Mario
J. Viera
La
insurrección contra el gobierno autoritario e ilegítimo de Fulgencio Batista
tenía, como propósito primario el rescate de la Constitución de 1940 y entre
otros, el fin del peculado, de la corrupción administrativa, y la promesa de
dictar la ley complementaría del artículo 90 de la Constitución por el cual se
proscribía del latifundio. Al dar el golpe de estado del 10 de marzo de 1952,
Batista derogó la Constitución colocando en su lugar unos denominados Estatutos
Constitucionales.
Desde
la Universidad de La Habana se elevaron las primeras protestas de rechazo al
cuartelazo, y pronto surgieron grupos radicales de acción armada en las
principales ciudades del país. A partir de 1956 se organizaron frentes
guerrilleros en las estribaciones de la Sierra Maestra y del Escambray, ganando
mayor representación las guerrillas serranas comandadas por Fidel Castro. Castro supo sacar partido de la falta de
moral combativa que reinaba dentro de las filas del Ejército Nacional para
captar a favor de su causa un gran número de desertores militares que incluían
desde compañías hasta batallones.
A
finales de 1958 el régimen batistiano entraba en crisis, grupos de
conspiradores aparecían entre altos mandos del Ejército Nacional; el gobierno
de Estados Unidos había dictado un embargo de armas contra el batistato, todo
adivinaba la descomposición del gobierno, el fin se preveía cercano. Comienza
el avance rebelde, caen Guisa, Palma Soriano, Maffo, todo por el accionar de
las columnas rebeldes engrosadas con las fuerzas de desertores del ejército ─
es un mito que la victoria sobre las ciudades de Oriente, había sido alcanzada
solo con el empleo de los 300 o 400 guerrilleros con los que contaba Castro;
como también es un mito la “genialidad” estratégica de Fidel Castro, cuando se
omiten los aportes a la estrategia de combate que aportaron a la ofensiva
rebelde los oficiales militares que se habían unido al movimiento guerrillero,
como es el caso del comandante Quevedo, quien, en la batalla de El Jigüe, se
rindió a las fuerzas rebeldes junto con el batallón que comandaba ─.La
genialidad estratégica de Fidel Castro ha quedado bien demostrada con los
colosales fracasos de sus fabulosos proyectos estratégicos de desarrollo del
país ─.
Todo
es una mentira, como mentira es que el “gobierno”, autodenominado
“revolucionario”, ha nacido de la autodeterminación del pueblo de escoger su
propio sistema político. No es Cuba la que hoy tiene un puesto dentro de la
Asamblea General de las Naciones Unidas; no es Cuba, la que decidió entregarse
al imperialismo soviético, no es Cuba la que viola sistemáticamente todos los
derechos civiles y políticos de sus ciudadanos. No es Cuba, es la gavilla de
ambiciosos que han usurpado el gobierno de Cuba desde 1959.
Fidel
Castro ha sido el primer impostor en la realidad cubana y el primer usurpador
del gobierno de Cuba. Cuando en 1959, sin que el pueblo expresara su opinión,
Castro derogó la Constitución de 1940, un documento que había sido elaborado
por una Asamblea Constituyente electa por el propio pueblo y ratificada también
por el mismo pueblo. Castro eligió y designó al primer presidente que
integraría el gobierno transitorio, supuestamente provisional que ostentaba el
glamoroso título de “revolucionario”. Castro sustituyó la Constitución por un
nuevo documento jurídico llamado Ley Fundamental, sin que fuera reconocida por
medio de un referendo popular. Castro imponía reformas a su texto
constitucional de acuerdo con todo aquello que le fuera necesario para mantener
su poder e impulsar todo su proyecto revanchista para abatir cualquier atisba
de descontento, comenzando primero por los antiguos miembros del ejército
nacional y continuando su macabra obra de amordazar y criminalizar a todo aquel
que plateara el disenso. Castro, por su propia voluntad modificó las
atribuciones del Primer Ministro de “representar” la política general del
Gobierno para convertirle en director de la política general del Gobierno,
cargo que entonces asumiría para convertirse en la cabeza gubernamental.
Castro, con argucias y con el empleo de los medios informativos destituyó al
presidente que él mismo había nombrado.
El
Partido Comunista de Cuba, como fuerza dirigente superior del Estado y la
sociedad, es el ente usurpador de la soberanía del pueblo del cual deben derivar
todos los poderes del Estado. El gobierno aparente que hoy rige sobre Cuba, es
simplemente una sucursal del PCC y un ejecutor de las medidas que parten de los
congresos del partido y de su Buró Político.
La
usurpación del poder del Estado no es fuente de derecho. Todo acto acometido
por los usurpadores no genera obligaciones a cumplir por el usurpado privado de
sus legítimos derechos. La usurpación es un delito penal e
implica que una o varias personas priven de la posesión o la tenencia, total o
parcial, a otras personas usando violencia, amenazas, engaños o abusos de
confianza.
Con
los usurpadores de cualquier derecho real ─ en este caso hay que considerar al
Estado ─, no se dialoga, se le exige la devolución de la cosa usurpada o la
apelación al derecho ─ en este caso, la voluntad popular de sancionar ─. La
voluntad del pueblo ejerciendo su soberanía puede y debe recuperar el bien
usurpado ─ en este caso derrocar el poder del PCC.
Es
por todos estos elementos que debemos salirle al paso a esos titulares
periodísticos que plantean, como, por ejemplo, este que proclama: “Cuba vota en
contra de que Zelenski hable por video ante la Asamblea General de la ONU”, y
no es Cuba quien decidió tal cosa porque, no es necesario recurrir a las
encuestas, la mayoría o gran parte de la opinión cubana, mira con simpatía a
los combatientes ucranianos que libran una resistencia feroz al invasor. No es
Cuba, sino los usurpadores del gobierno cubano.
Una
vez restablecida ─ no refundada ─ la República, el Poder legítimo surgido de
elecciones libres, competitivas y transparentes deberá reconsiderar los
compromisos que terceras partes contrajeran con los usurpadores ─ en este caso,
la deuda externa ─.
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