Editorial de EL NACIONAL
Había una vez un pueblito en Monagas donde un jovencito,
flacuchento él, no se dedicaba a cazar arañas ni a vender empanadas, sino a
maquinar la manera de volverse millonario. Pero no de esos ricos de pueblo,
sino de los que son de verdad. Así como los gringos, los de las petroleras, que
hasta tenían los ojos claros como él. Pero a pesar de sus esfuerzos el déficit
de inteligencia no le daba para surgir en los estudios. Y entonces pensó que
metiéndose a militar escalaría socialmente hasta llegar a conocer a sus héroes
de los negocios.
Como militar tampoco le fue bien, siempre de segundón de
alguien importante. En sus cálculos no estaba contemplado que muchos de los
cadetes eran más inteligentes y más estudiosos que él, que los reconocimientos
y los galones no se los dan a nadie porque tiene “los ojitos bellos”. El
resentimiento lo carcomía y el odio contra sus jefes creció con los años aunque
nunca lo demostró porque la hipocresía la llevaba (y la lleva) pegada a la piel.
La impaciencia por hacer dinero lo llevó a meterse en la
conspiración más chimba de nuestra historia. Si eran derrotados se dedicaría a
lo suyo, hacer negocios, si ganaban mejor que mejor porque desde el poder
resulta más fácil acumular millones. Con el tiempo y siendo segundón del héroe
cósmico, se le pegó como una garrapata y se hizo nombrar oficialmente como el
“gran cargador del maletín del jefe”.
Para cualquier venezolano con cierta dignidad y orgullo
este tipo de cargo no es precisamente para sentirse como cuarto bate y novio de
la madrina. Pero al “gran cargador del maletín” le temblaban las piernas cada
vez que el jefe le gritaba, sin la menor consideración y mucho menos
compañerismo, “fulanito, búscame ya el maletín, en el término de la distancia”.
Y fulanito salía como alma que lleva el diablo. “Aquí lo tiene jefe” y él ni
las gracias le daba. Al contrario, “te me vas para afuera porque tú no tienes
que estar en esta reunión”. Y al salir estaba “ojitos bellos” siempre listo
para quitarle de encima el peso del maletín.
Esta pequeña historia nos revela por qué el galáctico no
lo nombró presidente. ¿Cómo va a ser este cargador de maletines mi sucesor? La
historia me exige un gesto menos insultante, alguien más potable y menos
experto en zancadillas, incapaz de dar puñaladas por la espalda. El general
Gómez nos enseñó que la presidencia de la república la puede ejercer
cualquiera, siempre que no sea un ambicioso aspirante a millonario. Por dinero
hacen cualquier maldad y van a cometer traición.
Los segundones tienen por norma ser mentirosos
y oscuros traidores cuando llegan al poder. Hasta son capaces de usar los
canales del Estado para difundir las más grandes canalladas. Como les da pena
aparecer ante el mundo como unos vulgares matones, torturadores y verdugos,
entonces fantasean con conspiraciones internacionales, financiadas por
presuntas organizaciones que, sin dar la cara, reclutan, inyectan dinero y
envenenan a los jóvenes venezolanos, y hasta los extranjeros porque por allí
apareció una lista de trinitarios y colombianos capturados por las fuerzas del
orden.
¿Fuerzas del orden o del desorden? Porque la Radio
Rochela se queda chiquita con estos policías y guardias nacionales que, para
imponer “el orden” han convertido a Venezuela en lo más parecido a un campo de
concentración, a nuestras calles en verdaderos paredones de fusilamiento, a los
calabozos de los cuerpos de seguridad en lugares de tortura.
Lo cierto es que el joven que nació en un pueblito de
Monagas (creo que le cambiaron el nombre y ahora se llama Full-real, así como
se dice en las bombas de gasolina “ponlo full, pero de real) hoy sigue siendo
un segundón pero gordo como un pimentón relleno.
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