Fernando Mires. Blog POLIS
Si el tema no tuviera un
trasfondo trágico podría decirse que se trata esa, la de pedir perdón, de una
nueva moda de la política chilena. Estoy hablando, para que me entiendan, del perdón
por la responsabilidad que cada uno siente por los luctuosos acontecimientos
que posibilitaron y rodearon al golpe de 1973.
Hay en efecto peticiones de
perdón de los de izquierda, de los de derecha y hasta de quienes ya no son ni
lo uno ni lo otro, pero de algún modo, todavía después de cuarenta años, se
sienten culpables. Lo nuevo del hecho es que esta vez se trata de la petición
de un perdón político, es decir, de un perdón no igual al perdón religioso o al
perdón civil o al perdón personal, niveles en los cuales practicamos el arte de
la “perdonación” (palabra deliberadamente inventada).
Quiero decir: No se trata
del perdón de Dios. Ni del perdón civil ante la trasgresión a una ley. Ni del
solicitado de persona a persona, pues la política no es práctica personal sino
colectiva. ¿De cuál perdón estamos hablando?
O lo que es lo
mismo: ¿Es la política el lugar más adecuado para solicitar perdón? ¿O
será que cuando pedimos perdón en la política estamos pidiendo perdón por algo
que no tiene nada que ver ni con la idea del perdón ni con la idea de la
política?
La idea del perdón es
religiosa y por lo mismo moral. Tiene su origen en el sentimiento de culpa pues
no puede haber perdón sin culpa. La culpa viene del hecho de haber transgredido
una ley, religiosa o moral. Pero a la vez, ya lo dijo Paulo de Tarso, la ley
crea a la culpa. Antes de la ley ─ obvio ─ no podemos ser culpables de nada.
Luego, la culpa viene de un no acatamiento a la ley, o de sus sucedáneos: la
regla o norma, sea oral o escrita.
La contravención a la ley
religiosa recibe el nombre de pecado. En el espacio civil se conoce como
delito. En el espacio personal se conoce como “falta” (infidelidad, traición).
Por lo mismo, no todo delito es pecado ni todo pecado es delito, ni todo pecado
o delito es una falta personal y viceversa. De ahí que es muy importante
aclarar si es que los que se sienten culpables en la política lo sienten con
respecto a un pecado, con respecto a un delito, o con respecto a faltas
cometidas a determinadas personas. (por ejemplo, si alguien denuncia a un amigo
personal por haber cometido un crimen, cumple ante la Ley, quizás ante Dios,
pero falta a la amistad)
Si los políticos se sienten
culpables con respecto a un pecado, es decir, frente a Dios o frente a la ley religiosa,
el lugar adecuado para pedir perdón debería ser una iglesia. Si lo sienten con
respecto a un delito, el lugar adecuado debería ser un tribunal de justicia. Y
si lo sienten a título personal, el lugar adecuado debería ser un espacio de
conversación ─ una habitación, una cafetería ─ con las personas afectadas. ¿Y
en la política? Ahí está el problema. ¿Cuál es el lugar para pedir perdón en la
política?
O mejor: ¿A quién pedimos
perdón cuando pedimos perdón en la política? ¿A la historia, a la
nación, a la sociedad, a la moral pública? En todos esos casos se trata de
entidades muy abstractas las que al ser tan abstractas no están en condiciones
de otorgar perdón a nadie. De modo que cuando un político pide perdón en la
política lo pide a quien no puede perdonar. Es decir, se trata de una petición
de perdón a nadie. Y en ese caso la petición de perdón, al no haber posibilidad
de perdón, se transforma en una coartada, a saber: pedir perdón para no pedir
perdón.
La política, dicho en breve,
no es el lugar del perdón. Quién pide perdón político o perdón en la política actúa fuera de
lugar. ¿Y si un político se siente culpable y quiere pedir de todas maneras
perdón? Pues, que vaya a los lugares del perdón y pida ahí perdón por sus
pecados, delitos o faltas.
El perdón solo se puede
pedir a quien está en condiciones de otorgarlo o de negarlo. Eso significa, el
destinatario no puede ser jamás un objeto. Ha de ser siempre un sujeto, esto
es, alguien quien al perdonar o no perdonar se convierte en un sujeto del perdón.
En síntesis, el perdón solo puede ser solicitado de modo real, nunca de modo
simbólico.
¿O es que nadie en la
política ─ o en la historia, como dicen los dementes ─ te absolverá? Por
supuesto, la absolución también existe en la política cuando existe de verdad
arrepentimiento. Pero hay que dejar claro que ese arrepentimiento solo puede
ser mostrado en la política no con peticiones públicas de perdón. La razón: la
política es antes que nada un lugar de acción.
Dicho así: La naturaleza de
la política es la acción política. La meditación y el pensamiento solo
adquieren sentido en la política cuando se traducen en acciones políticas. Por
lo tanto, pedir perdón en la política sin acciones que precedan o que continúen
a esa petición es un acto banal o inútil. Reitero: una coartada.
¿De que nos sirve la
petición de perdón de un político chileno si continúa afiliado a un partido
cuya mayoría considera que el golpe de Estado de 1973 fue una acción legítima?
¿Quién puede creer en el perdón solicitado por un político de izquierda si
continúa siendo miembro de un partido que calla frente a los crímenes que
cometen dictadores de "izquierda"?
El perdón en la política
tiene otro nombre: se llama rectificación. Rectificar es, además, una
propiedad del pensar. Un político que actúe sin pensar es una desgracia en la
política, tanto como uno que piensa sin actuar.
Solicitar perdón en la
política sin haber rectificado políticamente es un acto imperdonable, tan imperdonable como el
creyente que pide perdón a Dios sin haberse arrepentido de los actos que lo
llevan a pedir perdón. A la inversa, si ha habido rectificación en la
política, no será necesario pedir perdón a nadie.
No sé quiénes son peores:
los que incapaces de rectificar no necesitan pedir perdón pues la culpa siempre
será de los "otros" y jamás de los "nos-otros", o quienes
piden perdón como un mero sustituto de una rectificación que nunca han
realizado.
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