Vicente Echerri. EL NUEVO HERALD
El gesto de Leopoldo López de hacer su último discurso público desde la estatua de José Martí, en la plaza de Chacaíto, en Caracas, momentos antes de entregarse a la policía, es un símbolo y un llamado. En política como en religión, los símbolos tienen una enorme importancia. En momentos cuando los venezolanos protestan de la injerencia de los cubanos en su país, López, que encarna los valores de la nueva Venezuela, va a arengar a los suyos a la sombra del más noble y universal de los cubanos, aquel que vio en cualquier rincón de la América española un pedazo de su propia patria. El joven líder que alza la mano frente la multitud enfebrecida remeda, de algún modo, al prócer esculpido con el brazo en alto.
López, al entregarse a la policía, en
lugar de asilarse en una embajada, cruzar la frontera o simplemente esconderse,
le ha subido la parada a Nicolás Maduro y lo ha puesto en un gran aprieto. El
gobierno hubiera preferido cualquiera de esas otras opciones, como una manera
de acentuar su demonización, como un expediente de descrédito; pero este chico,
que ha demostrado tener, sin duda, un instinto político muy aguzado, ha ido a
buscar protección entre sus enemigos, al tiempo que ha acrecentado el desafío
público frente a un régimen cada vez más corrupto y mendaz.
Un gran sector de la ciudadanía ─ la
más emprendedora y preparada sin duda ─ ha salido a la calle, no con ánimo de
hacer una protesta más, sino de acrecentar de manera significativa la presión
pública para que el gobierno se desplome. La única dificultad para la
dirigencia oposicionista es encontrar incentivos para poder mantener indefinidamente
esa presión, sin que la gente se fatigue o se amedrente y, de pronto, el
gobierno ha venido a resolver gratuitamente esa dificultad al ordenar la
búsqueda y captura de López por un delito fabricado, y López ha respondido con
audacia entregándose a sus captores y garantizando, con ese gesto, que la
protesta en la calle se mantendrá mientras él esté preso. ¿Quién osaría
abandonarlo ahora a merced de sus carceleros? ¿Cuál de estos jóvenes
universitarios, o de estas amas de casa, o de estos empleados y patronos
(porque de todo hay) que han salido a protestar se atrevería a volver a sus
rutinas, a dormir en sus casas y a evadir cualquier riesgo cuando quien más los
representa, aquel que el mundo identifica como cabeza de esta protesta, duerme
en la cárcel? ¡Ay, Maduro, qué bruto eres!
¿Puede la protesta pública llegar a
derribar al gobierno? Yo creo que sí, incluso sin tener que llegar a la guerra
civil y aunque aumente, como es previsible, el número de víctimas mortales en
esta confrontación. La oposición debe tomar la calle masivamente y ─ mediante
todos los recursos que la desobediencia civil ponga a su alcance ─ hacer de
Venezuela un país ingobernable. Los regímenes de Egipto, Túnez y Libia eran
muchísimo más represivos y con muchísimo menos espacio para la oposición y
terminaron derribados por una marejada popular suficientemente incentivada. Los
estímulos internos y externos no deben faltar tampoco en este caso.
Si este impulso por recobrar la
plenitud de sus libertades que hoy mueve a tantos venezolanos resultara fallido
o se frustrara cundiría el desánimo entre muchos que hoy están en la calle y
que mañana empezarían a ver en el exilio, o en la callada sumisión,
alternativas posibles. Esto lo ha entendido muy bien Leopoldo López, por eso se
ha puesto en manos de la policía, como quien lanza gasolina en un incendio,
para que la protesta no ceje, sino que encuentre, por el contrario, razón para
mantenerse y acrecentarse; para que el ánimo de su gente no flaquee, para que
la presión sobre ese gobierno de patanes ineptos ─ que han arruinado a
Venezuela al tiempo que se han enriquecido con la promoción de un ideología en
quiebra ─ aumente como el vapor de una caldera alimentada por la cólera de cien
mil fogoneros.
Los que, sin ser venezolanos, seguimos
con legítimo interés lo que actualmente ocurre en Venezuela ─ donde el
castrismo ha venido a tener una segunda vida – no debemos conformarnos con ser
espectadores pasivos de la situación, sino, en la medida de lo posible, actores
comprometidos con ella, ecos de las voces que claman y denuncian, activistas
dedicados a presionar a nuestros gobiernos (en particular al gobierno de
Estados Unidos) a tomar partido en esta “hora de hornos”, como diría Martí,
desde cuya estatua un hombre intrépido ha relanzado un reto en defensa de la
libertad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario