Francisco Rivero Valera. EL UNIVERSAL
A la gente no le gusta hablar de la
muerte ni del infierno. A pesar de ser la muerte algo seguro que tenemos. Y el
infierno algo no tan seguro.
Para morir solo es necesario estar
vivo. Como el epitafio en el cementerio Águeda Soria: vivió mientras estuvo vivo.
Pero para ir al infierno parece que se requiere pasaporte porque, según los
expertos, sería viajar a un estado diferente.
O sea, el infierno sería un estado del
más allá donde se asan almas en altas temperaturas, como pollo a la broaster,
para expiar eternamente sus malas acciones cometidas en esta vida terrenal. Y
lleno de demonios.
Pero, el término original no se
utilizó para designar algún lugar con esas diabólicas proporciones, mencionado
en los 9 círculos de la Divina
Comedia de Dante Alighieri y en la doctrina de algunos credos
religiosos, sino a un lugar situado debajo, en un nivel inferior o subterráneo,
destino final de los muertos, ídem al Sheol hebreo y al concepto de la
Enciclopedia Larousse. Al fin y al cabo, el origen etimológico de infierno
procede del latín infernum:
inferior o inframundo.
Sin embargo, obviando un poco la
complicada interpretación de Dante y la religión, existen 2 tipos paralelos de
infierno que son de esta vida, y no de la otra, y que están afectando a los
vivos, y no a los muertos: el Psicológico y el sociopolítico.
El infierno Psicológico es un estado
individual de arrepentimiento y de sentimientos de culpa, creado por las malas
acciones hechas en determinado momento. En consecuencia, la persona libera sus
demonios representados por las emociones negativas, ansiedad y depresión, que
hacen insoportable su estilo de vida y ocasionan desesperación y dificultad en
encontrar la solución de los problemas.
El infierno sociopolítico, por su
parte, es un estado colectivo de inconformidad, hostilidad y disidencia,
ocasionado por malas prácticas en la aplicación de estrategias políticas que,
al contrario de generar bienestar en la comunidad, causan zozobra permanente y
deterioro en la calidad de vida.
Ejemplos hay muchos. El mejor, por
estar íntimamente relacionado con nuestra existencia, es la situación que está
viviendo Venezuela. Nuestro país cumple con todos los conceptos de infierno.
Verbigracia: las palabras públicas del
Presidente en relación a la muerte del Cardenal Ignacio Velasco: a ese Cardenal yo me lo voy a
conseguir en el infierno, seguro,
13-04-08, califican para el Infierno de Dante y de algunos credos religiosos, y
corresponden al concepto de infierno como estado del más allá, donde se asan
las almas a altas temperaturas, con predicción personal de su destino al dejar
este mundo.
Y el concepto psicológico, en
chavistas que han saltado la talanquera o fallecido por causas relacionadas con
el estrés, la ansiedad o la depresión, producto del arrepentimiento y de
sentimientos de culpa. Como Tascón, Lina Ron y demás.
Pero, el infierno sociopolítico del
venezolano, es otra cosa. Por una parte, sería el resultado de la fusión de los
2 estados infernales anteriores.
Y, por otra, el resultado de la labor
de un sistema de gobierno diabólico, muy eficiente en generar valores morales
negativos en el colectivo, odio, delincuencia, corrupción, intolerancia, crisis
política y, de ñapa, impunidad. Y, de paso, estaría ratificando las palabras de
Jesucristo: por sus frutos
los conoceréis. Mateo 7:15-20.
Al final, todo parece indicar que
Venezuela ya llegó al infierno. Y con pasaporte chavista.
Sálvese quien pueda.
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