(Cuento)
Mario J. Viera
De noche. Silencio; un silencio que
por momentos es interrumpido por el ruido del motor de un viejo auto circulando
por la calle; a veces interrumpido por el sonido desacompasado de unos secos
ronquidos. A través de la ventana de
descoloridas persianas penetraba en la habitación el dulce aroma de un galán de
noche que crecía desordenado en el descuidado jardincillo, sucio, enyerbado que
se abre al frente de la casa.
La noche era desacostumbradamente
fresca para ser agosto; pero Roberto
sudaba acostado sobre su cama; una cama cubierta con una detestable colchoneta,
raída en parte, abultada en partes. Había echado a un lado una sábana ajada y
percudida. Se revolvía sobre su lecho como atormentado por algún sueño
inquietante.
Roberto, que quizá se llama Rolando
y no Roberto o tal vez su nombre sea Rogelio… Para el caso poca importancia
tiene el nombre que tenga… por lo general le costaba conciliar el sueño y
cuando lo lograba no podía librarse de unas reiterativas pesadillas. Así en
medio de la noche era habitual que se despertara agitado y nervioso y sin poder
recordar detalles de su pesadilla.
Esta noche no era una excepción. Despertó
bruscamente con sus nervios crispados; seca la boca, inflamada su lengua.
Sentía un dolor seco en el centro de su vientre. Sudaba; su sudor bajaba por
sus axilas, mojaba su frente… Sofocado se preguntaba por qué había despertado y
no podía dilucidar la razón de su agitado y confuso despertar. Tenía la
intuición de haber estado soñando, pero no podía recordar qué o en qué.
Sintió un fuerte deseo de orinar.
Aún soñoliento abandonó el lecho. Rascó su velludo pecho. Bostezó y se dirigió
al baño. Había olvidado descargar el inodoro antes de acostarse y sintió el
hedor agrio del orine. Orinó profusamente; al concluir sacudió varias veces su
pene y le retuvo en la mano por un breve tiempo. Tuvo como una ligera erección.
Entonces miró hacia afuera por el ventanuco del baño. Vio la luz que esparcía
un farol del alumbrado público.
-
Amanece
─ se dijo, confundiendo aquella luz con los resplandores del amanecer.
Volvió al lecho, sentándose al borde
de la cama. Se quedó abstraído por un breve instante en la contemplación de sus
desnudos muslos y la revoltura de su cabellera púbica. Se percató entonces que
estaba completamente desnudo. No recordaba cuando se había acostado y mucho
menos si antes de hacerlo se había desprendido de todas sus ropas.
Encendió la luz de una lamparita
colocada en una minúscula mesa al lado del camastro. Vio su ropa esparcida por
el piso; su ropa interior tirada sobre aquella vieja y desfondada silla.
-
¿Por
qué desperté tan temprano? ─ Se preguntó.
Se desperezó bostezando y estirando
sus brazos cuan largos eran. Observó su pene. Entonces sintió unos fuerte
deseos de masturbarse; pero se contuvo de hacerlo: “¡No ─ se dijo ─ es una
vergüenza!”
Se preguntó a sí mismo cuándo fue
la última vez que tuvo un orgasmo. Movió la cabeza negativamente, ¡no podía
recordarlo! ¡Peor aún, no podía recordar si alguna vez había tenido sexo! No
podía recordar si alguna vez había estado con una mujer… No podía visualizar
con su mente el cuerpo desnudo de una mujer…
Se puso de pie y comenzó a hacer
una larga serie de cuclillas que le hicieron sudar con más intensidad.
-
¿Quién
rayos soy yo? ─ se interrogó ─ Soy un hombre ─ se respondió ─ ¿Existo? ─ volvió
a preguntarse.
Luego, contemplando el haz de luz
que penetraba por la ventana se dijo: “Tal vez pueda contemplar toda mi figura
a la luz que entra por la ventana, así sabré en realidad si existo o si solo
soy una imagen onírica de alguien que en estos momentos está soñando con un
hombre que no existe”.
Se dirigió a la salita; creía
recordar que allí había como único tesoro de tiempos lejanos un hermoso espejo
largo en el que se podía contemplar el cuerpo entero. Efectivamente, allí
estaba aquel espejo recostado contra una de las carcomidas paredes de la
habitación.
Se colocó ante el espejo y pudo
contemplar la imagen de un hermoso cuerpo desnudo de varón.
-
“¿Acaso
soy yo este que se refleja en el espejo? ─ de nuevo se preguntó ─ ¿Es posible
que yo sea tan bello?”
Y quedó contemplando
arrobadoramente la imagen que le mostraba el espejo. De pronto la imagen se
desdibujó ante sus ojos. Frente a sí tenía la esperpéntica figura de un ser
espantoso como escapado de la peor de las pesadillas. Un rostro gris, arrugado,
de mirada siniestra y un cuerpo cubierto de hirsuta vellosidad cual si fuera un
macho cabrío con aquel enorme falo de glande descomunal y purpúreo.
-
¡Dios!
─ exclamó ─ Eso no puedo ser yo…
Palpó su cuerpo, su lisa piel
lampiña, con solo vellosidad en el pecho; palpó su pene sin nada de aquella monstruosidad
del falo que mostrara antes el espejo.
Retrocedió. La luz que venía de la
calle apenas iluminaba la sala. Fue y prendió la luz del aposento. Volvió ante
el espejo… Vio entonces una figura muy diferente de la terrible que había
acabado de ver y, al mismo tiempo, distinta a la primera que había contemplado
con admiración. Se percató que ahora la figura que le mostraba el espejo era la
suya propia, sin hermosura pero tampoco sin aberración.
Sin poder comprender aquellas
visiones fue a sentarse sobre el sucio sofá que había en la sala. Guardó
silencio. Tomó aire, lo contuvo por unos segundos y luego espiró con fuerza por
la boca. Relajó su cuerpo. Cerró los ojos y se quedó en actitud meditativa. Por
su mente corrió un torbellino de ideas y de imágenes, algunas plácidas, otras
angustiosas.
Se vio entonces envuelto por una
intensa luz que provenía desde lo más profundo del universo y flotando en medio
de astros, soles y planetas. Toda la armonía universal le rodeaba. Sintió que
gozaba de una paz inexplicable, no sentía tristeza, ni angustia, ni dolor. Su
alma estaba llena de gozo, de alegría y su cuerpo giraba en la ingravidez del
espacio.
De súbito todo varió. Se veía ahora
en medio de un lodazal negro y hediendo a estiércol. Chapoleaba en el fango y
sentía un lúbrico placer en medio de una piara de cerdos que se revolcaban
junto a él en aquel cieno y que copulaban furiosamente. El fango y las excretas
de los cerdos cubrían todo su cuerpo, pero él se sentía excitado y anhelante,
con libidinosa imperiosidad se acopló a una cerda y vertió en ella todo el
caudal de su esperma…
Sintió entonces un vahído y se
tendió a lo largo del sofá. Respiraba
con dificultad. Su cuerpo de nuevo se cubrió de sudor; pero era un sudor frío,
como de fiebre. En medio de la penumbra vio que se le acercaba un cuerpo con
figura femenina. No podía distinguir sus rasgos, solamente le adivinaba, le
imaginaba. Sintió el delicado calor que se desprendía de aquel cuerpo femenino.
Aspiró el aroma de aquel cuerpo que se le antojó húmedo. El rostro sin rasgos
de aquella figura de mujer se acercó al suyo. Sintió su cálido aliento
perfumado de canela…
Y la etérea figura que se le había
aparecido se colocó sobre su cuerpo; sentía su peso, su calor, el roce de unos
túrgidos pechos femeninos apretados contra su pecho. Los brazos de la oscura y difuminada apariencia femenina
se aferraron a las caderas de él, mientras su boca le propinaba caricias
ardientes. El suspiraba y hasta gemía de placer. Rodeó con sus manos la espalda
escamosa, rugosa de aquella bestia de lascivia que se contorneaba sobre sus
caderas. Entonces divisó algo que le conturbó violentamente.
Frente a él se erguía una
presencia. Algo, una forma que no podía identificar, un ser inalcanzable cual
si fuera una sombra alargada que le contemplaba con unos ojillos brillantes
encendidos en lujuria. Intentó incorporarse, apartar de sí la figura femenina
que se convulsionaba sobre él pero quedó paralizado como si fuera una estatua
de sal. Sobre él una enorme serpiente estaba en lugar de la figura femenina que
le engullía los genitales. Gritó aterrado. Gritó impulsado por el dolor
tremendo que sentía…
A través de la ventana de descoloridas persianas del dormitorio penetraba
la luz de un nuevo amanecer. Roberto, o quizá Rolando, despertó bruscamente,
sudoroso… con los nervios crispados. Se preguntó por qué se había despertado con
aquella sensación de estar sin aliento. No podía recordar que le había hecho
despertar. Tenía la impresión de haber estado soñando pero no podía saber qué.
Se incorporó y miró hacia la calle a través de la ventana.
-
Amanece…
¿Por qué me he despertado tan temprano?
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