Como desde hace más de
seis años el reguetón es casi la única
¿música? que se escucha en Cuba a toda hora y en cualquier lugar, llegué a
temer que duraría tanto o más que el castrismo. Pero a juzgar por lo preocupados que andan por la
UNEAC y el Instituto Cubano de la Música con las letras groseras, obscenas y
machistas de los reguetoneros, parece que
los mandamases van a acabar -por
decreto- con el abominable reguetón un
poco antes.
Recientemente, Orlando
Vistel, el despótico director del Instituto Cubano de la Música, anunció en el
periódico Granma la purga musical que se avecina: hay una ley en preparación
que regulará el uso público de la música. Vistel amenazó con severas sanciones
que pueden llegar hasta el retiro del permiso para actuar a los que interpreten
canciones con letras “agresivas, obscenas, sexualmente explícitas” o que
presenten a las mujeres como “grotescos objetos sexuales”.
Me quedo corto si digo
que no soporto el reguetón, me es un suplicio, un vomitivo, pero no me alegra
para nada que vayamos a descansar de él porque así lo determine un puñado de
pacatos y comisarios reminiscentes del
Decenio Gris, que se creen con derecho a decidir qué música escuchan o dejan de
escuchar los cubanos.
De nuevo se quieren arrogar
el derecho a prohibir ─ por motivos
ideológicos, pujos elitistas o pura payasada ─
determinados tipos de música, como hicieron en su momento con los
Beatles, el rock y hasta con cantantes tan inocuos como José Feliciano y
Roberto Carlos.
La mala noticia para los
mandamases es que no podrán con el reguetón.
Para bien o para mal, las nuevas tecnologías han democratizado el
consumo de la música: hoy cada cual recopila y escucha la música que se le
antoja. También y sobre todo, la más banal o vulgar. Eso lo sabe hasta el
zoquete de Orlando Vistel.
¿Qué importa que los mandamases hagan asquitos al reguetón y no lo pasen por
la radio? Los chicos continuarán
escuchando en todos los barrios, en todos los “bonches”, con los baffles en la
acera, a todo meter, las canciones tan zafias y groseras como ellos mismos, con
letras con un sentido tan doble y triple como la moral ─ o absoluta
falta de ella ─ de los fariseos sin una gota de clase que pretenden reeducarles el gusto.
Los ostentosos
reguetoneros y su público, simulan como
pueden la sociedad de consumo, que por prohibida, idealizan. Pugnan también por ser triunfadores. Como las
jineteras, los macetas y los hijos de papá…El buen gusto, los modales, los
valores, son otra historia. ¿Qué referentes tienen los hijos del hombre nuevo,
qué patrones a seguir han tenido? ¿Cómo van a ser de otra manera?
En la sociedad cubana
finalmente se impusieron la vulgaridad, la chabacanería, el mal gusto y la
marginalidad. No es que los patrones musicales refuercen estándares
incongruentes con los valores de la sociedad cubana. Todo lo contrario: la
realidad se parece al reguetón. Y viceversa. Es un perfecto círculo vicioso.
En Cuba se vive la
apoteosis de la chusmería. El reguetón cayó en su justo tiempo y en el lugar
preciso: es la banda sonora idónea para el sálvese el que pueda y el despelote
nacional.
Podrán no difundir el reguetón por la radio y la TV,
proscribirlo de los lugares públicos, prohibirlo oficialmente, pero así no van
a poder acabar con él. Como mismo no pudieron acabar con el rock. ¡Cuidado, no vaya a ser que dentro de veinte
años le levanten una estatua a Daddy Yankee – o al Chacal – en un parque del
Vedado!
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