Jorge Olivera
Castillo. CUBANET
En un informe elaborado a principios
de este año por el Consejo Nacional de Inteligencia (NIC, sus siglas en
inglés), la oficina de análisis y de anticipación geopolítica y económica de la
Agencia Central de Inteligencia, se consigna el paulatino declive de Occidente
y el surgimiento de potencias emergentes como Brasil, Rusia, India y Sudáfrica.
El estudio revela la aparición de
otros cambios estructurales que redefinirán la evolución del mundo.
El impacto de redes sociales como
Facebook y Twitter, los fenómenos asociados al cambio climático, el aumento del
crimen organizado, el agotamiento de los recursos naturales y, sobre todo, la
crisis por los déficits en el abastecimiento de agua, aparecen entre los temas
más destacados en el documento, que sale a la luz cada cuatro años.
En un artículo firmado por el
periodista franco-español Ignacio Ramonet, publicado originalmente en el diario
Le Monde Diplomatique y reproducido
en Granma, no se menciona que el informe en cuestión incluya a Cuba como una
pieza de relevancia en el ámbito estratégico regional y mucho menos
internacional.
No es necesaria una paciente labor
intelectual para avizorar un futuro sombrío en Cuba. Con un breve bosquejo de
la realidad nacional, se llega a las peores conclusiones. En el 2030 habrá aquí
un capitalismo acompañado de serios problemas estructurales.
La tardía conexión con los sistemas
que rigen las finanzas y la economía mundiales -los que, por cierto, serán más
descentralizados, pero igualmente devotos a su perfil mercantilista, basados en
la maximización de las ganancias a toda costa- estará entre los puntos
desfavorables a enfrentar por los gobiernos que sucedan a la actual dictadura
cubana.
Lógicamente, también serán más
visibles aquí las huellas tercermundistas. Los anillos de pobreza alrededor de
las grandes ciudades, en este caso de la capital, el crecimiento de la
criminalidad y el tráfico de estupefacientes, constituirán tres desafíos para
los que no habrá soluciones duraderas. Es probable que en la Cuba futura exista
un gobierno fuerte, como el de Putin en Rusia.
Sin referencias democráticas durante
un período tan largo, sin entrenamientos ni habilidades en las cuestiones relacionadas
con la economía de mercado, será realmente complicado mantener el control, con
el objetivo de evitar el caos, cuando llegue la hora del pluralismo político,
el libre ejercicio de las actividades económicas y la legitimización de los
derechos cívicos y sociales.
¿De qué manera se enmendarán los
graves problemas de vivienda y los de salud pública?
Muchos hospitales tendrán que cerrar
por falta de insumos, ausencia de higiene, o para ser demolidos por causa de su
deplorable estado arquitectónico.
Ni hablar del incremento de los
homeless y de, en general, una indigencia que engordará los índices de personas
afectadas por el alcoholismo y las enfermedades psiquiátricas.
Otro asunto de vital importancia y
para el que tampoco habrá paliativos es el relacionado con la balanza
comercial.
Las deudas atrasadas y las reticencias
de los centros financieros internacionales y privados para otorgar créditos a
un país con tan bajas posibilidades de cumplir con sus compromisos, refuerzan
las tesis que auguran un panorama poco halagüeño.
Es casi seguro que para el 2030
tendremos un gobierno elegido democráticamente. Eso no quiere decir que seremos
más felices. El capitalismo salvaje nos acecha y sus reglas son determinantes.
Habrá que esforzarse por ser competitivos y pedirle a la providencia que nos dé
fuerzas y salud.
Más que una república, lo que dejarán
los gobernantes de ahora es un montón de
ruinas y la fatal estandarización de la indisciplina, la doble moral y una
extensa cadena de insuficiencias que conducen a ver el futuro con una elevada
dosis de pesimismo.
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