Diego Bautista
Urbaneja. EL UNIVERSAL
La naturaleza de la lucha democrática
en el país está por cambiar, si no lo ha hecho ya. En esencia, el cambio
consiste en que en uno de los polos de la vida política, el oficialismo, se
está produciendo el paso de una política centrada en un líder con un proyecto
político, a una política centrada en una camarilla interesada en la mera
conservación del poder que hereda de las manos del antiguo conductor.
Para la defensa de su poder dispone la
camarilla de, precisamente del poder que Chávez había concentrado como
condición para llevar adelante su proyecto, y que, ausente aquel de la escena,
queda disponible para que la camarilla lo use en su propio provecho. Tiene
ahora ese poder la forma, no del liderazgo del conductor que abandona el
escenario, sino de un aparato de poder donde se combinan la maquinaria partidista,
el aparato del gobierno y los poderes del Estado.
La camarilla es el círculo de los
atornillados, de los conectados, de los poderosos, de los enquistados es una
maraña de intereses políticos, económicos, militares. Pareciera que la lista de
los principales miembros es obvia, pero no hay que irse de bruces. Es posible
que no formen parte de ella nombres que suenan o han sonado mucho estos años y
que parecerían grandes jerarcas del chavismo, pero que en realidad están fuera
de esos circuitos privilegiados. Cada quien sabrá, en ese mundo, si forma o no
parte de la camarilla.
Con seguridad que miembros de la
camarilla sienten por Chávez un genuino afecto y también que varios de ellos
compartan el proyecto político y social que aquel haya podido albergar. Pero ya
sabrán unos y otros que sin Chávez el afecto y el proyecto ha de dar paso al
interés por la simple conservación del poder, y que ello será cada vez más así,
a medida que la figura del dirigente se difumine. No podrán pensar en otra
cosa. Les deja Chávez el pesado fardo de una situación con la que sólo él
podría haber cargado. Pero ahora que la figura del líder se ausenta, la
camarilla recibe ella sola la carga de una situación que se revelará crítica, y
que la ausencia del gran prestidigitador pondrá el desnudo a los ojos de todos.
Para la oposición, el adversario
cambia de naturaleza. Ya no se trata de un líder capaz de suscitar fervor en
parte importante de la población, sino de una desangelada cofradía de
compinches que lo único que quiere es mantenerse mandando, para lo cual está
dispuesta a lo que sea, pasando por ahora por encima de cualquier conflicto de
ideas o de intereses que pueda existir entre sus diversas facciones.
El tema de la camarilla pone en juego
una cuestión que ha llegado a ser decisiva en la política venezolana, y en
particular en la del oficialismo: el factor cubano. El visto bueno de Cuba
parece tener por los momentos un papel clave a la hora de decidir quiénes en la
camarilla están en primer lugar y quiénes en los segundos. No es que los
cubanos puedan decidir quién es de la camarilla y quién no. Esa red de
intereses, negocios, relaciones, se ha tejido en casa, a lo largo de la
historia interna de este gobierno y seguramente sus miembros tienen como hacer
respetar su pertenencia al club. Pero los gobernantes cubanos sí están en
capacidad de incidir de forma determinante el lugar relativo que en el corto
plazo ocupará cada quien, de modo que los intereses del castrismo queden bien
asegurados.
La camarilla tiene que tratar de beneficiarse
del respaldo popular del que ha gozado Chávez. Para ello, adelantará dos líneas
de acción. La una, construir en torno al barinés una mitología, de forma que la
camarilla aparezca como la administradora de un legado cuasireligioso. La otra,
difundir la idea de que sólo la camarilla asegura la continuación de las
políticas que los seguidores de Chávez identifican con él. Ya en la campaña
electoral, la estrategia del comandante se centró en ese tema, pero en esa
ocasión era su propia permanencia en el poder la que aseguraba esa continuidad.
Es más complicado hacer creer que la camarilla es garante de ella, sobre todo
teniendo en cuenta su evidente medianía. De todos modos, oiremos esa musiquilla
hasta el cansancio.
Así pues, por el lado del oficialismo,
camarilla habemus. Pasaron los días del líder y su oratoria inflamada y
llegaron los días del círculo que lo ha rodeado. La camarilla. Es mucho lo que
tiene en juego, está muy consciente de su desnudez ante lo que se le viene
encima, y la sospechamos capaz de todo.
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