miércoles, 9 de enero de 2013

La Habana-Caracas


Freddy Núñez. TALCUAL

La guerra de Corea partió en dos a ese país. En el norte se consolidó el gobierno comunista, y debido a la intrínseca capacidad de mentir y falsear todo, propia de esos regímenes, pasó a llamarse República "democrática" de Corea.

Kim Il Sung mandó hasta que se murió en 1994 y dejó el poder en manos de su hijo Kim Jong Il. Ya muerto, Kim Il Sung fue designado "presidente eterno de la república", y Kim Jong Il comenzó a ser llamado "querido líder" y "salvador de la patria".

Claro que tantos ditirambos no pueden ocultar una verdad insólita, una parte del mismo pueblo padece hambrunas pavorosas, mientras desarrolla programas nucleares bélicos, y la otra, Corea del Sur, es un modelo de pujanza económica y referencia obligada del primer mundo. Kim Jong Il escogió la bolivariana fecha del 17 de diciembre para morir, y ya a finales del 2011, Kim Jong-Un heredó el poder que ya habían ejercido su abuelo y su papá. Las imágenes que ha transmitido la televisión internacional de los actos fúnebres de ambos mandatarios, dejan estupefacto a cualquiera.

La gente se tira a las calles a llorar a moco suelto, darse golpes de dolor, en una evidente puja por ganar el premio al más afectado. Dicen los que conocen Pyongyan, que todos esos actos son supervisados y ¡ay de aquel que no exprese su pesar con suficiente convicción! En Cuba, hace más de 50 años, llegó al poder un grupo en nombre de la justicia y la igualdad.

Su realidad hoy es tan patética como la vivida por todas las revoluciones que en el mundo han sido. Hambre, ruina económica, dictadura, violación perenne de los derechos humanos y ejercicio del poder por un solo hombre que secuestra la "voluntad" popular. En este caso Fidel se hace a un lado (probablemente ladillado de tanto fracasar) y entrega el poder a su hermano Raúl.

Claro que eso indica también otra cosa, y es que a pesar del oxígeno petrolero que le da Chávez, Cuba ya no tiene otra alternativa que recoger velas, tirar a la basura la dichosa revolución y ponerse a tono con la historia. En ese proceso están, aunque aquí no se dan por enterados.

En Venezuela vivimos un sainete de pobrísima factura que nos retrata como país del cuarto mundo. Un muerto que no muere y alimenta cuentos y mentiras del mediocre elenco "gubernamental", mientras se intenta todo tipo de trapisondas y añagazas tendentes a quedarse con el coroto que asumen han heredado de Chávez. Las múltiples crisis creadas por la demagogia y el populismo del comandante, por la destrucción del sector privado de la economía, y por el aventurerismo en el ejercicio del poder, pasarán pronta factura.

¿Se cocinará el gobierno en su propia salsa sin tener en quién descargar sus culpas? ¿O le tocará a la oposición asumir el enorme costo político y social de tomar las medidas urgentes e inevitables para tratar de medio ordenar al país? El corto y mediano plazo parecen dibujar una inflación incontrolable, devaluación, aumento de la gasolina, entre otros caramelos venenosos. Por lo pronto no hay que ser brujo para saber que veremos en las calles los espectáculos de Pyongyan, a pesar del evidente desastre que ha significado para el país esta pesadilla de 14 años.

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