Fernando Mires. Blog POLIS
En su alocución al Colegio
cardenalicio, a la Curia Romana y a la Gobernación el 21 de Diciembre,
Benedicto XVl aludió de modo errado a una frase que hizo famosa Simone de
Beauvoir. apoyándose en un tratado "cuidadosamente
documentado" del rabino de Francia Gilles Bernheim. La frase es:
"No se nace mujer, se llega a serlo".
"Según
esta filosofía" ─ dijo Benedicto ─ "el sexo ya no es un dato originario de la naturaleza, que el hombre
debe aceptar y llenar personalmente de sentido, sino un papel social del que se
decide autónomamente, mientras que hasta ahora era la sociedad la que decidía.
La falacia profunda de esta teoría y de la revolución antropológica que subyace
en ella es evidente. El hombre niega tener una naturaleza preconstituida por su
corporeidad, que caracteriza al ser humano”
Sin embargo, cualquiera persona que ha
leído el libro “El Segundo Sexo” de
Simone de Beauvoir sabe que la autora no se refería a la determinación
biológica de la mujer, como suponen Benedicto XVl y el rabino de Francia Gilles
Bernheim, sino a roles que le han sido históricamente asignados bajo
condiciones determinadas por un orden social y cultural definido como
patriarcal.
Llegar a ser mujer significaba para
Simone de Beauvoir conformarse con el rol de materia no-pensante asignada por
ese orden socio-sexual que ella consideraba, por muchas razones, injusto. Nunca escribió de Beauvoir que la
mujer debería liberarse de su condición biológica, como mal interpreta el Papa.
De la misma manera podría decirse: “No se nace hombre, se llega a serlo”.
Y así es. Todos quienes fuimos una vez
educados para ser “verdaderos hombres”, aprendimos desde niños a no mostrar
dolor ni sentimientos, nunca llorar, y a que las labores del hogar deberían ser
realizadas solo por mujeres. Si tantos de mi generación nos sentimos cuando
jóvenes identificados con “La ciudad y
los perros” del premio Nobel Mario Vargas Llosa, fue porque esa fábrica de
hombres que era la escuela militar de su país no difería demasiado de los
brutales “liceos de hombres” donde fuimos educados. Quien sabe cuántas niñas
llenas de talento fueron a su vez entontecidas por instituciones destinadas a
formar “mujercitas” (título de la famosa novela de Louisa May Alcott). Esos
valores falsos e injustos se han ido extinguiendo en ese Occidente al cual
pertenece y ha dado forma la Iglesia Católica. Pero no se han extinguido como
el agua en el vapor. Han sido extinguidos gracias a personas como Simone de
Beauvoir.
Quien escribe estas líneas no concuerda en
todos los puntos con el libro de Simone de Beauvoir, escrito, por lo demás,
hace ya muchos años. Pero adjudicarle a ella responsabilidad en los
experimentos y mutaciones bio-sexuales que tienen lugar en nuestro tiempo es,
por decir lo menos, algo muy desproporcionado.
El Papa Benedicto ha sido muchas veces mal
interpretado. Ahora él es quien malinterpreta a una autora que hizo mucho por
reivindicar la igualdad social y cultural de las mujeres. Esa igualdad es una
condición y no un obstáculo para resguardar el propio sentido de la familia que
defiende Benedicto. Más aún, la lucha
por la libertad del ser ─ en este caso, el ser de la mujer ─ es, de acuerdo al
ejemplo dado por María, una de las condiciones que se requieren para acceder al
mundo de la comunión religiosa. Y eso vale para todos: Tanto para los nosotros
como para las nosotras.
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