Fernando Mires. Blog POLIS
El chavismo nunca ha sido democrático. Cierto es que participa en una
estructura institucional, pero controlada cien por ciento, comenzando con los
tres poderes clásicos; agregando los militares, policiales, comunicacionales y
electorales. Cierto es que participa en el marco de un orden constitucional,
pero hecho a su medida, sin trepidar en violarlo cuando lo considera necesario.
Y pese a que el chavismo sólo obtiene apoyo en menos de la mitad de la
población en condiciones de votar, actúa como si todos los venezolanos fueran
chavistas de nacimiento.
Basta recordar que el mismo Chávez dejó estipulado en un discurso: “quien
no es chavista no es venezolano”
La oposición ─ casi la mitad de la población votante ─ no cuenta para nada.
No hay dialogo, no hay consultas, no hay respeto, sólo insultos, amenazas,
incluso represión. Por supuesto hay elecciones, pero sometidas a los
dispositivos de una maquinaria construida por Chávez, una en la cual se incluye
la compra de votos, la formación de clientelas, y no por último, la prédica de
miedo y odio. Así, cada candidato no chavista ha debido enfrentar no sólo a un
contrincante oficialista sino, además, a toda la maquinaria del Estado. De ahí
no puede extrañar que nuevamente, esta vez bajo el gobierno provisional o
interino de Nicolás Maduro, el chavismo haya violado una vez más la
Constitución prolongando el mandato presidencial sin presencia ni juramentación
del presidente electo.
Quizás hay en el chavismo militantes con desviaciones democráticas. Pero
sus dos alas principales ─ la cabellista y la madurista ─ sólo obedecen leyes
cuando les conviene. Ambas fracciones tienen una relación instrumental con la
democracia. Ambas suponen también que hay una razón superior que se encuentra
antes, sobre y después de la Constitución. Esa razón superior es “la
revolución”.
Desde el punto de vista militar-cabellista se trata de algo obvio. Los
chavistas no deben seguir leyes, sólo órdenes. Las razones de la fracción
madurista-castrista en cambio, son ideológicas.
De acuerdo a ese marxismo simplón importado desde La Habana, la democracia
es para el madurismo una invención burguesa, hecha por y para la burguesía. Si
hay que aceptarla, es por razones tácticas. Pero en el fondo se trata de una
cuestión de formas. “Un simple formalismo” calificó Maduro a esa ceremonia que
en los países democráticos es casi sacramental: la transmisión de mando jurada
frente al libro constitucional.
Sería entonces pérdida de tiempo analizar los malabarismos leguleyos que
otorgan forma pseudolegal a la prolongación del 10.01.2013. Tampoco tiene
sentido, a estas alturas, detenerse en los enjundiosos análisis de los mejores
juristas venezolanos, todos contrarios al burdo procedimiento oficialista. La
razón es obvia: las decisiones del chavismo son ejecutadas según simples
relaciones de poder y no de acuerdo a textos legales. Por lo demás todo el
mundo lo sabe: poner a la Constitución venezolana al cuidado del Tribunal
Superior de Justicia es como exigir a un perro que cuide las salchichas.
Pues bien; las relaciones de poder a nivel local ─ dos triunfos electorales
consecutivos ─ y a nivel internacional ─ apoyo de gobiernos ávidos de petróleo
─ son en el momento del juramento constitucional ampliamente favorables al
chavismo. ¿Y la Constitución? Muy simple: “se la meten por el paltó” (Chávez
dixit).
Sin embargo, visto el tema desde una perspectiva política más que jurídica,
el acto de no-juramentación tiene una importancia trascendental para el futuro
de Venezuela pues a partir de ese día el estado chavista cambia su carácter
político.
El estado chavista no estará representado ─ es el hecho decisivo ─ por un
gobierno unipersonal, sino por un gobierno objetivamente bicéfalo. Eso
significa a su vez que, aunque Maduro aparezca ejerciendo las funciones de
presidente interino o provisional hasta que Chávez regrese, muera o resucite (en
Venezuela todo es posible) el estado venezolano ya tiene dos mandatarios de
facto: Cabello, como jefe del aparato militar y Maduro, como jefe del aparato
político. Dos cabezas diferentes, pero miembros del mismo cuerpo: el Estado
chavista.
La renuncia explícita e inconstitucional de Cabello a asumir la presidencia
provisional que de acuerdo a la Constitución le correspondía ejercer, sólo
puede ser entendida en el marco de esa nueva repartición del poder.
Fue la diferencia entre esas dos cabezas la que hizo suponer a diversos
analistas que en el chavismo tendría lugar una guerra fratricida. Hecho
preocupante pues cada vez hay más venezolanos, chavistas y antichavistas, que
dan por verdadera cualquier cosa que se les ocurre, signo del clima de paranoia
colectiva creada por el chavismo en 14 años. Pero con ello confundieron dos
conceptos: el de diferencia y el de antagonismo. Cabello y Maduro son,
efectivamente, diferentes, pero no son antagónicos. No pueden serlo, no
sólo porque son dos cabezas de un mismo cuerpo, sino porque cada cabeza tiene,
además, lo que no tiene la otra.
Mientras Cabello tiene la legitimación de la fuerza, Maduro ─ gracias al
testamento de Chávez ─ tiene la fuerza de la legitimación. Puede incluso que ambas cabezas se odien, pero ninguna
puede vivir sin la otra.
Desde el punto de vista politológico el fenómeno no deja de ser fascinante.
Por primera vez en la historia latinoamericana ha surgido un gobierno
auténticamente bicéfalo.
Ha habido casos de división de trabajo entre personajes gubernamentales,
pero eso no lleva de por sí a la bicefalia política. La división más clásica
fue la que se dio entre Perón y Eva. Mientras Eva se hacía cargo de la parte
plebeya, Perón actuaba en la parte ejecutiva y administrativa. Sin embargo
Perón podía prescindir de Eva, aunque Eva, de Perón, no. Lo mismo ocurrió
cuando Cristina era Kirchner y no Fernández. Ambos, Cristina y Néstor eran
partes de la misma unidad, se entendían y complementaban, quizás mejor que Eva
y Perón. Pero ambos eran parte de un mismo poder. Algo parecido ocurre en la
Bolivia de hoy. Mientras el vice García Linera se hace cargo del aparato
ideológico, Evo Morales representa el poder presidencial. Mas, también se trata
de una relación de simple cooperación. El líder indiscutido es Evo. No ocurre
lo mismo en Venezuela donde ─ de modo radicalmente anti-constitucional ─ ha
cristalizado una relación de doble poder al interior del propio estado.
Quizás el caso más similar al venezolano fue la repartición del poder que
tuvo lugar en Cuba hasta el día en que Fidel enfermó. Fidel, como se sabe, era
el representante político, mientras Raúl el encargado de los aparatos
represivos. Es por eso que cuando Fidel se encontró físicamente inhabilitado,
la sucesión ocurrió como resultado de un proceso casi natural. ¿Será esa la
razón por la cual, después que subscribieron el “Pacto de la Habana” Cabello y
Maduro han comenzado a llamarse “hermanos” entre sí? Mas, el ejemplo cojea. Por
una parte, Cabello no es (por ahora) Raúl, y Maduro nunca será Fidel. Por otra
parte, ni biológica y mucho menos, políticamente, son hermanos. Todo lo
contrario: son rivales asociados.
Lo concreto es que en La Habana tuvieron lugar dos operaciones
quirúrgicas de importancia trascendental para los destinos de Venezuela. La
primera ocurrió en el cuerpo enfermo del presidente Chávez. La segunda, mucho
más complicada, consistió en convertir un gobierno acéfalo en uno bicéfalo.
El resultado de la bicefalia fue el siguiente: El gobierno para Maduro, las
armas para Cabello. Por cierto, una monstruosidad. Pero eso es lo que menos
importa a los jerarcas cubanos. Lo importante es que la bicefalia funcione.
Sea porque el pacto de La Habana se realizó para detener las ambiciones de
Cabello; sea para suturar las divisiones internas del chavismo; sea para
posibilitar que Chávez siga gobernando de modo religioso o simbólico; sea para
dar más tiempo a Maduro para promocionar su herencia electoral, lo cierto es
que el Pacto de La Habana ha dañado más a Nicolás Maduro que a Diosdado
Cabello.
Desde el punto de vista jurídico, Maduro se ha convertido en un sucesor
inconstitucional, lo que para el chavismo, reiteramos, no es un gran problema.
Pero sí lo es desde el punto de vista político. Pues el pacto de sucesión no
sólo tuvo lugar en un país extranjero, sino, además, bajo los auspicios de la
única dictadura de América Latina.
De este modo, cuando Maduro sea candidato (suponiendo que alguna vez lo
será), arrastrará consigo el peso de tres estigmas. El de la Constitución
violada, el de haber puesto en juego el principio de la soberanía nacional, y
el de ser representante de una bicefalia política. Porque para nadie será un
misterio en Venezuela: quien vote por Maduro votará también por Cabello.
En cualquier caso las elecciones presidenciales venezolanas no han perdido
su carácter mitológico. Si en las elecciones de 2012 el candidato de la
oposición tuvo que asumir el mito de David luchando contra Goliath, en las
próximas (sabe Dios cuando serán) el candidato de la oposición deberá asumir el
mito de Hércules luchando contra la hidra de Lerna: el monstruo de dos cabezas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario