Mario
J. Viera
Cuando
por fin aparezca en Cuba un grupo de líderes sagaces, dispuestos a organizar un
movimiento democrático de resistencia noviolenta para enfrentar a la dictadura
totalitaria del Partido Comunista de Cuba (PCC), actuando pacientemente en la
necesaria labor de proselitismo, y organizado en torno a un inteligente plan estratégico,
con objetivos bien claros y bien definidos y la debida visión del mañana, el
régimen definitivamente entrará en fase terminal.
Liberarnos
de la dictadura totalitaria, puede no ser tan difícil como parece. Liberarnos
de nosotros mismos, ya es algo más difícil. Ese impulso innato que tenemos de
mostrar el talante y el talento, creando proyectos idílicos e inspirados,
imaginando soluciones aplicables en cualquier situación y todo, sin ajustarnos
a la realidad y sin un análisis previo de los pros y los contras. ¡Ah, cuán
apegados somos a los conceptos abstractos! Hábito esto que anubla lo concreto y
objetivo.
El
11 J nos hizo saltar de júbilo, si hasta muchos consideraron que ya al régimen
solo le quedaban, sino días, quizá algunas pocas semanas de existencia. Se
pensó también que, si se lograban incitar desde las redes sociales del internet,
manifestaciones masivas de protesta, el triunfo de la democracia estaba al
alcance de la mano. ¡Error, craso error! Enormes, gigantescas, fueron las
marchas de protestas impulsadas en Estados Unidos en contra de la guerra en
Irak o las manifestaciones de indignados en España y del movimiento Occupy en
Estados Unidos, todas fracasaron; y fracasaron porque les faltaba algo esencial
y de principios: La organización y un proyecto estratégico con objetivos bien
definidos.
Así
lo analiza Zeynep Tufekci en un artículo que
redactara para el New York Times, con fecha 23 de julio de 2022:
“En
el pasado, una marcha realmente multitudinaria era la culminación de una
organización a largo plazo, el signo de exclamación al final de una frase,
que indicaba una planificación previa y fuerza. Un gran número de
personas se habían reunido y trabajado durante mucho tiempo, coordinándose,
preparándose, conociéndose y tomando decisiones. Así que no se limitaron a
llevar a cabo una protesta; a falta de formas más sencillas de organizarse, acabaron
por tener que crear una capacidad organizativa, que luego ayudó a gestionar lo
que vino después. (…) Así que concluí que, aunque las grandes
manifestaciones de hoy se ven igual que las del pasado, los diferentes
mecanismos que las producen — en específico, internet y, en fechas recientes,
las redes sociales en particular — ayudan a determinar si los gobiernos o
las autoridades las verán como una amenaza verdadera o solo como algo que puede
desestimarse con el argumento de que es un grupo focal”.
Y
concluye Tufekci su artículo con esta contundente declaración:
“Estar
en el lado correcto de la historia no nos libra de los análisis débiles ni de
la tentación de confundir lo que colectivamente esperábamos que fuera cierto
con un examen de cómo fueron las cosas en realidad”.
Pensar,
pensar y volver a pensar.
Veamos,
el movimiento democrático de resistencia noviolenta instrumentado con una
estrategia inteligente y pragmática puesta en práctica por medio de la
disciplina de la noviolencia provoca la caída del totalitarismo, se llega al
poder y se inicia un proceso de transición hacia la formación de una república
democrática; ¿pero cuál República, una semejante a la pasada o una supuesta
novísima república del futuro? Pensemos.
Todas
las organizaciones disidentes, en Cuba proclaman ser partidarias y promotoras para la Cuba postotalitaria de
un régimen democrático fundado en el Estado de Derecho, el
imperio de la ley, la separación de poderes, la libertad de expresión y la
propiedad privada y, en especial, una democracia donde se asegure la libertad,
prosperidad e igualdad ante la ley; todo un conjunto de valores abstractos que
hasta la fascistóide Vox de España, proclama en su Carta de Madrid, carta
firmada por algunos representantes del exilio cubano, junto a destacados
políticos de la derecha radical como Eduardo Bolsonaro, hijo del actual
presidente de Brasil; la ultraderechista, Giorgia Meloni, presidente del
partido Fratelli d´Italia; y Marion Maréchal vicepresidenta del partido ultraderechista
Reconquista.
Por
supuesto, todos los grupos disidentes desean lo por José Martí deseado, una
república “con todos y para el bien de todos”, un concepto romántico del
civilismo lírico del Apóstol que, tomado fuera de contexto y repetido hasta el
hartazgo, se ha banalizado. Son estas las últimas palabras con las que Martí
cerró el discurso que pronunció en Tampa el 26 de noviembre de 1891. Un
discurso que inicia diciendo: “Para Cuba que sufre, la primera palabra. De
altar se ha de tomar a Cuba, para ofrendarle nuestra vida, y no de pedestal,
para levantarnos sobre ella”, base y esencia de lo que concluiría con
las antes citadas palabras. Con todos, no con aquellos solicitantes de fama o
alocados de poder; es el redimir el porvenir de Cuba, “del peligro grave
de seguir a ciegas, en nombre de la libertad, a los que
se valen del anhelo de ella para desviarla en beneficio propio”. Es trabajar con todos: “Para verdades trabajamos, y no para sueños. Para
libertar a los cubanos trabajamos, y no para acorralarlos. ¡Para ajustar
en la paz y en la equidad los intereses y derechos de los habitantes
leales de Cuba trabajamos…” Equidad, como ánimo que mueve a dar a cada
uno lo que merece, para el bien de todos… “¡cerrémosle el paso a la
república que no venga preparada por medios dignos del decoro del hombre,
para el bien y la prosperidad de todos los cubanos!” Decoro, como la
honra y la estimación de todos, con un nivel mínimo de calidad de vida para que
la dignidad de cada persona no sufra menoscabo; es decir, asegurar el bien, no
solo de un sector de la sociedad, sino para todos los sectores sociales, donde
“¡No censure el celoso el bienestar que envidia en secreto! ¡No
desconozca el pudiente el poema conmovedor, y el sacrificio cruento, del
que se tiene que cavar el pan que come…! (…) ¡Valiera más que
no se desplegara esa bandera de su mástil, si no hubiera de amparar por
igual a todas las cabezas!” Amparo igual para todos, para negros y para
blancos, para ricos y para pobres; para cultos y para incultos; para el
ciudadano urbano como para el ciudadano rural. Entiéndase así el martiano “con
todos y para el bien de todos” y no como consigna manoseada.
Hablar
de “Estado de derecho y el imperio de la ley” sin definirlo, es solo palabras
vacías. Las dictaduras corrientes van en contra del estado de derecho y
pisotean las leyes. Las dictaduras totalitarias construyen su propio estado de
derecho y se ajustan a sus propias leyes, las que, redactadas de modo tan
ambiguo, les permiten, no pasar por encima de ellas, sino manipularlas dada la
posibilidad de admitir un numero alto de interpretaciones. Las leyes de régimen
totalitario no tienen resquicios por donde proclamar “llegar a la ley desde la
ley”; unas y otras leyes del totalitarismo se solapan y cubren los poros
legales que pudieran quedar abiertos en unas u otras.
Hay
que definir qué es el estado de derecho transparente y democrático y dejar
establecido que la democracia no es solo y únicamente el proceso electoral; es
también el ejercicio de los derechos de asamblea pacífica y asociación,
libertad de opinión y expresión y los derechos a la educación y a la
información; es también la existencia de un ordenamiento jurídico de derecho
que garantice para todos, la igualdad ante la ley, y no solo este tipo de
igualdad, sino también la igualdad de oportunidades, y eso se llama justicia
social. No podemos perder de vista que el concepto de la igualdad ante la ley
no siempre se cumple en todo su significado, ni siquiera en democracias
fuertemente constituidas como la de Estados Unidos, donde se ha producido
diferenciaciones judiciales con respecto a las minorías (recuérdese el proceso
de los Cinco del Parque Central en 1989) y a las personas carentes de recursos
para contratar abogados calificados. En las sociedades donde predomina el
racismo y la xenofobia, el derecho a la igualdad ante la ley siempre estará
amenazado. Donde hay un verdadero concepto de justicia social la igualdad ante
la ley está por principio asegurada.
Como
expresara, el primer presidente que fuera de Túnez tras la Primavera árabe, Mohamed
Moncef Marzouki: “La democracia no puede subsistir sin justicia social”,
o lo afirmado por el presidente de Costa Rica José Figueres Ferrer: “No
puede haber libertad sin justicia social, ni justicia social sin libertad”.
Y todo esto sin concepciones al populismo, sea este de derecha o de izquierda. Hay
que desconfiar de la consigna del populismo que se expresa con el presupuesto
de “actuar con el pueblo y para el pueblo”.
Una
vez alcanzado el poder, ¿qué hacer? Estar alerta ante los peligros de una
transición apresurada y desconcertada; porque peligros hay muchos que puedan
amenazar el establecimiento de la democracia. Existen intereses egoístas
prestos para lanzarse sobre los despojos de la dictadura fenecida. ¿Qué ocurrió
en Rusia luego del desplome de la Unión Soviética? Sin un ordenamiento
normativo o constitucional previo, se inició un acelerado proceso de
privatizaciones que generó la formación de una casta de oligarcas, favorecidos
desde las altas instancias del poder, para luego convertirse en firmes apoyos
al régimen autoritario y antidemocrático de Vladimir Putin.
La
falta de un proyecto para mañana degeneró los logros de la Primavera Árabe.
Ejemplo de todo ello son los procesos en Egipto y Libia, y en cierta manera en
Túnez donde, ante el alto índice de desempleo e inestabilidad económica y altos
niveles de corrupción, sus juventudes, sintiéndose decepcionadas por una
revolución que no cumplió sus promesas, le ha abierto el camino al poder a la
política populista de Kais Saied, quien aunque electo democráticamente, ejerce
su gobierno bajo los postulados de un decreto por él mismo dictado y firmado,
que le concede facultad para asumir los poderes públicos ejecutivo y
legislativo. Egipto sometido a la dictadura de Abdelfatah El-Sisi a partir del
golpe de estado militar que le llevara al poder. Como se ha informado en los
medios, en las cárceles egipcias hay más de 60.000 prisioneros políticos.
En
toda revolución o insurrección noviolenta, siempre hay víctimas. Muchos son los
que entregan sus vidas frente a la violencia de la represión dictatorial;
cientos y hasta miles, sufren prisiones, maltratos y hasta torturas; pero se
requiere la movilización de miles de ciudadanos actuando conjuntamente en pos
de un mismo objetivo, alcanzar un estado de libertad y progreso para todos. La
revolución no armada con los métodos de la noviolencia tiene necesariamente que
fundarse en principios, no solo éticos, sino políticos y sociales, y todos
encuadrados en el principio fundamental de la legitimidad. Métodos políticos
porque lo que se busca es alcanzar el poder político. Métodos sociales porque
hay que unir en una sola voluntad a trabajadores, campesinos, juventudes,
intelectuales. Métodos legítimos porque hay que construir una nueva legalidad amparada
dentro de un marco constitucional.
En
Cuba, el campo propicio para la resistencia noviolenta ya está arado y fertilizado,
solo se requiere plantar la semilla y recoger la cosecha. La transición hacia
la democracia no puede fluir de manera anárquica, llevada a cabo con métodos no
democráticos. La transición debe conjugarse dentro de un marco constitucional,
donde se garanticen todos los derechos civiles, políticos y sociales del
pueblo. Hay que rescatar la tradición constitucional cubana y restablecer,
desde el primer día, a la violada Constitución de 1940.
Todo
el proceso de reconstrucción nacional debe ajustarse a los postulados de la
Constitución; el gobierno de transición no puede, no debe asumir un poder
legislativo actuando por decretos. Su función, restablecer el orden, haciendo
solo los ajustes necesarios, derogación de la Constitución totalitaria,
disolución del PCC como organización política y las denominadas organizaciones
de masa. El gobierno de transición democrática debe formarse por acuerdo de las
asociaciones de trabajadores, campesinos, juventudes e intelectuales que hayan
participado dentro del movimiento de la resistencia noviolenta. Deberá cerrarle
el paso a aquellos a los que Martí identifico como “los que se valen del anhelo
de [la libertad] para desviarla en beneficio propio”.
Cumplamos
el mandato martiano: “Para verdades trabajamos, y no para sueños. Para
libertar a los cubanos trabajamos, y no para acorralarlos. ¡Para ajustar
en la paz y en la equidad los intereses y derechos de los habitantes
leales de Cuba trabajamos…”
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