Para Rafael Correa los reclamos en Caracas
y Buenos Aires no se deben a los malos gobiernos y a las angustias de los
ciudadanos, son siempre conspiraciones de la derecha, o golpes de estado
blandos. Cuando Quito le daba los votos, los corazones de los capitalinos eran
ardientes y revolucionarios, ahora los mismos electores se dejaron convencer
por los ultraderechistas y neoliberales. Una manera particular de concebir a
los gobernantes y a la opinión los mandantes.
Ana
Karina López. HOY.com
Los
resultados ya los conocemos. Los análisis están por todas partes. Hay muchas
perspectivas sobre las causas y las explicaciones de derrotas y triunfos. Pero
esta campaña tiene una particularidad, en ella se desnudaron y potenciaron dos
características de la personalidad presidencial.
La una, que la hemos visto desde 2006, es la
particular visión del Presidente sobre la democracia, esa configuración
unipolar de la política que se resume en “el que no está conmigo está contra
mí”. Y la otra, estrenada en este nuevo escenario, es que como se ha
acostumbrado a ganar, el fracaso al presidente Correa le quita el instinto para
seducir, y ese potencial de adivinar el número ganador.
Su
particular visión de la democracia se potencializó cuando las cifras se
pusieron cuesta arriba. El antagonismo, la posibilidad de golpe y la confrontación pulularon en discursos e
intervenciones. Para él la oposición es el “enemigo”, y la cohabitación es un
imposible porque es equivalente a desestabilización.
Sus frases “primero tumban a Barrera y después a Correa”, “Votar por Augusto es votar por la revolución”, “las mega obras” de
Quito solo se pudieron hacer porque tenía su apoyo, y el augurio de un
escenario muy serio de ingobernabilidad en caso del triunfo de Rodas, echan al
traste los fundamentos de cualquier democracia. ¿Así son los estadistas? ¿Solo
trabajan con sus partidarios?
Para él, los reclamos en Caracas y Buenos
Aires no se deben a los malos gobiernos y a las angustias de los ciudadanos,
son siempre conspiraciones de la derecha, o golpes de estado blandos. Cuando
Quito le daba los votos, los corazones de los capitalinos eran ardientes y
revolucionarios, ahora los mismos electores se dejaron convencer por los
ultraderechistas y neoliberales. Una manera particular de concebir a los
gobernantes y a la opinión los mandantes.
También
mostró cómo él entiende la ley y las instituciones del Estado, cuando aseguró
"Exhorto a las demás funciones del
Estado a no exhortarme" si "no
hay capacidad para actuar" pues, entonces, "están interfiriendo en otras funciones”. "Si tienen capacidad legal ordenen, pero no exhorten". Y así
desautorizó y desvalorizó al presidente del Consejo Nacional Electoral, Domingo
Paredes.
Al parecer las leyes electorales que hablan
sobre la no intervención de los funcionarios en la campaña también le tienen
sin cuidado. Por eso dio marcha atrás a su cuarta licencia y, sin embargo,
realizó recorridos por la Quito. Con bastante desparpajo.
Estas demostraciones también reflejaban la
pérdida de control de la situación. Mientras se confirmaba la caída de su
candidato en Quito, aceleraba y frenaba: un día en una carta dice que quitar
los impuestos era una medida socialcristiana y al día siguiente comienza a
bajar las multas. Todo esto acompañado de una serie de amenazas y chantajes a
sus electores, que, por los resultados electorales, no le sirvieron de mucho.
Tampoco le ayudó el hecho de crisparse y acusar a “la derecha de envenenar el
alma”.
En
todo caso fueron unas bonitas palabras las que lanzó el 23 de febrero por la
mañana al inaugurar la jornada electoral: “Estamos
dejando atrás ese estado oligárquico, excluyente e inequitativo para construir
el estado pluricultural, democrático e incluyente basado en derechos y justicia”.
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