Mario
J. Viera
A
propósito de un artículo de Yunior García Aguilera, titulado “El enemigo de
Cuba está en la Plaza de la Revolución”, aparecido en la edición del 3 de
septiembre de 2022 de 14 y Medio, elaboré un comentario para tratar sobre el
tema. Dado el necesario ahorro de espacio que se requiere para un comentario dentro
de un medio informativo, traté de ajustarme al mínimo de extensión que requería
el tema.
Ya
antes de leer el artículo de García Aguilera había pensado en redactar uno enmarcado
dentro del enunciado de este título, que ahora presento.
Luego
de las impactantes manifestaciones populares de protestas a lo largo y ancho de
todo el país, producidas el 11 de julio de 2021, se infundieron ilusiones y
esperanzas en gran parte del pueblo cubano, incluyendo al exilio en Estados
Unidos. Muchos vieron a la decadente dictadura ya en fase terminal. Pasada la
euforia se produjo entonces un momento de perplejidad, cuando las
manifestaciones fueron disolviéndose y el régimen comunista realizara una
concienzuda represión en contra de una gran mayoría de los manifestantes. Poco
después, renacieron nuevas esperanzas, cuando, desde la plataforma digital
Archipiélago, se convocó a la realización nacional de una marcha cívica por el
cambio en Cuba, y apoyada en la isla por algunos representantes de la
disidencia interna. Inicialmente la marcha se había propuesto para el día 20 de
noviembre, pero ante el intento del gobierno de militarizar el país en ese día, Archipiélago decidió adelantar en cinco días la marcha.
De
haberse llevado a cabo la convocatoria, esta manifestación o manifestaciones,
no serían propiamente consideradas como espontáneas, aunque tampoco un
movimiento organizado. No respondía al esfuerzo de una labor de aglutinamiento
de fuerzas previo, ni a la elaboración de un proyecto estratégico; pero, de
ningún modo, podía ser considerada como acción clandestina y mucho menos
sediciosa, por cuanto sus promotores le habían comunicado la convocatoria de la
marcha y sus ubicaciones a las autoridades nacionales.
Desde
el exilio algunos consideramos que la Marcha Cívica no llegaría a ser posible
dado su previa comunicación al gobierno. Sabíamos que si Díaz-Canel durante el
11 J había convocado a todos los “revolucionarios” salir a enfrentar a los
manifestantes, ahora, ya no tomado por sorpresa, pondría en alerta todo su
aparato represivo para impedir su ejecución, pero le dimos nuestro apoyo a la
convocatoria, más que nada, por solidaridad.
El
miedo salió a la superficie. El régimen había hecho uso de su arma más poderos,
la de inspirar temor. Todos vieron la triste suerte alcanzada por los manifestantes
del 11 J; todos vieron las puertas de las prisiones como se abrieron para
aislarlos. El resultado: la frustración y la estampida de miles de cubanos
hacia el autodestierro, desilusionados de sus propias potencialidades. El
silencio de la oposición interna retumba. La impresión que se tiene desde la
distancia, es que ya, solo es un apagado eco. Sin embargo, actualmente se
producen esporádicas manifestaciones de protesta, de cuando en vez aparecen
grafitis y pintadas provocadoras que van en contra de los funcionarios del
gobierno y en especial de Miguel Díaz-Canel.
Siempre
hay un rayito de esperanza, pero todavía, como dice la trillada expresión, sin ver
la luz al final del túnel.
Hay
varios conceptos que se manejan en cuanto a la contradicción dictadura/pueblo,
uno de ellos muy cierto, el que plantea, por ejemplo, que “la misma dictadura
está provocando un verdadero alzamiento popular y sin duda alguna en cualquier
momento se produce”. Muy cierto es también lo expresado por Yunior García en su
artículo, cuando afirma que los sustitutos del antiguo “cacicazgo que se
autolegitimó, por peripecias históricas”, constituyen “una cuadrilla de
burócratas carentes de leyenda” que “no heredó el carisma de sus referentes, ni
cuenta con respaldo popular, ni recibe siquiera el beneficio de la duda”. Esto
dicho así, no es del todo exacto.
Todavía
quedan restos de humedad, como dice la canción de Pablo Milanés. No se trata ya
del apoyo incondicional de masas, tal como las que seguían ciegamente a Fidel
Castro; todavía en lo interno del pueblo hay muchos que creen los mitos “revolucionarios”
y muchos dispuestos a defender al sistema, aunque sea con piedras y garrotes
para aplastar el disenso, y no son estos precisamente miembros de la élite
política ni solo ancianos resentidos y agriados que se organizan dentro de las
brigadas de respuesta rápida. El partido comunista se mantiene con una
militancia fiel, organizada en todos los niveles del Estado y de la sociedad y
junto a este contingente está la Unión de Jóvenes Comunistas que controlan
todos los espacios universitarios, El régimen además cuenta conta con la
fidelidad de las fuerzas armadas y de todo el aparato del Ministerio del
Interior. Cuenta también con la complicidad de un número importantes de artistas
e intelectuales agrupados en la UNEAC y de los periodistas oficialistas siempre
dispuestos a deformar la verdad o a su ocultación. La nocooperación del pueblo
con el régimen todavía no llega a niveles críticos, y si no, véanse los
desfiles del Primero de Mayo y de otros actos convocados por el PCC.
No
obstante, es necesario hacer precisiones. La primera de ella, la dictadura que
rige en Cuba, no es, ni ha sido, una semejante a las que prevalecieron por
décadas en América Latina; en nada se asemeja a la dictadura de Fulgencio
Batista, ni a la de Leónidas Trujillo, ni las de los Somoza y los Duvalier, ni
la tenebrosa dictadura de Augusto Pinochet. ¿Brutales? Sí. Esas dictaduras pisoteaban
los derechos humanos, violaban las leyes, hacían caso omiso de los principios
constitucionales y, al mismo tiempo, admitían la existencia de partidos
políticos opositores, despreciaban al periodismo independiente pero no los prohibían
tajantemente; de alguna manera más o menos independiente actuaba la sociedad
civil; dentro de esos regímenes funcionaba un Poder Judicial y actuaba el
Congreso, ¿Limitados? Sí, pero no totalmente absorbidos por el poder
dictatorial.
La
de Cuba es otro tipo de dictadura, es una dictadura totalitaria, bajo la fuente
del poder de la hegemonía política de un ente supra social y supra estatal, el
Partido Comunista. Si en las dictaduras, que podemos definir como clásicas no
existía el poder aglutinador de una ideología única y dominante, en el régimen
de Cuba si existe esa fuerza dominante que determina todas las estructuras
estatales. Todo dentro de la revolución, nada contra la revolución. Partido y
Estado una misma identidad. Si las dictaduras clásicas se burlan de las leyes,
la dictadura totalitaria actúa de acuerdo con sus propias leyes, por lo que sus
actos a la luz del Derecho se pudieran ver como legales; no violan sus leyes,
aunque pueden modificarlas a su gusto y antojo en determinados momentos.
Las
dictaduras clásicas caen solo al impulso de la rebeldía y las protestas
populares. Cae el gobierno y la dictadura desaparece. Pero esto no funciona
bajo un Estado Totalitario. En un Estado totalitario existe una dualidad de
funciones, un gobierno aparente, con un presidente, un primer ministro y un
consejo de ministros, y un poder real, que reside dentro de las estructuras del
partido único, dentro de su Buró Político y dentro de su Secretariado y
colocado por encima de la sociedad y el Estado. Las protestas espontáneas del
pueblo, pueden poner en crisis al gobierno aparente, pero no afectan a la
fuente básica del poder del Estado totalitario, la hegemonía política.
Díaz-Canel,
aun ostentando el cargo de Secretario General del PCC es una figura desechable.
Ante el peligro de una profunda crisis política, la mano invisible de la
hegemonía política restablecerá el equilibrio, destituyendo a Díaz-Canel y
nombrando a otro “cuadro” del Partido Comunista. El gobierno de Díaz-Canel
puede caer, pero no desaparece la dictadura totalitaria.
Ante
este razonamiento ¿está todo perdido? No, de ninguna manera. La masa está
fermentando ante los abusos del poder; pero no se le puede dejar al azar, a lo
espontáneo. Protestas espontáneas pueden producirse aisladamente provocadas por
los apagones, por la carestía de la vida, por diversas situaciones. Estallan, y
luego se disuelven por su propia dinámica; y esto puede ocurrir hasta con protestas
poderosas y multitudinarias, como ocurrió el 11 de julio. Se requiere, primero,
liberarse del síndrome de la frustración y generar la confianza en el poder de
todo un pueblo, solo posible con la existencia de liderazgo y organización; se
requiere, además, una voluntad de acción unida; se requiere mantener una
disciplina consciente de resistencia; se requieren objetivos precisos y claros;
se requiere definir cuál es el enemigo objetivo, debilitar al poder real,
destruir la hegemonía política.
Enfrentar
al gobierno aparente, es correcto, pero solo como paso previo para ir contra el
poder principal. Se requiere la coordinación de muchos sectores, obreros,
campesinos, juventudes y estudiantes, artistas, intelectuales y emprendedores.
Se requiere ganar el apoyo de las iglesias, de las organizaciones fraternales,
y planear objetivamente todas las acciones de resistencia. Este papel de
organizar le corresponde a la disidencia interna. Solo así, con organización,
liderazgo y disciplina se puede plantear el gran reto a la dictadura
totalitaria y vencerle.
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