Mario J. Viera
Podemos
arder en deseos de hacer algo por Cuba; por su liberación; y esto es bueno;
¡hasta necesario!, esto es vivir para Cuba y no vivir de Cuba. ¿Qué podemos
hacer desde el exilio? Mucho y poco. Mucho, solidarizándonos con aquellos que
dentro de la isla. se toman muy en serio la lucha por la libertad política;
apoyando moral, y si es posible materialmente, todo esfuerzo decidido que en
Cuba se plantee para impulsar la resistencia en contra de la dictadura. Poco,
porque no podemos aportar al esfuerzo nuestra presencia física.
Hay
algo que no podemos o no debemos dejar de lado: la resistencia, el movimiento
cívico de lucha noviolenta se hace en Cuba; que las organizaciones opositoras
al régimen del partido comunista se constituyen en Cuba, que el accionar
opositor de las organizaciones se despliega en Cuba, no en el exilio, no en
plataformas virtuales donde la mayoría de sus integrantes se encuentran en el
exterior; que no podemos sustituir el movimiento interno por un movimiento
desde el exilio. Es allá, en Cuba, donde se hará la revolución democrática que
derrocará al totalitarismo.
De
vez en vez aparece la noticia de que en Cuba se ha creado una nueva
organización, con proyecciones civilistas, con una propuesta de reformas, como
una esperanza para el cambio. Se promueven, se dan a conocer en los medios y
proclaman los nombres de los firmantes de su carta de fundación, que muchas
veces resultan ser miembros de organizaciones ubicadas en el exilio y algún que
otro representante de la disidencia interna; para finalmente, terminar
convirtiéndose en un club de intercambio de opiniones y debates intelectuales.
Es
correcto que alguna que otra organización fundada en el exilio proclame su apoyo
a la iniciativa, que le brinde todo su estímulo; pero sin influir en sus
actividades. Se puede, se debe transmitir nuestros conocimientos o nuestras
experiencias a las organizaciones opositoras de Cuba, se puede dar consejos,
aportar ideas y hasta se pueden emitir críticas, no para desmoralizar, sino para
fijar posiciones, y sin negarles el apoyo necesario al difícil esfuerzo de
ejercer el derecho al disenso bajo un régimen totalitario. Es correcto que
plataformas virtuales emitidas en el exilio alienten y apoyen todo esfuerzo
movilizador que las organizaciones fundadas en Cuba impulsen; pero no marcarles
pautas, no impartirles directivas, no imponerles hacer tal o cual movilización.
Eso hay que dejarlo allá, en Cuba. Las decisiones solo son decisiones
autóctonas cuando se toman allá, en Cuba.
Es
bueno, sí, que surjan nuevas organizaciones opositoras políticas al régimen;
que surjan organizaciones solo con proyecciones civilistas sin carácter
antisistema, porque estas últimas puede generar cultura política y democrática;
pero mucho mejor sería que surjan organizaciones similares sin hacer su
promoción mediática y se enfrasquen en captar seguidores, ganar fuerza
organizativa, y poder presentarse como una opción alternativa a las condiciones
actuales de férreo control totalitario. Que actúen aplicando todas las tácticas
y métodos de la lucha noviolenta de la protesta y la persuasión; de la no
cooperación y de la intervención no violentas.
Como exponen José Luis Fernández Casadevante y Nacho
García Pedraza, en Manual para las
formaciones en Noviolencia y Transformación Social.: “El cambio es algo que construimos, no algo que esperamos”.
La lucha, el reto político al régimen del partido
comunista es allá… ¡En Cuba!
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