Laureano Márquez. TALCUAL DIGITAL
Gracias al programa de radio de la
querida Elba Escobar (obviamente contagiada), tuve conocimiento de un hecho de
extraordinaria relevancia que brinda, además, una magnífica oportunidad de
evitar hablar de lo que uno debe.
Descubrimientos científicos concluyen
que la ingestión de una bacteria común en el suelo llamada Mycobacterium vaccae, aumenta la inteligencia y disminuye la
ansiedad.
Creo que es obvio que el tema nos
interesa a los venezolanos con carácter de urgencia. Esta bacteria, según los
que saben, la respiramos cuando estamos al aire libre y en contacto con la
tierra. Se realizó un experimento con ratones, como es costumbre, por ser los
únicos animales que no tienen defensores. Le inyectaron la bacteria viva en el
pan de los ratones y el resultado fue que los que consumieron la bacteria recorrían dos veces más rápido el laberinto y
mostraban menor ansiedad que los que no la consumían.
Los resultados son concluyentes. A la
hora de implementar la bacteria entre nosotros se nos presenta el gran problema
de dónde conseguir el pan para inyectarla, por la escasez de harina reinante.
Ya el Tribunal Supremo le encontrará salida a este dilema con alguna sentencia
que declare que el pan no está ausente de las panaderías, que lo que hay es una
continuidad de la masa.
Pero volviendo a los que nos interesa
las autoras del trabajo Effect of
Mycobacterium vaccae on Learning in Mice, Dorothy M. Matthews y Susan M. Jenks,
nos dicen que jugar con la suciedad, andar tirado por el piso atrapando
bacterias, que es lo primero que uno le prohíbe a los niños de uno, puede
hacernos más inteligentes. El nombre de la bacteria, que se encuentra en el
contacto con la tierra y al aire libre, viene de la bosta de la vaca por ser
allí donde se encontraron las primeras cepas, que se sepa. Las consecuencias de
esto son terribles, pero inobjetables: el destino de la inteligencia humana se
encuentra al final del tracto digestivo vacuno. Una gran contribución a la
inteligencia seria llenar la ciudad de vacas y que nadie recoja la bosta. No es
casual ─ ahora uno lo entiende ─ que la India sea un país con sabias
tradiciones espirituales.
Este descubrimiento cambia muchos de
los supuestos que dábamos por sentado. Por ejemplo, los alcaldes que mantienen
sus ciudades inmundas son los que más contribuyen con la inteligencia del
pueblo. Ahora uno entiende por qué son reelectos tantos “incapaces”, la gente
se siente menos ansiosa con ellos. Sugerimos que las próximas marchas, en vez
de caminando, todos los bandos, deberían realizarlas obligando a sus
copartidarios a arrastrarse al ras del piso. Exigimos que se sintetice la bacteria, que nos la
inyecten. Que nadie se coma un solomo más, dejemos a nuestras vacas vivir en
paz y que, rebosantes de bosta, nos inspiren mientras las inspiramos a ellas.
Quién nos lo iba a decir: nuestro
destino, nuestro progreso, está en coexistir con la suciedad. Casi que
podríamos decir: la suciedad nos hará una mejor sociedad. Vamos, pues, por buen
camino. Ya lo dijo en alguna parte el gran
Calderón de la Bosta: la vida es una barca.
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