Vladimiro Mujica. TALCUAL
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A medida que avanza la represión y las violaciones contra
los derechos humanos y la Constitución Nacional en estos tres meses eternos de
protestas, se va definiendo con mayor claridad el perfil de los enemigos de la
así llamada revolución bolivariana.
A esta categoría pertenece gente de carne y hueso,
ciudadanos como usted y como yo, contra los que arremeten la PNB, la GNB y los
grupos para-militares adeptos al régimen. En ese sentido el enemigo es
simplemente el pueblo que se resiste a adoptar la versión denigrante de patria
impuesta y a empellones, empobrecida e indigna, que pretende la revolución.
A la famosa frase atribuida a nuestro Canciller: "No
tenemos papel toilette, pero tenemos patria" se le añade otra de un
funcionario de mucha menor jerarquía, presuntamente de la PNB, actuando en
contra de los manifestantes en una reciente jornada de protesta en Chacao:
"Los que no quieran patria, tendrán plomo".
El conjunto de ambas frases conforma una suerte de lógica
condescendiente y abusiva de quienes se sienten los dueños de la vida, y sobre
todo de la muerte, de los venezolanos. Les estamos enseñando a vivir en
revolución, y quienes se resistan no esperen otra cosa que ser tratados como se
merecen.
Pero hay otros enemigos intangibles de la revolución, tan
o más peligrosos que las acciones de protesta. El primero y más importante es
la libertad de pensamiento y su pariente cercano la libertad de información.
Contra el segundo se tiene la coacción y la censura
contra los medios y el ejercicio desembozado de la hegemonía comunicacional,
concepto tenebroso anunciado cuando nadie lo creía posible por el entonces
ministro del ramo, Andrés Izarra.
La libertad de pensamiento requiere de un control más
refinado que se ejerce a través de distintos canales que van desde la represión
hasta el control de la educación, de los libros que se pueden leer, y los
contenidos aceptables en Internet. Pero en definitiva la imposición del
pensamiento único pasa por doblegar y eventualmente destruir a las
instituciones donde la elaboración intelectual fluye libremente: las
universidades y los centros de conocimiento.
En un sentido tanto filosófico como práctico, la
revolución chavista es un ejemplo paradigmático del pensamiento izquierdista
más reaccionario.
Uno que se creó al amparo de tiranías auto-declaradas
comunistas o socialistas, que concibe como dilema la existencia simultánea de
la libertad y la igualdad. La libertad se percibe como un concepto burgués y
liberal que requiere ser extirpada y controlada en beneficio de un cierto
igualitarismo ramplón que castra las posibilidades de crecimiento físico y
espiritual de una nación.
La lista de enemigos continúa: la libertad sindical y de
asociación, ferozmente controlada y diezmada por el gobierno. La empresa
privada y el derecho de los ciudadanos a desarrollarse como individuos no
dependientes de un Estado todopoderoso y centralizado.
Por ahora la revolución ha co-existido con una versión
restringida de la libertad de asociación política y de ejercicio de los
derechos ciudadanos, pero la última sentencia del TSJ restringiendo el
ejercicio del derecho a protestar pacíficamente es un mal presagio de lo que
los revolucionarios tienen en mente.
En el espacio internacional, la pléyade de enemigos
fundamentales del régimen está conformada por quienes pueden ver a leguas la
falsedad de la prédica del buen revolucionario con que el gobierno se vende
ante los ojos permisivos de una comunidad que está dispuesta a perdonarle
muchas cosas a la potencia imperialista petrolera en que se ha constituido
Venezuela. En esta dirección, el cerco informativo y la disponibilidad infinita
de los recursos de la extorsión política y económica son las herramientas
preferidas.
El régimen se defiende con el terror y la violencia
desmedidos. Ello combinado con operaciones políticas que le permiten mantener
una fachada democrática y de diálogo frente a la comunidad internacional. En el
camino, se arrasa con lo que va quedando de libertades ciudadanas y se
precipita al país en una espiral de caos cotidiano en el que la existencia de
la gente oscila entre la necesidad de sobrevivir y la urgencia de la acción
para contrarrestar la acción destructiva de la revolución.
Uno termina por hacerse la pregunta de si nadie dentro
del chavismo militante es capaz de ver lo que está ocurriendo, más allá de las
banales explicaciones sobre las conspiraciones que abundan en estos días. En la
paradoja última de estos tiempos vergonzosos, el pueblo ha terminado por
convertirse en el enemigo indomable de una revolución que se auto-proclama
popular.
Contra los estudiantes se arremete porque no se doblegan.
A los sindicalistas independientes se les persigue por el peligro que representan
los trabajadores organizados e indóciles. Un esquema perverso que cada vez se
sostiene más en las fuerzas de la barbarie y la represión y menos en la gente.
Ya vendrán otros días que se construirán del aprendizaje
de esta época aciaga de nuestra historia. Mientras tanto, a los demócratas y
amantes de la libertad con dignidad nos corresponde seguir dando esta difícil
pelea que solamente venceremos preservando la unidad contra un adversario que
cada vez da más evidencias de ser un gigante enorme con frágiles pies de barro.
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