Miriam Celaya. CUBANET
Edmundo Garcia: el oportunista |
Edmundo García, acérrimo defensor y
soldado extraterritorial de la dictadura cubana, conduce en Miami – ¡nada menos que en Miami!
– un programa de radio que constituye una extensión de la Mesa Redonda. Sus
denuestos contra el imperialismo y contra los “contrarrevolucionarios
anticubanos”, así como sus rendidas loas al castrismo, son la demostración más
fehaciente de que el inefable Edmundo goza de las oportunidades que la libertad
de expresión propia de un país democrático le permiten, las que no disfrutamos
los opositores pacíficos en Cuba, porque el régimen que tanto él defiende nos
las niega.
Edmundo desbarra públicamente contra
los críticos del castrismo, visita la Isla para solazarse en restaurantes e
instalaciones turísticas en las que la mayoría de sus “compatriotas” no tienen
la posibilidad de asomar siquiera la nariz y, tan fresco como una lechuga, se
pasea por aquellas norteñas y estas sureñas calles sin ser detenido o
reprimido, lo cual –dicho sea de paso– me parece muy bien.
Muchos cubanos se preguntan qué
razones impulsarían al señor García a marcharse de su país natal, donde ─ a
juzgar por sus propias declaraciones ─ rigen el sistema más justo del mundo y el
gobierno que cualquier nación democrática envidiaría, para instalarse
justamente en la nación más infernal e imperfecta del planeta donde, para más
señas, campean rampantes los terroristas y gobiernan los peores enemigos de la
Humanidad y de Cuba. Pero esto parece ser un misterio que solo podrían develar
el propio bilioso alabardero y – por supuesto – el gobierno cubano. Mientras,
Edmundo continúa predicando en calzoncillos, porque él es la viva encarnación
del oportunista.
Robertico Carcassés: el Oportuno |
Es por eso que se proyecta en otros y califica de
“desafortunada”, “oportunista” e “irrespetuosa” la actuación del artista
Robertico Carcassés en la recientemente celebrada gala por
la liberación de los espías cubanos que cumplen largas condenas en EE.UU. En la
improvisación, Carcassés declaró sus deseos de tener libre acceso a la
información, del fin del bloqueo y del auto-bloqueo, de poder elegir al
presidente de manera directa (“y no por otra vía”) y pidió “libertad para los
cinco y también para María”, lanzando también una frase altamente radiactiva en
Cuba: “ni militantes, ni disidentes, cubanos todos con los mismos derechos”.
La audacia del artista consiste no
solo en el hecho de haber expresado públicamente los deseos de la inmensa
mayoría de los cubanos, sin que ello signifique pertenencia al sector opositor
o constituya alguna trasgresión de la legalidad – todo un flagrante desafío a
las autoridades de la Isla –, sino en haberlo hecho precisamente en el
Protestódromo, frente a la SINA, el escenario castrista-antimperialista por
antonomasia, y en el marco de una “actividad” convocada con antelación y con
gran fanfarria por los medios oficiales, en la que supuestamente todo el elenco
debería responder con fidelidad absoluta a las directrices de la cúpula
gobernante.
Y, por supuesto que Robertico
Carcassés no fue por ello un oportunista. Muy por el contrario, fue
maravillosamente oportuno. Tanto, que – con independencia de que en algún
futuro mediato los testaferros del régimen, haciendo uso de sus habituales
recursos de convencimiento ideológico, lograran que se desdiga públicamente –
sus (nuestras) verdades, grandes como templos, ya fueron dichas. Más aún: es la
primera vez que tanta esperanza contenida y tantos anhelos compartidos por
millones de cubanos son dichos de viva voz y tan claramente en un escenario
oficial. Y esto es lo más peligroso para los dueños de Edmundo García. Si la
oposición hubiese tenido el micrófono, no lo hubiese hecho mejor.
Porque, y he aquí lo que debe ser una
lección para todos, nada resulta tan impactante y efectivo como expresar
sencilla y llanamente las esperanzas de toda una nación, no desde el encendido
discurso patriotero o desde los sectores de la oposición – tan demonizados y
temidos por el gobierno como poco conocidos por la sociedad –, sin menoscabo
del derecho que a éstos les asiste, sino desde la valentía y la vergüenza de un
individuo no sujeto a compromisos ideológicos. Eso es honestidad, todo lo
contrario del oportunismo. Nos hacen falta en Cuba muchos Robertico Carcassés, con o sin micrófonos.
Por unos breves minutos, este artista
demostró, quizás sin proponérselo, que las calles, las plazas, las tribunas y
los micrófonos no son “de los revolucionarios”, sino de los cubanos. Si solo
para eso hubiera valido su audacia, realmente mereció la pena. ¡Bendita sea su
manera de aprovechar la oportunidad! Por el regalo de esos instantes de
libertad pública ejercida desde los medios oficiales habría que dar las gracias
al joven Carcassés, de todo corazón.
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