Luis Cino Alvarez. CUBANET
Este 4 de septiembre se cumple el aniversario número 80 de la
asonada militar de 1933, de la cual
emergió Fulgencio Batista.
Nació con el siglo, en Veguitas,
Banes. Su madre, Carmela, lo nombró Rubén y le puso su apellido, Zaldívar,
porque su padre, Belisario Batista, a la hora de inscribirlo, no quiso darle su apellido. En las actas del juzgado de Banes siguió
siendo legalmente Rubén Zaldívar hasta que en 1939, al ser nominado como
candidato presidencial, se descubrió que la inscripción de nacimiento de
Fulgencio Batista no existía. Conseguirla le costó postergar la presentación de
su candidatura y quince mil pesos para pagar al juez.
A Batista le gustaba que lo llamaran El Indio. A los que una vez le dijeron que parecía
negro, Orestes Ferrara, socarrón, contestó: “No, Batista parece blanco”.
Luego de haber sido cortador de caña
en Banes, retranquero de ferrocarril en Camaguey y recadero de los guardias del
Tercio Táctico de Holguín, en 1921, Batista ingresó como soldado del Cuarto Batallón de
Infantería, en Columbia.
El presidente Alfredo Zayas, que solía
verlo leyendo mientras custodiaba su casa de campo, lo apodó El Filomático.
En 1933, a la caída de la dictadura de
Machado, era sargento taquígrafo, vivía muy modestamente en la esquina de Toyo,
estaba casado con Elisa Godínez y presumía, con porte militar, de mulato lindo
entre las féminas. Los domingos, tomaba cerveza y jugaba dominó con los
vecinos.
De los cuatro sargentos que lideraron
la asonada del 4 de septiembre, Batista era el único que tenía carro. Los
sargentos Pablo Rodríguez, José Eleuterio Pedraza y Miguel López Migoya lo
unieron a su grupo por el carro, que les
permitía desplazarse rápido, y porque era un taquígrafo veloz.
La principal demanda de los conjurados
era que les subieran el salario de 19 a 24 pesos.
Sergio Carbó, sin consultar con sus
colegas pentarcas, nombró a Batista, el 8 de septiembre de 1933, coronel y jefe
del Estado Mayor. Con polainas altas y capote a lo Napoleón, su 18 Brumario le
llegó con los combates del Hotel Nacional y el castillo de Atarés.
Formó parte de una azarosa ecuación
con Ramón Grau y Antonio Guiteras hasta
que derrocó el gobierno provisional.
Autoritario y populista, lo apodaron El Hombre. Desde Columbia,
instauró el reino de las ejecuciones extrajudiciales, la fusta y el
palmacristi. Fue sólo un pálido anticipo de lo que vendría después del 10 de
marzo de 1952.
A Batista le halagaba que sus corifeos
lo llamaran “un hombre providencial”. En realidad, siempre fue un audaz
arribista que medraba en el caos. Otro producto indeseable de las convulsiones
de 1933, pudo ser otro caudillo más, pero sin proponérselo, abonó el terreno para
el totalitarismo castrista.
Batista abrió y cerró el paréntesis de
relativa estabilidad política y ascenso democrático que hubo en Cuba entre 1940
y 1952. Lo abrió con la convocatoria a
una asamblea constituyente que redactó una de las mejores constituciones de su
época; coqueteando con la izquierda,
ganó las elecciones presidenciales al
frente de una coalición de partidos que incluía a los comunistas. Y lo cerró
abruptamente la madrugada del 10 de marzo de 1952, cuando penetró por una de las
postas del campamento de Columbia para encabezar un golpe militar contra el
gobierno de Carlos Prío.
La coartada de Batista para la fractura del orden constitucional fue acabar
con el pandillerismo, el robo del tesoro público y la demagogia sindical
Prío había cometido el error de
permitirle al general regresar a Cuba desde su exilio dorado en Daytona Beach
para aspirar de nuevo a la presidencia.
A pesar del descenso de la popularidad
de los auténticos y el debilitamiento de los ortodoxos tras el suicidio de
Eduardo Chibás, las posibilidades de Batista para los comicios eran casi nulas.
Sólo le quedaba recurrir a la vía más expedita para llegar al poder: el
cuartelazo.
Los azares de nuestra historia
republicana, desde los tiempos de las guerritas entre liberales y conservadores
hasta el radicalismo revolucionario de los años 30, habían patentado el axioma
de que la fuerza, aunque sea a punta de pistola, confiere legitimidad. Y Batista
conocía bien el método.
Fue lo suficientemente tozudo como
para malograr el Diálogo Cívico con la oposición. Prefirió dejar el camino
abierto a los partidarios de la violencia.
La represión, la ofensiva contra la
Sierra Maestra, un ebbo de babalaos en Guanabacoa, los trabajos del Taita
Hermenegildo y la farsa electoral, no lograron evitar el triunfo de los
rebeldes.
La última noche de 1958, cuando los rebeldes ya estaban en Santa
Clara, el general-presidente alzó su copa para desear “salud, salud” en el
nuevo año y se largó a Santo Domingo con su familia y algunos de sus más
cercanos colaboradores.
Fidel Castro traía la partida de
defunción de la democracia cubana. Seis años antes, el 10 de marzo de
1952, Batista la había firmado por
anticipado con sus siglas: FBZ.
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