Jorge Ramos
“Lo peor de todo es que,
pronto, otra masacre volverá a ocurrir en Estados Unidos. Está anunciado.” Esto
lo escribí hace cinco meses, después de la matanza en un cine de Aurora,
Colorado, donde murieron 12 personas. No había que ser brujo o vidente para pronosticarlo.
Estaban dadas todas las condiciones para otra masacre: acceso ilimitado de
armas y un Congreso temeroso a poner nuevas restricciones a sus ventas. Y pasó:
27 personas fueron asesinadas en una escuela de Newtown, Connecticut,
incluyendo a 20 niños.
Ya no les creo a los
políticos que dicen que van a imponer límites al uso de armas. Siempre dicen lo
mismo después de una masacre y no hacen nada. Tras la muerte de 15 personas en
la escuela secundaria Columbine, en Colorado, en 1999 no hicieron nada. Tampoco
tras el asesinato de 32 en la universidad Virginia Tech en el 2007. Y ahora,
tras el asesinato de una veintena de niños, dicen que sí van a hacer algo al
respecto pero tienen cero credibilidad. Por eso no les creo.
La realidad es que
tenemos un Congreso con miedo. La mayoría de los congresistas temen proponer
nuevas leyes que limiten el uso de armas. ¿Por qué? Porque se enfrentarían a la
Asociación Nacional del Rifle (NRA) y a los millones de dólares que la poderosa
organización podría invertir en su contra en las próximas elecciones. Como me
comentó el representante de Illinois, Luis Gutiérrez, para cambiar las leyes
actuales se necesitan muchos congresistas dispuestos a perder su puesto. Y, la
verdad, yo no conozco a muchos congresistas así.
Esta es la realidad que
es preciso cambiar. En ningún país del mundo hay tantas masacres en escuelas
como en Estados Unidos. En esta nación hay, aproximadamente, un arma por cada
uno de sus más de 300 millones de habitantes. Uno de cada tres hogares tiene
una pistola o un rifle. Y es más fácil conseguir un arma para matar que una
medicina sin receta médica.
El rifle utilizado por
el pistolero es muy similar al que usan las tropas de Estados Unidos en las
guerras de Afganistán e Irak. Poseer un rifle de ese calibre solo puede tener
un propósito: matar a seres humanos. Nunca he escuchado de un cazador que sale
en busca de venados con rifles que disparan ráfagas de balas al tocar una sola
vez el gatillo.
Es un argumento falso el
decir que con más armas estamos más seguros. Japón ha demostrado que con menos
armas hay menos asesinatos. Ahí los ciudadanos, con muy raras excepciones,
tienen prohibido portar armas.
Después de una masacre
como esta, siempre acaban diciendo que el responsable estaba “loco”. Pero la
diferencia en Estados Unidos es que esos “locos”, si de verdad lo fueran,
tienen acceso irrestricto a armas de fuego. Sin armas de fuego, los problemas y
las venganzas personales de Adam Lanza no hubieran culminado en una matanza.
En estos momentos es
impensable en Estados Unidos eliminar la segunda enmienda de la Constitución,
que garantiza la compra y uso de armas para cualquier ciudadano. Pero
ciertamente las circunstancias que vivimos ahora son muy distintas a las que
motivaron en 1791 a que se aprobara dicha enmienda. Aquí, lo verdaderamente
radical, sería el buscar la erradicación de la segunda enmienda. Pero no hay la
voluntad política, siquiera, para plantear la idea en el Congreso.
En abril del 2007 viajé
a Blacksburg para cubrir la matanza de 32 personas en la universidad de
Virginia Tech. En esa ocasión me sorprendió como en un momento puedes estar
tomando una clase de alemán o de hidrología y, al siguiente, estás muerto.
Poco después escribí que
era “una locura que un perturbado mental como Cho Seung Hui pueda comprar
fácilmente armas de ataque en Estados Unidos.” Y concluí con pesimismo: “Nada
va a cambiar.” Desafortunadamente, tuve razón hace cinco años. Las masacres se
han repetido una tras otra. Y ahora estamos esperando la que sigue. Pronto.
Aun si los congresistas
norteamericanos se atrevieran a poner a un lado sus diferencias políticas y
lograran un acuerdo para limitar el uso de armas de combate, millones de
pistolas y rifles seguirían en circulación. Y eso no tocaría, ni en lo más mínimo,
la cultura de violencia que reina en Estados Unidos, desde sus dos guerras
hasta sus juegos de video.
Por eso no les creo a
los políticos norteamericanos cuando dicen que ahora sí es el momento para
hacer algo que evite más masacres como la de Newtown. Cierto, Estados Unidos
vive un duelo similar al ocurrido después de los actos terroristas del 11 de
septiembre del 2001. Hay esa terrible sensación de que cualquiera de nosotros
pudo haber sido el padre o la madre de uno de los 20 niños asesinados.
Pero temo concluir con
el mismo pesimismo que antes: nada va a cambiar y, otra vez, solo estamos
esperando a que ocurra la siguiente masacre. Basta saber cuándo y dónde.
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