sábado, 17 de mayo de 2014

Y el bolsillo llenando


Editorial de EL NACIONAL


Había una vez un pueblito en Monagas donde un jovencito, flacuchento él, no se dedicaba a cazar arañas ni a vender empanadas, sino a maquinar la manera de volverse millonario. Pero no de esos ricos de pueblo, sino de los que son de verdad. Así como los gringos, los de las petroleras, que hasta tenían los ojos claros como él. Pero a pesar de sus esfuerzos el déficit de inteligencia no le daba para surgir en los estudios. Y entonces pensó que metiéndose a militar escalaría socialmente hasta llegar a conocer a sus héroes de los negocios.
Como militar tampoco le fue bien, siempre de segundón de alguien importante. En sus cálculos no estaba contemplado que muchos de los cadetes eran más inteligentes y más estudiosos que él, que los reconocimientos y los galones no se los dan a nadie porque tiene “los ojitos bellos”. El resentimiento lo carcomía y el odio contra sus jefes creció con los años aunque nunca lo demostró porque la hipocresía la llevaba (y la lleva) pegada a la piel.
La impaciencia por hacer dinero lo llevó a meterse en la conspiración más chimba de nuestra historia. Si eran derrotados se dedicaría a lo suyo, hacer negocios, si ganaban mejor que mejor porque desde el poder resulta más fácil acumular millones. Con el tiempo y siendo segundón del héroe cósmico, se le pegó como una garrapata y se hizo nombrar oficialmente como el “gran cargador del maletín del jefe”.
Para cualquier venezolano con cierta dignidad y orgullo este tipo de cargo no es precisamente para sentirse como cuarto bate y novio de la madrina. Pero al “gran cargador del maletín” le temblaban las piernas cada vez que el jefe le gritaba, sin la menor consideración y mucho menos compañerismo, “fulanito, búscame ya el maletín, en el término de la distancia”. Y fulanito salía como alma que lleva el diablo. “Aquí lo tiene jefe” y él ni las gracias le daba. Al contrario, “te me vas para afuera porque tú no tienes que estar en esta reunión”. Y al salir estaba “ojitos bellos” siempre listo para quitarle de encima el peso del maletín.
Esta pequeña historia nos revela por qué el galáctico no lo nombró presidente. ¿Cómo va a ser este cargador de maletines mi sucesor? La historia me exige un gesto menos insultante, alguien más potable y menos experto en zancadillas, incapaz de dar puñaladas por la espalda. El general Gómez nos enseñó que la presidencia de la república la puede ejercer cualquiera, siempre que no sea un ambicioso aspirante a millonario. Por dinero hacen cualquier maldad y van a cometer traición.
  Los segundones tienen por norma ser mentirosos y oscuros traidores cuando llegan al poder. Hasta son capaces de usar los canales del Estado para difundir las más grandes canalladas. Como les da pena aparecer ante el mundo como unos vulgares matones, torturadores y verdugos, entonces fantasean con conspiraciones internacionales, financiadas por presuntas organizaciones que, sin dar la cara, reclutan, inyectan dinero y envenenan a los jóvenes venezolanos, y hasta los extranjeros porque por allí apareció una lista de trinitarios y colombianos capturados por las fuerzas del orden.
¿Fuerzas del orden o del desorden? Porque la Radio Rochela se queda chiquita con estos policías y guardias nacionales que, para imponer “el orden” han convertido a Venezuela en lo más parecido a un campo de concentración, a nuestras calles en verdaderos paredones de fusilamiento, a los calabozos de los cuerpos de seguridad en lugares de tortura.
Lo cierto es que el joven que nació en un pueblito de Monagas (creo que le cambiaron el nombre y ahora se llama Full-real, así como se dice en las bombas de gasolina “ponlo full, pero de real) hoy sigue siendo un segundón pero gordo como un pimentón relleno.


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