuento de lo que nos dejó
el año que termina. Sin embargo no me interesa resumir estos doces meses que ya
llegan a su fin, sino elucubrar en lo que nos espera en ese inescrutable año 13
del segundo milenio de nuestra era.
Para los supersticiosos de siempre, el
13 es un número de mala suerte; en numerología la suma de sus valores absolutos
da 4, y el 4 es representativo de lo terrenal, lo material y lo económico,
también es el signo de lo práctico, de la lealtad y de la rigidez. El 13 es un
número considerado kármico significando a la muerte como transformación.
Para mí este año 13 es una incógnita,
una esperanza y una premonición, todo a la vez. Personalmente no sé si este sea
mi último año de vida o si será otro año más de permanencia en esta dimensión.
Arcano para mí ─ y para cualquier otro humano ─, indescifrable.
De algo si estoy convencido: el 2013
serán otros doce meses de nostalgia en la grisura del exilio. Doce meses
recordando el pasado, los días felices ─ y hasta los no tan felices ─
transcurridos en mi infancia y juventud en la isla de mis ensueños, en Cuba.
Me angustia pensar que sobre Cuba
transcurran doce meses más sin cambio alguno; doce meses más de inmovilismo, de
soportar el poder de una jauría de ancianos mediocres y ambiciosos. Me complace
pensar que tal vez Tanatos haya reservado el año 13 para hacer cosecha en los
predios de la gerontocracia isleña. Hace tiempo ya que ellos están de más, no
representan el progreso, nunca lo representaron, aunque todavía quedan
bastantes representantes de la estulticia humana que se lo creen; ¡Qué se la va
a hacer! Siempre hay y habrá tontos y cegatos. Si faltan, nadie les extrañará;
quedarán como un mal recuerdo; quizá como constancia de una amarga experiencia;
la experiencia de no volver a creer en ídolos falsos, ni en supremos salvadores
humanos.
¿Doce meses más? ¿Será posible que los
“históricos”, los serranos, sigan inamovibles en sus puestos?
Pero doce meses ─en política ─ es
mucho tiempo y en ese lapsus pueden suceder muchas cosas. ¿Qué sucedería ─
especulemos ─ si ciertamente Hugo Chávez está enfermo de cáncer y finalmente
muriera? Sería un desastre, no para el pueblo de Cuba, no para los venezolanos,
sino para los jerarcas del verde olivo. ¿A quién recurrirían los desastrosos
manipuladores de la economía de Cuba? ¿De nuevo a los rusos? ¿A los chinos, tal
vez? No, ni rusos ni chinos están dispuestos a subsidiar una utopía fracasada;
si invierten exigen intereses contados en buenos dólares o euros… Pero, sí,
quizá Hugo Chávez se muera, todo puede suceder ¿tal vez no?
Seguiré especulando. No les deseo la
muerte a los hermanos Castro, ni a ese viejo mañoso de Machado Ventura, ni a
ese sociópata de Ramiro Valdés, lo único que les deseo es que descansen
apaciblemente en hermosos y orlados mausoleos, alejados de las intrigas y de
las ambiciones mundanas. Quizá esto se cumpla dentro de este espacio de doce
meses. ¿Qué ocurriría entonces?
Cuando hay un cadáver siempre hay
buitres y hienas, y los buitres y las hienas se disputan los despojos. Ya
atisban los buitres, ya se preparan para el banquete, aguardan su oportunidad
¿Llegarán a saciarse? La revolución apesta, ya apestaba a cadáver desde su
nacimiento. La revolución falseada agoniza. ¿Soportará otros doce meses más? El
13 es simbólico: Muerte y renovación. Fenece lo disforme y se renueva la vida.
Pronto la palabra “revolución” en Cuba tendrá la connotación de una palabra
obscena.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario