Vicente Echerri. EL NUEVO HERALD
Hay grandes probabilidades de que el
gobierno federal cese de funcionar el próximo 1 de octubre, si antes ambas
cámaras del Congreso no llegan a algún acuerdo constructivo que lo impida. Como
los republicanos que controlan la Cámara de Representantes han puesto como
condición para transarse dejar sin fondos la Ley de la Atención Médica
Asequible (conocida popularmente por Obamacare) y el Presidente ha prometido
vetar cualquier proyecto de ley que respalde ese despojo, las posibilidades de
arreglo antes del martes son escasas.
Independientemente de la catástrofe
económica que puede provocar tal cierre (aunque sea parcial, pues muchos
empleados públicos seguirán trabajando), peor ha de ser la crisis política que
de ello surja y que va a afectar, en primer lugar, al Partido Republicano, al
que gran parte de la ciudadanía responsabilizará por los estragos y al que
acusarán, con toda razón, de soberbia y de malicia. El senador John McCain ─ cuyo
patriotismo e ideología conservadora no son cuestionables ─ dijo este viernes
que, en las tres décadas que lleva de senador, nunca había presenciado tal
disfunción en el Congreso y, refiriéndose a sus compañeros de partido, agregó:
“Estamos dividiendo al Partido Republicano más que atacar a los demócratas”.
La posición de los neo-republicanos en
el Congreso ─ sobre todo los que responden a la línea ideológica del Tea Party,
grupo de filoanarquistas que han llegado a controlar grandes segmentos del partido
─ es francamente vergonzosa: en su afán de demonizar y de cargarse al
Presidente están dispuestos a pasar por encima de los intereses de la nación.
Ya lo han hecho en el ámbito internacional con el creciente aislacionismo que
quieren imponerle a la política exterior norteamericana; y ahora extreman su
encono en el terreno de la política nacional, encono al que le suman una buena
dosis de torpeza y de ignorancia, llamémosle rural.
Creo que el Presidente – por quien yo
no voté y que no me resulta personalmente grato ─ se mantendrá en sus trece y
no cederá ante la bravata de estos extremistas endomingados, cuya pequeñez de
miras espero sea debidamente castigada por los votantes en las elecciones
parciales del año próximo. Espero también que aparezca alguien, o algunos
líderes o ideólogos republicanos, con la inteligencia y la fuerza suficientes
para rescatar a un gran partido de las manos de estos analfabetos; gente con la
lucidez y la cultura necesarias para reorientar el partido por los rumbos de un
auténtico conservadurismo del que andamos tan huérfanos en este país.
La responsabilidad social, el orden
público y el arbitraje del Estado han sido siempre énfasis de una política
conservadora. Son los liberales, precisamente, los que han creído en que al
mercado le basta regirse por sus propias leyes, del mismo modo que es una
herencia liberal el individualismo a ultranza, donde nadie parece tener más
juez ni referente que el de su propia conciencia.
Si nociva resulta la hipertrofia de la
maquinaria estatal, típica de las sociedades socialistas y socialdemócratas,
que generan esas gigantescas nóminas de burócratas; peligroso para la
existencia misma de la nación es descarnar al Estado, y a las instituciones que
lo administran, hasta el punto de dejarlo en los huesos mondos, sin fuerza para
cumplir una agenda gubernativa.
Los fanáticos que ahora mismo se
atrincheran en el Congreso han caído en la tentación de inmovilizar el gobierno
─ que es casi como derrocarlo – y eso constituye una agresión contra todos
nosotros, contra nuestra manera de vivir. Espero que el éxito momentáneo que
puedan tener en ese intento lo paguen con creces en la próxima cita electoral y
que esa humillación le sirva al Partido Republicano para retomar el rumbo
perdido, acaso de mano de las viejas élites conservadoras que alguna vez lo
dirigieron.
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