Mario
J. Viera
En
la guerra no se puede actuar por impulsos emocionales. Se requiere alcanzar
objetivos que debiliten al enemigo sin sacrificar potencia propia. No se puede
perder la ecuanimidad, y esto es lo que le está ocurriendo ahora mismo al dictador
ruso, Vladimir Putin. Está desesperado, no logra hacer avanzar su “operación
militar especial” en Ucrania, Se van acumulando reveces a las fuerzas rusas,
los ucranios continúan su contraofensiva en el Donbás. Los armamentos aliados
han fortalecido la capacidad ofensiva-defensiva de Ucrania.
Putin
ordena una movilización parcial de hombres para la guerra. Corre ansioso para
mostrarse “vencedor” y organiza un referendo de anexión a punta de fusil en las
provincias ocupadas, un referendo que ni él mismo se lo cree.
Los
partisanos ucranios acosan en las zonas ocupadas, atentados y sabotajes. Nada
está seguro para los rusos. Le lanza a la alianza atlántica la bravuconada de
recurrir al armamento atómico. Unos lo ponen en duda; Biden, en cambio lo toma
en serio y advierte a Putin que si Rusia emplea armas tácticas atómicas en
Ucrania recibirá una fuerte represalia. Hace bien, pero haría mejor, no aflojar
la mano y decidirse a dotar a Ucrania con una poderosa fuerza aérea, con
lanzadores de misiles poderosos y tanques de guerra muchos tanques de guerra,
para fortalecer el potencial ofensivo del ejército ucraniano.
Un
colosal golpe a su ego lo sufre Putin con la explosión de su querido puente que
enlaza Rusia con la península de Crimea. No lo soporta, no le importa si fue un
hecho casual, o si fue Ucrania quien tuvo la iniciativa, prefiere acusar a
Ucrania de “terrorista”, sin embargo, si la acción fue conducida por los
servicios de inteligencia ucranianos, justificada está, sería la respuesta
legítima de un país agredido contra los medios del invasor. Se enfurece Putin y
comienza a desperdiciar misiles lanzándolos sobre objetivos, principalmente
civiles, en Kiev y en otras ciudades de Ucrania.
Hacen
daño esos misiles, acto criminal contrario a las leyes sobre la guerra, pero no
afectan en mucho a la capacidad militar ucraniana y enardece más a los ucranios
para enfrentarse al Atila ruso que, con sus caballos coheteriles pretende no
hacer crecer la hierba en suelo ucraniano. Es la desesperada respuesta de quien
sabe que está perdiendo la partida. Palos a ciegas que pueden volverse en
contra suya. Putin con ese volar de buitres de acero sobre cielos ucranianos
está de hecho, reconociendo su derrota.
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